Muy pocas veces en el fútbol, como en cualquier
actividad, se llega a la cima. Cuesta mucho arribar a ese lugar, y mucho más
aún, mantenerse.
En el fútbol, las oportunidades son contadas, máxime
cuando se trata de entrenar a un equipo de élite no teniendo a priori un
apellido deslumbrante desde los tiempos de jugador, como le sucedió a Tito
Vilanova, que tras ser ayudante de Josep Guardiola en el Barcelona, tuvo la
posibilidad de dirigir al mejor equipo del mundo desde la temporada pasada.
Sin embargo, ni aún con el título de Liga Española,
ni con los cien puntos conseguidos, Vilanova pudo mantener una absoluta
regularidad en el cargo, teniendo que ser reemplazado por Jordi Roura en muchas
ocasiones, debido a un tumor en la glándula parótida, que generó un tratamiento
complicado en un hospital de Nueva York.
Cuando parecía que lo más duro había terminado, y
por fin Vilanova regresaba para encarar una nueva temporada pensando en la
conformación del plantel y la llegada de algunos refuerzos como el confirmado
del brasileño Neymar, el entrenador sorprendió a todos cuando informó a los
dirigentes que debía retomar el tratamiento y que por lo tanto, no se sentía en
condiciones de dar todo su tiempo para un trabajo como éste.
La salida de Vilanova a esta altura es un triple
golpe para el Barcelona. Primero, por ser una persona muy querida en el club,
en el que viene trabajando desde hace años desde la etapa de los juveniles.
Segundo, porque se suma al caso de Eric Abidal, que no se fue de la manera
deseada tras padecer un cáncer, porque el defensor francés quería quedarse pero
el club le comunicó que no se lo tendrá en cuenta, y se marchó al Mónaco. Y
tercero, porque esta situación se produce con la pretemporada casi en marcha y
el vestuario mentalizado en cierta continuidad, que ahora parece en peligro.
Paradójicamente, Vilanova deja su cargo a pocos días
del que iba a ser el segundo amistoso del Barcelona como preparación para la
temporada 2013/14 ante el Bayern Munich, justo cuando hace días, mantuvo una
dura polémica con Guardiola y en la que también estuvo involucrada la
dirigencia del Barcelona.
Guardiola había sorprendido en una conferencia de
prensa desde Alemania, cuando manifestó que la dirigencia del Barcelona había
utilizado la enfermedad de Vilanova contra él y que eso no lo olvidaría jamás,
algo que fue desmentido por el presidente Sandro Rosell y por el director
deportivo, Andoni Zubizarreta.
El propio Vilanova no tuvo contemplaciones con su ex
compañero y para sorpresa de la mayoría, dijo públicamente que se sentía dolido
con Guardiola y que como amigo que lo considera, esperaba que lo hubiera
visitado más seguido en el hospital de Nueva York, a donde el actual entrenador
del Bayern pasó un año sabático.
Más allá de estas polémicas, habrá que ver cómo
repercute la salida de Vilanova en lo anímico pero también en lo futbolístico
en lo que ya parece un mal comienzo de temporada para el Barcelona, con algunas
salidas extrañas de jugadores y salvo por la llegada de Neymar, lo que parece
ser un debilitamiento de la plantilla.
La salida de algunos juveniles como Gerard Deulofeu
al Everton, Jonathan Dos Santos a la Real Sociedad, Rafinha al Celta, o el pase
demasiado barato de David Villa al Atlético Madrid, así como la de Abidal al
Mónaco, y cuando no está descartada la de Cesc a la Premier League, genera
muchos interrogantes debido a que no hubo demasiados reemplazos y sólo Sergi
Roberto aparece como canterano de peso entre los que suben con protagonismo al
primer equipo.
Ahora, sin embargo, ya no están en juego sólo
grandes nombres de futbolistas por venir (Thiago Silva, David Luiz, Wayne
Rooney) sino la llegada de un entrenador que no sólo represente una continuidad
en la filosofía de juego, sino que sea aceptado en el vestuario.
En este sentido, parece que en la danza de
entrenadores posibles hay dos que quedaron en el primer plano. Luis Enrique,
asturiano que ha jugado también en el Real Madrid, pero identificado con el
Barça tras ocho temporadas como volante entre 1996 y 2004, y que luego
dirigiera al Barcelona B, y el argentino Gerardo Martino, a quien nos referimos
en la columna pasada, con el notable éxito con Newell’s Old Boys, campeón del
Torneo Final en su país, y semifinalista de la Copa Libertadores de América.
Tanto Luis Enrique como Martino profesan el mismo
gusto por el juego de dominio y posesión del balón, asociado, de ataque
constante, de triangulaciones, y si bien el primero tiene más peso en el
barcelonismo, el segundo tiene una trayectoria más extensa, no sólo en equipos
de ascenso de su país sino que obtuvo varios títulos con Libertad y Cerro
Porteño en Paraguay y hasta dirigió a la selección guaraní en el Mundial de
Sudáfrica 2010, en el que estuvo a muy poco de eliminar a España en cuartos de
final.
Martino luego llegó con Paraguay a la final de la
Copa América de Argentina, perdiendo ante Uruguay en la definición, y allí dejó
el cargo para recalar en Newell’s, con gran campaña hasta que renunció días
atrás.
En cuanto a la recepción del vestuario, es evidente
que Luis Enrique tiene más consenso entre los jugadores veteranos, con los que
llegó a ser compañero a finales de los noventa, como Xavi o Puyol, y es
apuntalado por la prensa catalana como los diarios deportivos “Sport” y “Mundo Deportivo”
o TV3, el canal oficial de la región.
Martino cuenta con el nada desdeñable sostén de Leo
Messi, también ligado sentimentalmente a Newell’s (el club de cuando era niño,
en Rosario) y fue ídolo del padre del mejor jugador del mundo, Jorge Messi, cuando
se destacaba en los años ochenta como un muy técnico volante central.
Más allá de Martino o Luis Enrique, lo importante
sigue siendo la persona, como dijo Rosell, el presidente del Barcelona. Y es
evidente que Vilanova dejó su cargo para jugar un partido mucho más importante:
el de la vida misma.
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