Tras el angustioso triunfo en Mar del Plata ante la más que débil Jamaica por 2-1, hay una conclusión que puede sacarse con el seleccionado argentino: aún en el caso de que todas las fuerzas naturales y todos los dioses estén a su favor, y terminara ganando el Mundial en Sudáfrica dentro de cinco meses, su manejo no podrá librarse nunca de ser calificado como incoherente, desde la cabeza a los pies.
Desde la conducción, porque el gran problema comienza con la contratación de Diego Maradona como entrenador por parte de la AFA, a sabiendas de lo que una decisión como esta puede acarrear desde todos los puntos de vista, con su falta de experiencia y su desconocimiento de la función, su carácter, que lo coloca siempre en el ojo de la tormenta, su –a esta altura evidente- incapacidad para delegar a partir de su inconciencia de sus muchas limitaciones y porque es claro –y lo era incluso en el momento de su designación- que ese lugar era para Carlos Bianchi, pero una vez más se le privó al mejor técnico argentino el lugar que merece largamente, y por cuestiones de antipatía personal.
A partir de allí, comenzó la suma de despropósitos hasta llegar a la loca semana pasada, con una convocatoria ridícula de varios jugadores que no podían participar en un seleccionado que a su vez, casi no aportará jugadores a la lista definitiva y que se fue devaluando sistemáticamente a partir de la pérdida de prestigio, de continuidad, y de una mínima consistencia en las convocatorias.
El hecho de haber convocado a cuatro jugadores de Estudiantes que ni siquiera un neófito hubiera hecho por conocer de sobra que en la misma semana debían jugar un partido por la Copa Libertadores, la nueva llamada a Juan Pablo Pereyra (ya pasando el centenar de convocados), cuando el jugador de Atlético Tucumán iba a ser operado y tampoco podía participar, y finalmente el desesperado llamado a Claudio Bieler, quien terminó argumentando una lesión, son la muestra cabal de cómo el seleccionado fue perdiendo seriedad y prestigio.
Y tampoco queda allí: Maradona sigue sumando polémicas y enemigos, desde Claudio Vivas, que como entrenador de Racing Club se hartó y criticó el manejo de las convocatorias cuando fueron citados cuatro de sus jugadores sin chances mínimas para terminar en el Mundial, para jugar un amistoso sin sentido ante Jamaica, hasta Zapata, el volante de Vélez, que dijo una verdad que muchos no se atreven a mencionar, y es que hoy para muchos jugadores ya es mejor no ir al equipo argentino.
También Jorge Valdano cayó en la volteada, por el mero hecho de haber osado criticar su designación como entrenador, o por estar sentado en el sillón de la dirección deportiva del Real Madrid, y que en el equipo no juegue Fernando Gago por su propio bajo rendimiento, o se haya transferido a su amigo y socio Gabriel Heinze al Olympique de Marsella, de evidente baja en sus actuaciones como defensor blanco.
Más allá, entonces, de los malos resultados y de designaciones sin sentido a apenas cinco meses del Mundial, tampoco queda muy en claro el motivo de muchas convocatorias cuando en este fútbol super profesional y exportador, unos minutos con la camiseta argentina representa, por antecedentes, una venta segura a algún equipo del exterior, o que el entrenador, ostentando un cargo oficial de la AFA, solicite cien mil dólares de retribución por cada entrevista para hablar de fútbol. El problema no es sólo que el entrenador pida esa suma, sino que desde la AFA no se lo ponga límites.
Y ya luego, cuando se tratade jugar, tampoco se sabe a ciencia cierta a qué juega un equipo argentino que no establece clara superioridad ni ante un sub-20 costarricense o un pobre equipo jamaiquino traídos de apuro y que casi se llevan resultados históricos para sus países. No hay un sistema táctico acorde a los jugadores que se tienen, no se saca el mínimo provecho de ellos, y se termina apelando a los dioses, al más allá o a la intuición ("Le dije a Canutto que iba a entrar e iba a meter un gol, lo hizo y nos abrazamos al final").
Luego de todo lo expuesto, que es apenas una parte de lo que ocurrió en las últimas semanas, ¿es posible decir, si en julio el seleccionado ganara el título mundial, que se trató de una consecuencia lógica de un trabajo coherente? Ya no, aunque muy posiblemente, el exitismo nacional nos tape el bosque y nos intente mostrar un árbol, como tantas veces ha ocurrido en el fútbol argentino. Pero no nos engañan. Al menos no a nosotros, que seguiremos pensando igual, se gane o se pierda. Las formas nos siguen importando.
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