El vasto mundo
de los amantes del fútbol fue testigo de lo que ocurrió en Lisboa. La aceitada
máquina del Bayern Munich, que lleva 155 goles en la actual temporada, arrasó
con un penoso Barcelona, mucho más allá del lapidario 8-2 que podría decirlo
casi todo, y no sólo eliminó a los azulgranas de la Liga de Campeones de Europa
sino que los sumió en una profunda y ahora ineludible crisis, que aparece como
la crónica de una muerte anunciada.
Por los cuartos
de final de la Liga de Campeones de Europa se encontraron dos modelos que
podrían haber sido parecidos (clubes en los que los socios tienen
participación, ambos tienen cinco títulos continentales y gran poder y prestigio,
y ambos han defendido siempre el fútbol ofensivo, aunque cada uno con si
estilo), pero que uno es vigoroso presente (el de los alemanes) y otro, que
tuvo un ciclo brillante entre 2005 y 2013, se fue apagando hasta quedar muy
lejos de las potencias (el de los catalanes).
El Barcelona
tocó fondo ante acaso el peor rival que le podía tocar en una situación como la
que atravesaba: un equipo absolutamente dependiente del genio de un Lionel
Messi desgastado por la continua mala política de fichajes y desaciertos
institucionales, y con un cuerpo técnico con el que los jugadores mantenían
permanentes rispideces. Y enfrente, una máquina de atacar y mucho más que eso:
luego de varios meses de inactividad por la pandemia, puede sostener sin
problemas ochenta minutos de presión muy alta, casi en las barbas del arquero
rival, el también alemán Marc Ter Stegen.
En cierta forma,
el partido se pareció bastante, conceptualmente, a lo ocurrido entre las
selecciones de Alemania y Argentina en el Mundial de Sudáfrica 2010: era por
los cuartos de final, a partido único, un gran engranaje germano contra un
equipo que dependía de su genio (Messi), un gol inmediato para los europeos, y
luego, el desastre y la enorme diferencia en el marcador, que generó la
eliminación y la crisis.
Acaso este duro
golpe para el Barcelona, superado de principio a fin en toda la cancha por
fútbol, potencia y velocidad, sirva para una profunda autocrítica y que algunos
resultados de un pasado reciente no obnubilen sus decisiones próximas: el
equipo no venía jugando bien y se encontraba en una caída pronunciada desde que
Josep Guardiola, y luego Tito Vilanova, dejaron la conducción técnica. Desde ese momento, lo salvaron algunas de las
muchas estrellas que tenía (Xavi Hernández, Andrés Iniesta, a veces Gerard
Piqué, casi siempre Messi), pero ya no brillaba como antes, y con el paso del
tiempo y el retiro de las glorias, la dirigencia nunca supo manejar una
transición hasta encontrar otro plantel que aportara savia nueva.
De a poco, lo
que se llamó “ADN Barꞔa” se fue diluyendo, comenzaron los pelotazos, la falta
de aquellos conceptos tan claros sobre que es la pelota, al final, la que debe
correr, no acertaron en casi ningún fichaje gastando fortunas (mil millones de
euros en los últimos cinco años), y fueron dejando demasiado solo a Messi,
creyendo que con eso alcanzaría para siempre, hasta que el rosarino se retirara
siendo muy veterano, apostando a que había tiempo para los cambios.
El Bayern, el
equipo rival, también tuvo un gran ciclo en tiempos parecidos y de hecho, más
de una vez fue postergado por aquel Barcelona, pero su dirigencia (que incluso
hasta uno de sus máximos responsables, Uli Hoeness, aceptó ir a la cárcel y
purgar allí la pena por corrupción), entendió en un momento que los Arje
Robben, los Frank Ribéry, los Phillipp Lahm, estaban llegando al final de un
ciclo y que había que apostar a otra cosa, y ayudada por un contexto general
del fútbol alemán que supo leer el tiempo que llegaba, se lanzó a otra fórmula
con los Serge Gnabry, Alphonso Davies, Joshua Kimmich y apostó por Josep
Guardiola y otros entrenadores defensores del buen fútbol.
No es que el
Bayern haya aparecido ahora. Lo sostuvimos en la columna pasada: se trata de
una aceitada máquina para jugar al fútbol que en esta misma Champions le metió
un 6-0 a Estrella Roja, un 7-2 en Londres, al Tottenham de Mauricio Pochettino
(el que ahora está en el radar del Barcelona), y le hizo un total de siete al
Chelsea en los octavos de final. Es decir, nada nuevo y en todo caso, más de lo
mismo de lo bueno.
Y no se trata de
un equipo perfecto, porque el austríaco David Alaba no es marcador central sino
lateral y Jérome Boateng es un central alto y técnico, pero lento (fue el mismo
al que años atrás, Messi dejó sentado en el piso), y entonces puede sufrir
atrás, y por eso el Barcelona le pudo haber marcado hasta cinco goles. La virtud
es que el Bayern puede meter, a cambio, catorce del otro lado. No parece lo más
conveniente jugarle, a este equipo, con la estrategia del golpe por golpe.
Hay que puntualizar
también que referirse hoy al Bayern y al Barcelona, con las enormes diferencias
que existen entre ambos, es también contextualizar en lo que son sus
organizaciones y por más que la Liga española venda espejitos de colores y nos
llegue más fácil por la cercanía cultural y social, está, en este tiempo,
bastante lejos de la alemana, que va creciendo cada vez más en su juego, su
organización y hasta su reparto más equitativo entre los clubes, y con estadios
llenos en casi todos los partidos.
El fútbol alemán
entendió bien, después de la mala experiencia en Francia 1998, que había que
cambiar (como ahora lo comprenden los italianos) y entonces llegaron Jürgen
Klinsmann y Joachim Löw a la selección, y apareció una gran generación de
entrenadores que plantean un fútbol ofensivo, al compás de una gran apuesta del
Bayern por Josep Guardiola entre 2013 y 2016, que sigue dando frutos. No es
casual que tres de los semifinalistas de esta Champions, Hans-Dieter Flick
(Bayern), Thomas Tuchel (PSG) y el joven Julian Nagelsmann (RB Leipzig), sean
alemanes, y que quien ha provocado una revolución en el fútbol moderno, Jürgen
Klopp (Liverpool, el actual campeón mundial) también lo sea.
El Barcelona
tiene que cambiar, pero de nada sirve seguir con anuncios rimbombantes que
pasen por fichajes estrella o entrenadores de renombre. Sin proyecto y sin
ideas, no hay paraíso, por más genios que haya. Tal vez el secreto de la
reinvención, que algún día tenía que llegar, no pase por el dinero sino por
tener claros los conceptos: más divisiones inferiores (La Masía), más apuesta
por el buen fútbol y por coherencia institucional, que por el marketing fácil.
Y retener a Messi, que el 30 de junio puede quedar libre, y que está harto de
todo.
Tendremos
semifinales franco-alemanas, entonces, el martes con un PSG repleto de
estrellas que por primera vez con ellas llega a instancias decisivas luego de
años aciagos, y un Leipzig más basado en una estructura colectiva ante la
salida de su goleador Timo Werner, transferido al Chelsea. Y del otro lado, el
miércoles, con un sorprendente Olympique de Lyon, que eliminó con contundencia
al Manchester City de Guardiola, y el Bayern Munich, y sin equipos españoles
como no ocurría desde la temporada 2006/07. El paso del tiempo es inexorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario