martes, 29 de mayo de 2007

Jugar por algo

Cuando se acercan las últimas fechas del torneo argentino, como seguramente sucede en muchos lugares (en España se habla decididamente de los maletines que van y vienen), en este mundo que vivimos son invariables las referencias a partidos arreglados, a equipos sin motivación, y ya lentamente de los diez partidos que componen la grilla de cada fecha, los que interesan parecen reducirse a cinco o seis, porque comienzan a aparecer equipos que no juegan por salir campeones, ni pueden descender, ni pueden ir a un repeechaje, ni aspiran a jugar ninguna copa internacional.
Justamente esos pocos equipos son "carne de cañón" de los posibles arreglos por una supuesta "falta de motivación" a todas luces entendible sólo en estos tiempos de escasísima credibilidad y de partir de una base de inmoralidad general para juzgar a quien sea. Consecuencia de los noventa y el menemismo que supimos conseguir (y que, cabe recordar, una muy buena parte de la sociedad argentina votó no una vez ni dos, sino tres veces, porque también en la tercera se impuso en la primera vuelta electoral).
Pero si partiéramos de cierto análisis normal, de una sociedad en cierta normalidad, en la que al menos las instituciones funcionaran y la credibilidad tuviera un mínimo sustento, en verdad todos los equipos juegan por algo. No es cierto que haya siquiera uno que no juegue por nada.
Si vamos a lo estrictamente reglamentario, mientras exista el sistema de promedios para no descender (los equipos no pelean el descenso, sino que pelean por no descender, sería bueno que más de un cronista lo recordara), siempre hay algo en juego, al menos para los que se encuentran de la mitad de la tabla para abajo. Pero además, y ya en términos morales, si se quiere, también siempre hay algo por lo que jugar, porque cada jugador es profesional, cobra por jugar, y hasta cobra premios por puntos ganados y por ganar, y porque hay gente que paga para ver un espectáculo que no puede incluir en sí mismo un fraude. Ser jugador profesional, aceptar una paga por jugar y vestir una determinada camiseta, requiere de un respeto. Por el público, por el adversario, y por el club mismo al que representa. Es una verdad de Perogrullo, y sin embargo, nos vemos en la obligación de recordarlo en tiempos en los que se duda de todo.
Y esto va a colación de lo sucedido en la fecha pasada, en la que Newells Old Boys, ya sin chances para pelear arriba o para caer abajo, fue a La Plata y realizó un dignísimo papel ante un Estudiantes que en todo el año ha perdido escasos puntos aunque no pueda decirse de un extrañamente apático Racing Club ante San Lorenzo, justo a la fecha siguiente de un gran esfuerzo de sus jugadores ante su clásico rival, Independiente.
En estos tiempos de maletines, y de jugadores que abiertamente no sólo aceptan la incentivación (dinero de un tercero para salir a ganar) sino que cuando no llega, reclaman por él dando a entender que si no, no habrá esfuerzo, conviene recordar que tanto el soborno como la mismísima incentivación están penados por la AFA, y que la incentivación representa un fraude porque al colocar el dinero un tercero, siempre es para perjudicar a alguien, cuando los premios los debe pagar el club al que el jugador representa, pero además, y aquí viene lo más duro desde lo moral, el que un tercero pague para salir a ganar es el reconocimiento implícito de que ese tercero no cree en quien recibirá su dinero, porque piensa que si no se lo paga, aquel no se esforzará por sí mismo y por consecuencia, necesita reforzar ese aliciente. Es decir, duda de su honor. Mientras que quien recibe ese dinero, está implicitamente aceptando su deshonor, al aceptar que no iba a esforzarse igual sin recibirlo, o al menos, acepta que quien le paga dude de su honor, y además, con la deshonra de hacerlo público al punto de reclamar esa paga.
Ya lo decía Sor Juana Inés de la Cruz cuando hace ya muchos años hablaba de corrupción, al preguntarse qíen es más respobsable, "si el que peca por la paga, o el que paga por pecar". En la Argentina del siglo XXI, esta pregunta se la formulan demasiado pocos, parece...

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