Si hay algo que saben con certeza los dirigentes de la FIFA es que todo es relativo, y que todo, o casi todo, es objeto de manipulación en el sentido que más conviene. En este caso, en los afiebrados días previos a la reelección de Joseph Blatter como presidente, en la nueva casa que construyó en Zurich, los popes máximos del balompié mundial decidieron que no se pueden jugar más partidos oficiales a más de 2500 metros de altura.
Para muchísimos países, esta es una decisión o bien poco trascendente, o bien favorable, especialmente si se trata de aquellos que tienen el llano como geografía, y que, casualmente, son los que siempre fueron potencia o predominaron en el continente sudamericano, como Argentina y Brasil, a los que podríamos sumar, más por pasado que por presente, al Uruguay.
Paradójicamente, los dirigentes de las federaciones de estos países (cuestionados por sus pares restantes de Sudamérica que muchas veces los vincularon con ciertas prácticas mafiosas o al menos, dudosas), no se quejaron nunca de tener que ir a jugar a la altura de La Paz (Bolivia), Quito (Ecuador) o Cuzco (Perú) hasta que el fútbol se emparejó en los últimos tiempos, y las derrotas comenzaron a ser más frecuentes, en especial, desde que el poderoso Brasil tuvo una seguidilla de derrotas en esos lugares por eliminatorias para los mundiales.
Nadie discute demasiado el tema científico. Es evidente que quien vive en el llano, al llegar a zonas más altas, tiene problemas de respiración porque disminuyen los glóbulos rojos, y esto lo notará cualquiera que viaje en condiciones normales, lo que de todos modos cambia si cualquier persona se mantiene en la altura varios días. Esto es: para un torneo largo, como podría ser una Copa América, la excusa de la altura como influencia para bajar el rendimiento deportivo, no es válida.
En 1973, para las eliminatorias para llegar al Mundial de Alemania Federal 1974, un seleccionado argentino, dirigido por Enrique Omar Sívori, decidió preparar un equipo B, para enfrentar a Bolivia en la altura, al que se lo llamó desde la prensa, “la selección fantasma”. Los titulares, o el equipo A, quedaron en Buenos Aires concentrados para el resto de los partidos del grupo (que completaba Paraguay), y el segundo equipo se trasladó a Bolivia varios días antes para prepararse, equilibrar los organismos, y jugar de igual a igual al conjunto local. El resultado fue favorable a los argentinos por 0-1 con gol de Oscar Fornari.
Ese trabajo de preparación estuvo a cargo de un gran científico argentino, el recordado doctor Bernardo Losada, indiscutido conocedor de la preparación atlética, y sin embargo, pocas veces se lo emuló. Sólo recordamos el trabajo hecho por otra selección argentina el Tilcara, Jujuy, también en una zona de altura, con vistas al Mundial de México 1986. Ese equipo, posteriormente, ganó el Mundial.
Sin embargo, lo que suele primar en estos tiempos en los que el fútbol se juega cada día más en los despachos que en los campos de juego, y más en la diplomacia que con la pelota, son las quejas, que dependiendo de donde vengan, sirven para modificar o no lo ya dado.
Para poner un ejemplo de esto de la altura, supongamos que los lectores de esta columna, un día se desayunan con que la FIFA decidió no jugar más partidos oficiales en Japón por considerar que el país se encuentra muy lejos de los europeos o sudamericano y el viaje de los planteles genera un cansancio demoledor.
Es de esperar que el público japonés, la prensa, y sus dirigentes, se sientan obviamente discriminados por las autoridades de la FIFA. Esto mismo pasa con los ecuatorianos, peruanos o bolivianos, que siempre han jugado de locales en ciudades altas, y es posible que hayan sacado partido de esta situación, así como otros equipos sacan partido de otras situaciones favorables. Pero no se puede negar, en nombre del perjuicio de los poderosos, que cada país tiene su propia realidad y es una condición necesaria de un fútbol igualitario, contemplar esta realidad en cada lugar del mundo.
No se puede privar al público de ver fútbol por cuestiones extradeportivas. Brasil, Argentina o Uruguay ganaron muchas veces en la altura, y sólo se quejaron cuando los resultados no les fueron favorables. Nos hacen recordar a la fábula de la zorra y las uvas, de Esopo. La zorra ya no intentaba tomar las uvas bajo cualquier excusa, sólo porque estaban más lejos y había que realizar mayores esfuerzos, y de esta manera, se autoengañaba, se autojustificaba. Los zorros de hoy son Argentina, Brasil o Uruguay, que ven que ya no es tan fácil ganar lo que antes se ganaba, y recurren al enorme poder que tienen como aliados de Blatter, quien no parece proclive a recibir, por ejemplo, a Evo Morales, el presidente boliviano que ama el fútbol y que hizo gestiones para explicarle al suizo el por qué se trata de una soberana injusticia.
Acaso la mejor frase la haya dado un ex jugador argentino de los años cuarenta, cuando su selección daba conciertos de fútbol por todo el continente sudamericano, cuando Bolivia, Perú o Ecuador no eran rivales, y mucho menos de Brasil. Cuando se le consultó por qué no se quejaban antes, cuando había menos avances científicos y de todos modos había que trasladarse a tantos metros de altura, su respuesta fue contundente e irónica: “es que antes no había altura”.
S.L.
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1 comentario:
Sergio, tu razonamiento es locuaz pero no del todo convincente. Las selecciones de Bolivia y Perú, está sólo en algunos casos, juegan sus partidos de clasificación en la Altura con el objetivo de lograr una ventaja extradeportiva y no porque su orografía se lo imponga. Es más, la mayor parte de las competiciones locales en estos países se desarrollan a nivel del mar, y no en la altura. Este hecho deja en evidencia que lo que estas federaciones persiguen es, simplemente, lograr una ventaja extradeportiva apurando al máximo el reglamento.
Es como si Rusia decidiera llevar sus partidos a la estepa siberiana en invierno o jugar en algún campito perdido entre los Urales. A que no tendría mucho sentido? Entonces porque disputar partidos en La Paz y no en Santa Cruz de la Sierra por ejemplo. O porque abandonar el tradicional feudo Peruano en Lima. Blatter no es santo de mi devoción, pero creo que en este caso ha acertado.
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