martes, 13 de mayo de 2014

La selección habla desde su lista de 30



Muchas veces en este blog nos hemos referido a la diferencia, que no es sólo semántica, entre  “seleccionado” y “selección”. El primero, es un grupo de jugadores que cada tanto es convocado por el entrenador para afrontar distintos partidos para ir terminando de elegir a los que representarán al país en los torneos significativos, que terminan siendo los objetivos a cumplir.

La selección, en cambio, es ya ese grupo definitivo de jugadores, y esta lista de treinta que dio a conocer Alejandro Sabella, no es otra cosa que eso, una cantidad de futbolistas que considera que son los más aptos para ser convocados con miras a la fase final del Mundial de Brasil 2014.

Siempre, desde que la selección argentina tuvo repercusión mediática, cuando los tiempos se acercaron a este presente y se discutió sobre convocatorias con un criterio individual, se le dio mucha importancia a los nombres. Antes, no era así y hoy, hay demasiado espacio para discutir, para imponer, para operaciones para que tal jugador que se está quedando afuera juegue sus últimos cartuchos, hasta el punto de invitar a su casa a un periodista de la farándula para meter presión, a sabiendas de que desde arriba le suben el pulgar, aunque no quienes están a su par.

Todo es posible, y nadie mejor que Sabella lo sabe. Se conoce que para México 1986, Carlos Bilardo, el mismo que hoy comparte equipo como manager y antes estaba en la misma posición que hoy el director técnico de la selección argentina, dejó una lista en el edificio de la calle Viamonte y viajó a City Bell, lugar de concentración de Estudiantes de la Plata, para brindar con el entonces diez, así como con Marcelo Trobbiani y Miguel Russo.

Horas después, Sabella y Russo se enteraban de que habían sido reemplazados y no precisamente por Bilardo. Ricardo Bochini y Carlos Tapia, el primero por ser un ídolo del mandamás, y el segundo “porque hacía falta alguien de Boca”, ocupaban sus lugares, algo que se transformaría en una constante de pujas a la hora de la misma criba cada cuatro años porque como todo, no deja de ser una cuestión de poder, y el fútbol y el poder en la Argentina se entroncan demasiado.

Si para 1986 hubo tachaduras, el mayor ridículo hasta hoy se vivió días antes de Italia 90. Este periodista estuvo presente en la residencia presidencial de Olivos cuando aquel esperpento que protagonizó Carlos Menem, quien en una multitudinaria conferencia de prensa reveló que su coprovinciano Ramón Díaz, en ese momento figura en el Mónaco como gran delantero, no estaría en el Mundial “porque hablé a Nápoles por teléfono pero Diego Maradona le bajó el pulgar y no hay nada que hacer”. Y eso lo dijo el entonces presidente con un inmutable Bilardo sentado al lado, que no osó discutirle ni aclarar que el director técnico era él y no el primer mandatario.

Ya en el Mundial, caminando un día por el centro de Prensa Gaetano Scirea en Roma, junto al colega y amigo Jesús Ferro, alguien que nos escuchó hablando en castellano nos tocó la espalda desde atrás, un tipo regordete con acento francés (y algo más) que nos preguntó humildemente “por qué no está Marcicó en este equipo argentino” y nos contó que era figura absoluta en el equipo de su ciudad, Toulouse. Ante nuestro interrogante, se presentó como Just Fontaine, nada menos que el mayor goleador de un certamen entero en la historia de los mundiales (1958).

Cabe recordar que cuando el equipo argentino jugó horriblemente mal la mayoría de los partidos, con aquellos Dezotti, Balbo, Sensini, Basualdo y Calderón, Bilardo se justificaba con que “es lo que hay”, pero eso “que hay” es lo que él determinó que hubiera. Ni ustedes ni yo. También en aquella convocatoria se produjo la irritación de Luis Islas, que era efectivamente el mejor arquero, pero que no aceptó ser suplente de Nery Pumpido. No fue, el titular se lesionó y la historia de Sergio Goycochea es harto conocida.

Al regresar de ese Mundial, a Juan Simón le costó meses volver a ser aquel elegante defensor en Boca, contagiado seguramente por lo absurdo que vivió en ese mes en Italia.

Si con Alfio Basile no hubo mayores polémicas fue porque el 0-5 ante Colombia en setiembre de 1993 puso casi solo a Maradona en el equipo, y al final, terminó con las piernas cortadas.

La polémica volvió para Francia 1998 con convocatorias a todo jugador que perteneciera al mismo grupo empresario, y con uno de los pocos que no era de la escudería (Gabriel Batistuta) celebrando un gol con gestos significativos, apuntando al banco.

Tanto 1998 como 2002 transcurrieron sin títulos, en zonas grises y sin uno de los mejores jugadores de los últimos tiempos (al cabo, una característica argentina, de no saber aprovechar sus propios recursos, algo no sólo futbolístico, sino que el fútbol es algo más de su propia realidad). Juan Román Riquelme se quedó sin esos dos mundiales, sin demasiada explicación.

Para Alemania 2006, la polémica volvió con todo. Martín Demichelis, que ahora regresa al menos entre los 30, reconoció que hasta llegó a pensar en suicidarse, aunque más inexplicable fue el caso de Germán Lux. ¿Cómo puede ser que el arquero campeón olímpico con la valla invicta, en los Juegos Olímpicos 2004 y subcampeón de la Copa Confederaciones 2005, ni siquiera haya estado entre los tres del Mundial 2006?

La explicación pasa más por el hecho de que Oscar Ustari tuviera que entrar y que Leo Franco era del grupo de los juveniles que manejaba desde antes José Pekerman, por no hablar de la presión que algunos metieron para que Pablo Aimar no se quedara afuera, al igual que Lionel Scaloni. Pero nada fue ni parecido con la ausencia de Lionel Messi del partido decisivo de cuartos ante Alemania en Berlín.

Con Diego Maradona de DT para 2010, ya el show fue total. Con más de un centenar de jugadores convocados en menos de dos años y un caos generalizado, aparecieron veteranos como su amigo Martín Palermo, o los jugadores de Colón Diego Pozo y Ariel Garcé, y se quedaron afuera otros como Fernando Gago. No parecía primar la coherencia.

Y ahora lo que es de este tiempo. Un jugador como Carlos Tévez, con tantos títulos y figura reciente en la Juventus campeón, que es el único jugador que cuando se lo mencionan a Sabella, su respuesta, por todas, es que “el grupo está cerrado”, lo que no parece tener una explicación futbolística y en todo caso, reside en la dificultad de tener que recurrir a cuestiones psicológicas o conductuales.

Al principio afirmamos que en este tiempo del show todo pasa por lo individual porque no se plantea mucho “a qué jugamos” para luego determinar “con qué futbolistas lo haremos”,  sino, simplemente, quiénes deben estar o no. ¿En base a qué?

Este equipo argentino, lo hemos reiterado muchas veces, es demasiado vertiginoso. Tiene un gran ataque a mucha velocidad y todos pueden resolver a la perfección (más allá de los problemas físicos puntuales que cada uno pueda arrastrar hasta ahora).
El problema es qué hacer ante equipos que le quiten la pelota, la administren bien, la hagan circular y los de arriba se quejen porque la pelota no les llega para que luego puedan convertir.

Por eso, este es un equipo argentino más cercano al Real Madrid que al Barcelona, aunque tenga a Messi en sus filas. Porque juega de contragolpe y en tres toques puede llegar al gol, pero puede sufrir por no tener la pelota y porque sus defensores no parecen muy dúctiles a la hora de salir jugando desde abajo con prolijidad, ni hay un arquero como lo fueron Fillol, Santoro y tantos otros, sino apenas aceptables y el mejor, Wilñly Caballero, no está.

Sabella optó más por el grupo que por el equipo. Desde el grupo quiere llegar al equipo y no al revés, y la base es el sub-20 de Messi o su Estudiantes de La Plata de fines de la primera década del siglo XXI. Se la juega por eso, y por darle al genio de Messi, el marco de paz y armonía para que se sienta en el mejor de los mundos.


¿Alcanzará con eso para ganar el Mundial?

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