Y de repente, Boca Juniors, tras un verano para el
olvido, que incluyó una dura derrota oficial ante San Lorenzo por una Supercopa
que nunca debió jugarse (pero la TV manda en estos tiempos), parece haber
recuperado, y hasta en cierta forma, sobrepasado, la memoria no sólo por el
resultado de 4-1 ante un irregular Newell’s Old Boys, sino por un funcionamiento
colectivo que no llegó a tener en 2015, ni siquiera en el segundo semestre
cuando fue bicampeón (torneo y Copa).
La gran pregunta es si en apenas una semana, muchos
jugadores que no daban pie con bola, que aparecían lentos, muy faltos de
fútbol, y en algunos casos, con llamativos errores y torpezas cuando nos
referimos a cracks probados, llegados de Europa en su plenitud, pudieron
cambiar tanto como para ofrecer el muy buen espectáculo del sábado por la noche
en la Bombonera y dejar casi todo lo demás muy atrás y hasta proyectar a un
Boca “casi normal” al debut por la Copa Libertadores el próximo miércoles en
Colombia.
¿Es posible que el mismo jugador, gran figura en los
mejores equipos del mundo, y que había sido fundamental para la conquista de
los dos títulos en 2015, y traído especialmente por las elecciones en el club,
pudiera ser tan ineficaz ante los arqueros, o que rematara al quinto piso de la
tribuna en un tiro libre, y que apenas diez días más tarde fuera tan certero,
tan concreto y tan habilidoso, y que eso no fuera un mero proceso lógico de
adquisición de confianza?
Por estos días han aparecido intentos de explicar
este repentino cambio de Boca, de algunos jugadores de renombre, desde el
factor puramente psicológico sin tomar en cuenta otros, como la propia
voluntad. Es decir, lo “consciente” por encima de lo “inconsciente”, o bien
desde la propia confianza colectiva en el juego, como si no existieran otros
hechos decisivos.
Desde los años sesenta, en el fútbol argentino
apareció una línea desde los medios que comenzó a analizar todo en clave
tecnócrata. A caballo de los hechos del Mundial de Suecia 1958, cuando la
selección argentina fue duramente derrotada por alemanes y especialmente
checoslovacos, el debate sobre “a qué jugar” se derivó en la búsqueda de la más
lejana influencia: en vez de copiar al campeón, además vecino, Brasil, con su
fútbol brillante, se optó por la fórmula europea: disciplina, estado físico,
olvidarse progresivamente de la pelota, lo que fue acompañado de un periodismo
tacticista y que encontró toda explicación en cuestiones tácticas. Ese
periodismo, funcional al nuevo negocio del fútbol que trajeron dirigentes como
Antonio Liberti (River) y Alberto J Armando (Boca), nunca buceó en otras causas
para explicar, por ejemplo, el ocaso del espectáculo.
A cierto periodismo “oficial” nunca le interesó bucear
en otras causas. Hay demasiados intereses en juego y eso hizo también que en
los últimos tiempos aparecieran analistas con pasado futbolero que pudieron
interpretar aún mejor que los propios periodistas, lo que ocurre en el campo de
juego ante los otros, demasiado metidos en el show que respalde los negocios
del presente.
Pero esos medios, desde donde nos cuentan, desde
donde los analizan, no pueden meterse con cuestiones de ese mismo negocio
porque son ellos el negocio, a tal punto que uno de los principales diarios
titula con un crack antes que con Boca y un canal de TV por cable tuvo
absolutos privilegios en la mismísima presentación de ese crack, luego
comprobados en el puente que significó un estentóreo affaire político
pre-electoral.
El periodismo ligado al fútbol dejó de ser, desde
hace rato, sólo el que nos cuenta la táctica, lo que pasa en el terreno de
juego. Es nuestra función analizar y profundizar en todas las causas y una de
ellas, guste o no, es la de los jugadores que se asumen como poderes fácticos
una vez que el club les da todo para que lo sean.
Y si el equipo no rinde justamente cuando algunos
jugadores de peso de ese equipo comienzan a fallar lo inexplicable, cuando
pierden balones que jamás perdieron (ni posiblemente perderán), cuando son
buscados para respaldar al DT desde los micrófonos más pesados y eluden el
convite (cuando sus compañeros manifiestan apoyo explícito por el mismo DT), y
cuando un jugador en cuestión podía venir en carácter de libre en 2016 pero
para favorecer a los dirigentes llegó un año antes, generando un gasto (aún no
aclarado del todo) de más de 5 millones de euros), es insoslayable bucear en
causas no deportivas, por más que esto nos genere rencores, opiniones en contra
o fuertes disidencias.
Lo que haya sucedido en la última semana, en la que
todo indica que volvió la paz a Boca y todos parecen ahora sí haber decidido
estrechar filas con Arruabarrena, el tiempo lo dirá. Pero eso no quita señalar
y subrayar que sí pasaron cosas en el vestuario hasta hace diez días.
También a principios de esta temporada, los
jugadores del Real Madrid negaron malestar con su ex entrenador Rafa Benítez.
Esa negativa fue terminante. Bastó que se fuera y llegara Zinedine Zidane para
que muchos reconocieran que no jugaban con las mismas ganas en la etapa
anterior. Es el tiempo el que pone las cosas en su lugar.
A veces, una reunión a tiempo puede ser decisiva. Lo
fue en Barranquilla antes del Mundial de México 1986 y esa selección argentina
no paró hasta ganar el título. ¿Eso quita que antes jugaba mal y el plantel
estaba dividido? Desde ya que no.
Alguna vez alguien muy importante dijo que el
periodismo está para señalar aquello que los protagonistas no quieren que se
sepa. Su rol es fiscal, no es quedar bien con nadie, ni tiene compromisos con
nadie que no sea su propio público.
Con cama o sin cama, bienvenidos al periodismo.
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