viernes, 14 de agosto de 2020

La máquina del Bayern arrasa con los restos del ciclo del Barcelona (Jornada)


 

El vasto mundo de los amantes del fútbol fue testigo de lo que ocurrió en Lisboa. La aceitada máquina del Bayern Munich, que lleva 155 goles en la actual temporada, arrasó con un penoso Barcelona, mucho más allá del lapidario 8-2 que podría decirlo casi todo, y no sólo eliminó a los azulgranas de la Liga de Campeones de Europa sino que los sumió en una profunda y ahora ineludible crisis, que aparece como la crónica de una muerte anunciada.

Por los cuartos de final de la Liga de Campeones de Europa se encontraron dos modelos que podrían haber sido parecidos (clubes en los que los socios tienen participación, ambos tienen cinco títulos continentales y gran poder y prestigio, y ambos han defendido siempre el fútbol ofensivo, aunque cada uno con si estilo), pero que uno es vigoroso presente (el de los alemanes) y otro, que tuvo un ciclo brillante entre 2005 y 2013, se fue apagando hasta quedar muy lejos de las potencias (el de los catalanes).

El Barcelona tocó fondo ante acaso el peor rival que le podía tocar en una situación como la que atravesaba: un equipo absolutamente dependiente del genio de un Lionel Messi desgastado por la continua mala política de fichajes y desaciertos institucionales, y con un cuerpo técnico con el que los jugadores mantenían permanentes rispideces. Y enfrente, una máquina de atacar y mucho más que eso: luego de varios meses de inactividad por la pandemia, puede sostener sin problemas ochenta minutos de presión muy alta, casi en las barbas del arquero rival, el también alemán Marc Ter Stegen.

En cierta forma, el partido se pareció bastante, conceptualmente, a lo ocurrido entre las selecciones de Alemania y Argentina en el Mundial de Sudáfrica 2010: era por los cuartos de final, a partido único, un gran engranaje germano contra un equipo que dependía de su genio (Messi), un gol inmediato para los europeos, y luego, el desastre y la enorme diferencia en el marcador, que generó la eliminación y la crisis.

Acaso este duro golpe para el Barcelona, superado de principio a fin en toda la cancha por fútbol, potencia y velocidad, sirva para una profunda autocrítica y que algunos resultados de un pasado reciente no obnubilen sus decisiones próximas: el equipo no venía jugando bien y se encontraba en una caída pronunciada desde que Josep Guardiola, y luego Tito Vilanova, dejaron la conducción técnica.  Desde ese momento, lo salvaron algunas de las muchas estrellas que tenía (Xavi Hernández, Andrés Iniesta, a veces Gerard Piqué, casi siempre Messi), pero ya no brillaba como antes, y con el paso del tiempo y el retiro de las glorias, la dirigencia nunca supo manejar una transición hasta encontrar otro plantel que aportara savia nueva.

De a poco, lo que se llamó “ADN Barꞔa” se fue diluyendo, comenzaron los pelotazos, la falta de aquellos conceptos tan claros sobre que es la pelota, al final, la que debe correr, no acertaron en casi ningún fichaje gastando fortunas (mil millones de euros en los últimos cinco años), y fueron dejando demasiado solo a Messi, creyendo que con eso alcanzaría para siempre, hasta que el rosarino se retirara siendo muy veterano, apostando a que había tiempo para los cambios.

El Bayern, el equipo rival, también tuvo un gran ciclo en tiempos parecidos y de hecho, más de una vez fue postergado por aquel Barcelona, pero su dirigencia (que incluso hasta uno de sus máximos responsables, Uli Hoeness, aceptó ir a la cárcel y purgar allí la pena por corrupción), entendió en un momento que los Arje Robben, los Frank Ribéry, los Phillipp Lahm, estaban llegando al final de un ciclo y que había que apostar a otra cosa, y ayudada por un contexto general del fútbol alemán que supo leer el tiempo que llegaba, se lanzó a otra fórmula con los Serge Gnabry, Alphonso Davies, Joshua Kimmich y apostó por Josep Guardiola y otros entrenadores defensores del buen fútbol.

No es que el Bayern haya aparecido ahora. Lo sostuvimos en la columna pasada: se trata de una aceitada máquina para jugar al fútbol que en esta misma Champions le metió un 6-0 a Estrella Roja, un 7-2 en Londres, al Tottenham de Mauricio Pochettino (el que ahora está en el radar del Barcelona), y le hizo un total de siete al Chelsea en los octavos de final. Es decir, nada nuevo y en todo caso, más de lo mismo de lo bueno.

Y no se trata de un equipo perfecto, porque el austríaco David Alaba no es marcador central sino lateral y Jérome Boateng es un central alto y técnico, pero lento (fue el mismo al que años atrás, Messi dejó sentado en el piso), y entonces puede sufrir atrás, y por eso el Barcelona le pudo haber marcado hasta cinco goles. La virtud es que el Bayern puede meter, a cambio, catorce del otro lado. No parece lo más conveniente jugarle, a este equipo, con la estrategia del golpe por golpe.

Hay que puntualizar también que referirse hoy al Bayern y al Barcelona, con las enormes diferencias que existen entre ambos, es también contextualizar en lo que son sus organizaciones y por más que la Liga española venda espejitos de colores y nos llegue más fácil por la cercanía cultural y social, está, en este tiempo, bastante lejos de la alemana, que va creciendo cada vez más en su juego, su organización y hasta su reparto más equitativo entre los clubes, y con estadios llenos en  casi todos los partidos.

El fútbol alemán entendió bien, después de la mala experiencia en Francia 1998, que había que cambiar (como ahora lo comprenden los italianos) y entonces llegaron Jürgen Klinsmann y Joachim Löw a la selección, y apareció una gran generación de entrenadores que plantean un fútbol ofensivo, al compás de una gran apuesta del Bayern por Josep Guardiola entre 2013 y 2016, que sigue dando frutos. No es casual que tres de los semifinalistas de esta Champions, Hans-Dieter Flick (Bayern), Thomas Tuchel (PSG) y el joven Julian Nagelsmann (RB Leipzig), sean alemanes, y que quien ha provocado una revolución en el fútbol moderno, Jürgen Klopp (Liverpool, el actual campeón mundial) también lo sea.

El Barcelona tiene que cambiar, pero de nada sirve seguir con anuncios rimbombantes que pasen por fichajes estrella o entrenadores de renombre. Sin proyecto y sin ideas, no hay paraíso, por más genios que haya. Tal vez el secreto de la reinvención, que algún día tenía que llegar, no pase por el dinero sino por tener claros los conceptos: más divisiones inferiores (La Masía), más apuesta por el buen fútbol y por coherencia institucional, que por el marketing fácil. Y retener a Messi, que el 30 de junio puede quedar libre, y que está harto de todo.

Tendremos semifinales franco-alemanas, entonces, el martes con un PSG repleto de estrellas que por primera vez con ellas llega a instancias decisivas luego de años aciagos, y un Leipzig más basado en una estructura colectiva ante la salida de su goleador Timo Werner, transferido al Chelsea. Y del otro lado, el miércoles, con un sorprendente Olympique de Lyon, que eliminó con contundencia al Manchester City de Guardiola, y el Bayern Munich, y sin equipos españoles como no ocurría desde la temporada 2006/07.  El paso del tiempo es inexorable.

 

 

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