En otro tiempo esto era un cántico casi ingenuo en las canchas argentinas. Se bailaba para la televisión. Claro, no alcanzaba con la multitud vociferante, y había que complementarlo con el afuera, los que ya no podían entrar y se tenían que confirmar con ver los partidos "con la ñata contra el vidrio/pantalla" y esperar a que otra vez se pusieran en venta las entradas para el partido siguiente.
Qué lejos que parece todo eso. Hoy, el fútbol argentino, rendido ante el sucio mercado de los agentes que van y vienen, del monopolio de la TV de los Torneos sin Competencia que hacen lo que quieren y contienen un ejército de periodistas cual suplente de un Estado inexistente que ya ni siquiera controla ni mete sus narices en nada (tanto declamar en otros órdenes y en uno más fácil y local, inexplicablemente no lo hace), ya no tiene mucho para ofrecer.
Partidos sin convocatoria por la poca oferta de calidad de sus jugadores, cuando los cincuenta más importantes emigraron hacia cualquier destino en busca de un destino mejor, es decir, más del diez por ciento de todos los jugadores del torneo anterior. Gran posibilidad de que haya que vivir maltratos policiales, estadios con deficiencias estructurales que son avalados por los organismos de control ante el menor guiño o promesa vana de solución inmediata, y ni qué hablar de la violencia, que se está llevando lo poco que nos queda.
Y en ese contexto tan triste, tan desilusionante desde ya, los incapaces dirigentes del fútbol argentino, acostumbrados a atarlo todo con alambre y a pegarlo con cinta adhesiva, entendieron que la mejor forma de seguir tapando la realidad era con un pañuelo, que en este nuevo caso significó reducir la cantidad de simpatizantes en calidad de visitantes para evitar así más choques entre hinchadas/barras bravas.
Cuando en la semifinal de la Copa Libertadores de 2004 se enfrentaron Boca Juniors y River Plate a dos partidos, ambos sin hinchada visitante, pudimos comprobar una mayor violencia en el propio campo de juego, como aquello que por ejemplo ocurriera en el partido de ida entre Marcelo Gallardo, Horacio Amelli y Roberto Abbondanzieri, la recordada escena del arañazo. Por entonces, la prestigiosa psicóloga aplicada al deporte y titular de la cátedra en la Facultad de Psicología en la UBA, Liliana Grabín, me recordó que la violencia existente no se disipa, sino que se tranforma, se traslada, desde las tribunas al campo de juego ante la inexistencia de la barra rival para el enfrentamiento directo. Ahora nos preguntamos si esta ausencia de violencia en los estadios casi por decreto, desde la AFA, no se trasladará a otro orden, a otros días y a otros espacios sociales, o es que morirá allí, en el intento. Nos preguntamos si acaso puede esta sociedad violenta dejar de serlo sólo porque dirigentes sin la menor idea ni creatividad, decidieron que no haya convivencia para que entonces no haya violencia. Parece un razonamiento infantil. Por otra parte, estamos ante la presencia de otro hecho, paralelo, que no vimos que se haya mencionado mucho en los reiterados análisis sobre el fenómeno. Cada vez más, notamos que en los espacios públicos es difícil que grupos que defienden otra idea, otros colores, puedan convivir sin agredirse, sin insultarse, y ultimamente, sin aceptar al otro como tal, es decir, sin anular su propia existencia. Pasamos de "esta noche les tenemos que ganar" a "A esos putos les tenemos que ganar" y hasta al "jugadores, a ver si ponen huevos, no juegan contra nadie". Al menos antes eran horribles, o putos, pero eran. Hoy, ya ni siquiera son. "No jugamos contra nadie", "no existen". Ante ese peligro de negación del distinto, los dirigentes, en vez de buscar las raíces con seriedad, siguen en el mismo camino de la exclusión, todo por unos pocos pesos de más que la TV les da, para que no molesten, para que no chillen aunque sea dos días, para que Raúl Gámez, uno de los escasísimos quejosos, se callen de una buena vez.
Mientras gran parte del periodismo debate si Boca o River deberían traer a fulano o mengano, el fútbol se desangra, se vacía con estas medidas ineficaces por donde se las miren, pero además, entreguistas, y sólo el impecable Víctor Hugo Morales y su equipo de "Competencia", de Radio Continental (lo más digno, por lejos), mantiene su independencia de criterios y su profundidad. El resto, a callar complicemente, para luego en muchos casos, aparecer luego hipocritamente como "combativos y progres".
Pocos se preguntan a quién cuernos favorece más que los hinchas no puedan seguir a sus equipos como visitantes, o como bien sostienen Morales y su equipo, que la TV esclavice a los clubes aún pagando por año menos que el pase de un jugador al exterior. Y cuál es entonces el rol de Julio Grondona, presidente de la AFA y dirigente número dos del fútbol mundial, pero también, por qué el Estado no puede regular esta situación y terminar de una vez por todas con que buena parte del país sólo pueda ver a River o a Boca (ahora que irán siempre por TyC Max), en el rato que aparezcan en el "Fútbol Deprimente" de los domingos a la noche. Ni qué hablar de los tres minutos por reloj que tendrán los hinchas de Bánfield o Argentinos Juniors, por dar dos casos, que no tegan el dinero para pagar al menos una consumisión en un bar de cualquier punto del país.
Sin dudas, antes estaban balando para la televisión. Ahora, ya juegan decididamente para ella.
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