El pasado fin de semana arrojó en el fútbol argentino dos nuevas muertes, una, más promocionada por tratarse de un hincha de un club de los llamados “grandes”, Vélez Sársfield, y la otra, con mucha menos publicidad, una chica cerca de un estadio del norte del país, en un torneo regional, que acapara menos la atención de los medios, en tanto que una tercera joven se halla internada en grave estado en otra ciudad del oeste, producto de un tercer hecho violento.
Para la mayor parte de los argentinos que siguen el fútbol o lo conocen aunque sea como información cotidiana, estos hechos son dolorosos pero difícilmente sean una novedad, acostumbrados como están a tanta violencia que fueron generando los llamados “barras bravas”, los ultras locales con que cuenta cada uno de los equipos que juegan en los principales torneos oficiales.
Pero lo que ya genera mayor estupor, si bien tampoco sorpresa, es que en el caso del hincha de Vélez Emanuel Alvarez, de 21 años, asesinado de un balazo antes del partido que su equipo iba a jugar ante San Lorenzo por el Torneo Clausura, cuando se dirigía al estadio junto a otros simpatizantes en distintos autobuses, es que sabiendo lo ocurrido, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) no sólo aceptara seguir jugando los partidos correspondientes a la jornada, sino que hasta llegó a decir que suspender la fecha “sería darle la razón a los violentos”.
Desde ya que ni mención de la muerte de la joven Sabrina (cuyo apellido no se dio a conocer por tratarse de una menor de edad) poco antes del clásico de la ciudad de Salta, en el norte argentino, entre Gimnasia y Tiro y Central Norte, cuando en un confuso episodio y cuando se dirigía al estadio junto con un grupo de simpatizantes, fue alcanzada por una bala en el cruce con una avenida en la que transitaba la barra rival.
En la misma jornada del Torneo Clausura, el árbitro tuvo que suspender el partido entre Gimnasia y Esgrima de Jujuy (un día antes de los luctuosos episodios relatados más arriba) “por falta de garantías”, y desde ya que si no se jugó el partido entre Vélez y San Lorenzo, no fue porque los dirigentes por una vez se dieron cuenta de que acaso por un mínimo respeto y por reflexión, la jornada no daba para que los partidos se disputasen.
El partido entre Vélez y San Lorenzo no se terminó jugando tan sólo porque desde la desesperación y el mismo sentido común (que no por nada es el menos común de los sentidos), un grupo de hinchas de Vélez, ya apostados en su tribuna a poco de comenzar el juego, enterados del asesinato de otro simpatizante del equipo, presionaron con todas sus fuerzas para alertar a sus jugadores, que ya habían salido al campo, de lo ocurrido y para que el partido no se jugase. Así fue que apenas se necesitaron minutos para que los jugadores de Vélez se acercaran a la tribuna, pidieran calma, entendiendo lo ocurrido, y se apersonaron al árbitro internacional Héctor Baldassi para que éste suspendiera el partido, cosa que el juez aceptó, al igual que los jugadores rivales, en un gesto de cordura que no pudo verse en la nefasta dirigencia del fútbol argentino.
Pero lejos de haber terminado allí el recuento de episodios violentos, resta por relatar el durísimo enfrentamiento entre dos sectores de la poderosa barra brava de Boca Juniors, en disputa de posiciones debido a que su máximo jefe, Rafael Di Zeo, cumple una condena en la cárcel por cuatro años y tres meses por delito de coacción agravada por uso de armas contra otras hinchadas.
Desde el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se explicó que no hay sanción para Boca Juniors debido a que el enfrentamiento entre los violentos ocurrió “fuera de las instalaciones deportivas”, una forma de escudarse de la dirigencia para no castigar a los clubes en hechos violentos, aunque cabe aclarar que en este caso, se agrava la situación porque el nuevo alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, es al mismo tiempo (por una razón judicial debido a que el club debe volver a llamar a elecciones), presidente de Boca Juniors.
Lo que termina siendo claro es que cada vez es mayor la violencia que genera el propio fútbol argentino, más allá de las situaciones de violencia social que puedan incidir, y que el país puede atravesar una situación difícil en cuanto a hechos delictivos, pero eso no tiene rlación directa con que la dirigencia del fútbol permita que se sigan jugando los partidos cuando se producen dos muertes en el mismo día, y hasta alientan que se juegue.
En países como Italia o Francia, las recientes aisladas muertes de simpatizantes (uno por país en los últimos años), generaron escándalo y paralización del fútbol por un largo tiempo, y días pasados, por su propia motivación, Gianfranco Totti ingresó al derby entre Roma y Lazio acompañado de un familiar de Gabriele Sandri, el muchacho asesinado hace escasas semanas e hincha de Lazio. Cabe aclarar que Totti juega en la Roma.
En la Argentina la lista de muertos ya suma 225 desde que el fútbol se juega oficialmente, y sin embargo, no hay debates serios ni parece haber voluntad para solucionar el grave problema que afecta cada vez más a sus amenazados torneos.
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