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No era un clásico más para River Plate. Era la
oportunidad de lavar, por fin, algunas de sus máximas heridas y ante el rival
histórico, aquél que disfrutó, con cierta discreción, de su descenso y su
reciente calvario.
Era el momento de enfrentarlo en su propia casa, en
el Monumental, con su gente en mayoría, con un Boca Juniors en baja pronunciada
de fútbol, sin su gran ídolo y referente futbolístico, Juan Román Riquelme, y a
la deriva con su director técnico, Julio César Falcioni, y con su plantel
cuestionado en actitud hasta por su propio presidente, Daniel Angelici.
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