Este Atlético Madrid campeón de la Liga Española
quedará entre los mejores equipos de la historia, no sólo por el brillante
campeonato realizado, sino porque resultaba casi imposible aventurarlo cuando
comenzaba la temporada, con un presupuesto muchísimo menor que los dos
monstruos de la competición, el Real Madrid y el Barcelona, y por su
regularidad.
Este ciclo comenzado en diciembre de 2011, cuando el
Atlético Madrid atravesaba otro momento mediocre dirigido por Gregorio Manzano,
apeló a uno de sus ídolos en sus dos etapas como jugador, el argentino Diego
Simeone, que partía con las espaldas anchas por contar desde el inicio con el
afecto de la ruidosa afición del estadio Vicente Calderón.
Pero Simeone es mucho más que un ídolo de los
tiempos futbolísticos. Si es tan reconocido, al punto de aparecer en el himno
moderno del club compuesto por el popular cantautor Joaquín Sabina, es porque
entendió siempre como pocos lo que significa el Atlético, que tuvo que
atravesar duros momentos de zozobra institucional con los descalabros de la
familia Gil y Gil (con coletazos que permanecen), y en especial, un descenso a
Segunda, con dos temporadas hasta su definitivo regreso a la máxima categoría.
Simeone dotó a este equipo de su propio temperamento
y personalidad, más allá de irlo solidificando en nombres y resultados, hasta
llegar a un equipo consolidado, que ya comienza a acostumbrarse a ser
protagonista y pelear por todos los títulos.
Si algo faltaba, luego de haberle ganado la Europa
League al Athletic de Bilbao de Marcelo Bielsa sin atenuantes, o la Supercopa
de Europa al Chelsea, también por goleada, o la Copa del Rey al Real Madrid en
el Santiago Bernabeu, era ahora conseguir una Liga luego de 18 años (cuando
Simeone consiguió el gol del título), en un estadio tan difícil como el Camp
Nou, y cuando el Barcelona necesitaba una simple victoria para quitarle la
posibilidad.
En esos últimos noventa minutos, el Atlético Madrid
demostró todo, en una síntesis perfecta de lo que son estos años para este
equipo. Porque no sólo se encontró perdiendo por primera vez en seis partidos
de la temporada ante este mismo rival, lo que lo obligaba a remontar, sino que
sufrió el doble golpe de sus mejores jugadores lesionados casi desde el inicio
(Diego Costa y Arda Turán), obligando a dos cambios demasiado rápidos.
Nada amedrentó al Atlético Madrid. Ni siquiera eso.
Salió a la segunda parte a llevarse por delante al Barcelona, ante su gente y
en el Camp Nou, y en seis minutos ya había rematado un tiro al palo y el gran
defensor uruguayo Diego Godín había logrado el ansiado empate con un cabezazo.
Ese fue un enorme golpe de autoridad para los
rojiblancos, que ya no dejaron escapar esta hermosa chance de ser campeones y al
finalizar el partido, recibieron los hidalgos aplausos del público local, que
entendió la gesta de los madrileños.
Atlético Madrid no permitió ninguna derrota ante el
Barcelona en seis partidos de la temporada, con cinco empates y una victoria,
lo que de otra manera demuestra cabalmente que muchas veces la planificación,
el trabajo y la concepción de equipo puede llevar los éxitos demasiado lejos,
cuando no prima el conformismo.
Simeone es un joven entrenador, que tuvo un extraño
comienzo, porque había regresado a su país para terminar su carrera en el
equipo de sus amores (Racing Club) pero una de las sucesivas crisis en este
club (al cabo, lo más parecido al Atlético Madrid del otro lado del Océano
Atlántico) le generó la chance de pasar de ser jugador a entrenador sin tiempo
de pensarlo.
Su campaña en Racing fue aceptable, y al poco tiempo
saltó a Estudiantes de La Plata en 2006, y a tres jornadas del final del Torneo
Apertura se encontraba segundo, a seis puntos (sobre nueve en disputa) de un
Boca Juniors que era bicampeón argentino e iba por el tricampeonato.
Simeone no se detuvo a pensar en esto. Siguió
presionando, para quedar a cuatro puntos a falta de dos jornadas, a tres a
falta de uno, y consiguió llegar a forzar una final al igualar en puntos. Allí,
en esa final, perdía 1-0, pero acabó ganando 2-1 para consagrarse campeón.
Fue a un River Plate que llevaba cuatro años sin
títulos, y consiguió terminar allí con esa sequía en 2008 (aunque luego no le
fue bien en la temporada siguiente, en su peor etapa como entrenador, dejando
último al equipo a poco del final del torneo), y tras un paso por San Lorenzo
eligió comenzar su etapa europea en un club pequeño como el italiano Catania,
al que salvó de descender a segunda.
Fue allí cuando le llegó la chance de un Atlético
que no podía despegar y que hoy, dos años y medio más tarde, parece ir
edificando un imperio que puede prolongarse en pocos días, si el próximo 24 de
mayo, en Lisboa, llega a ganarle la Champions League a su vecino Real Madrid,
el que siempre lo miró de arriba hacia abajo y al que no podía ganarle un solo
partido en más de diez años.
Eso es hoy el Atlético Madrid: un equipo que no
conoce de límites. Que aceptó la salida de Sergio Agüero, pero vino Radamel
Falcao. Que aceptó la salida del colombiano para erigir a Diego Costa, y que
seguramente venderá a Diego Costa para levantar
a un nuevo delantero y convertirlo en figura.
Con jugadores inteligentes y de rendimientos
extraordinarios como el arquero belga Thibaut Courtois, consagrado ya como uno
de los mejores del mundo, una impecable zaga central con Godín y el brasileño
Joao Miranda, con un volante como Jorge Resurrección “Koke”, y el talento de
Arda Turan, y con un gran lateral izquierdo como el brasileño Filipe Luis.
Simeone supo motivar siempre a los suyos, les hizo
entender que no había imposibles ni en Madrid, ni en Barcelona ni en Londres, y
acabaron todos por creer que se podía.
Este Atlético Madrid se sacó de encima, por fin, el
sayo de equipo de mala suerte (tras aquella nefasta final de Copa de Europa
perdida sobre la hora ante el Bayern Munich en 1974, justo hace 40 años), o de
perdedor, y no importaron ni el dinero, ni los lesionados, ni las
transferencias, ni las condiciones de local o visitante, ni Lionel Messi ni
Cristiano Ronaldo.
Para eso, hay que ser muy fuerte y estar muy seguro.
Y Simeone y el “Aleti”, lo son.
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