Desde
Zurich
Nada es casual. O casi nada. Y mucho menos en la
diplomacia del fútbol, que ya hace rato dejó de ser un deporte para
transformarse en un tremendo fenómeno de masas, para pasar a ser una religión
de la pelota desde hace muchos años y con demasiados intereses en juego, entre
ellos, sin dudas, los geopolíticos.
Por eso, no resultó para nada sorprendente que
cuando se supo que el jeque de Bahrein Salman Ben Ibrahim Al Khalifa había
sacado 88 votos y el ítalo-suizo Gianni Infantino suspiró de alivio y se dejó
caer en la silla, emocionado al enterarse de que era desde ese momento el nuevo
presidente de la FIFA, los dirigentes uruguayos se abalanzaran sobre él y a los
pocos segundos cantaban juntos “Uruguay, Uruguay”, y también el presidente de
la Federación de los Estados Unidos, Sunir Gulati, era otro de los cercanos.
Es que tanto Uruguay como Estados Unidos tuvieron
gran incidencia en el éxito de Infantino, porque fueron fundamentales en
convencer a algunos votantes díscolos o dubitativos tanto de la Conmebol como
de la CONCACAF y con todo lo discutido que es Angel Villar, el presidente de la
Federación Española y vice de la FIFA, también éste terminó aportando muchos
votos de la UEFA.
Si la UEFA aportó 50 de los 54 votos, es decir que
pudo bloquear la influencia rusa y de los países del este europeo, qué decir de
la Conmebol, que aportó, por fin como bloque, los 10 votos de su confederación,
mientras que la CONCACAF acabó aportando 25 de 35, cuando siempre fue difusa y
cuando sus miembros tenían, según se dijo oficialmente desde su sede en el
Swissotel en la zona de Oerlikon, libertad de decidir lo que quisieran
sufragar.
Basta con ver desde dónde llegaron la mayoría de
esos votos para Infantino, que recorrió 70 países de todo el mundo y se reunió
con más de 100 dirigentes de federaciones distintas de las 209 totales en su
campaña, para entender quién acabó ganando, y quién, perdiendo en esta
elección.
Asia, por ejemplo, aportó 10 votos, Africa,
solamente 15 y Oceanía, 5.
Se trata de un triunfo clave para el fútbol occidental
desde lo político, que pone, al menos por un tiempo, hasta 2019 (cuando acabe
el mandato de Infantino, que es continuación de los primeros meses de Joseph
Blatter hasta que fue sancionado, y la transición del camerunés Issa Hayatou
hasta el viernes pasado), un freno al avance indudable de los capitales árabes
en el mundo desarrollado de la pelota, adquiriendo equipos importantes, y
aportando el naming a los estadios y publicidad en las principales
vitrinas-camisetas.
Conmebol-UEFA y CONCACAF, lo cual significa, en los
primeros dos casos, los continentes que deportivamente dominaron el fútbol en
todo el siglo, sumados al creciente Estados Unidos y su desarrollo impactante
de los últimos años, en todos los órdenes en el camino de querer transformarse
en una potencia, entendieron que era el momento de estrechar filas ante el
avance de una filosofía ajena, que no daba garantías de mantener cierto statu
quo de competitividad y un modo de entender la pasión por este deporte, sumado
a los negocios ya preconcebidos que quedaban en absoluto riesgo.
No hay que olvidarse de que entre la UEFA y la
Conmebol, además de la historia común, hay un personaje-puente, el abogado
español Gorka Villar, hijo de Angel, y con especial poder en el organismo
sudamericano siendo europeo, y cuestionado por la prensa y por muchos
observadores, y en litigio con siete clubes uruguayos por asuntos relacionados
con la TV a los que ya regresaremos.
Por eso es que meses atrás, hubo una primera reunión
en Suiza entre las partes, que luego se repitió en Sudamérica, en la que se
fueron estrechando los lazos a favor de Infantino, ante la certeza de que había
dos amenazas desde el otro bloque, aunque con pésima relación entre ellos: el
jeque Salman de Bahrein, y el príncipe Ali Bin Huseein de Jordania.
Si bien Salman aparecía como el más poderoso de los
dos, en votos, no había que olvidarse de que Alí había sido el gran rival de
Blatter en la pasada elección de presidente de FIFA, y que además, muchos de
sus votos provinieron de la UEFA, lo cual iba a resultar fundamental a la hora
de la segunda rueda del pasado viernes.
Entre los candidatos de esta última elección,
entonces, ninguno significaba un cambio total o salirse del establishment.
Estio es casi imposible en un ambiente tan cerrado como el del dirigencial del
fútbol, en el que muchos se deben favores o tienen relación política o de
negocios.
Apenas se podría decir que tibiamente, el
sudafricano Tokyo Sexwale, amigo de prisión de Nelson Mandela en Robbe Island,
aportaba algo distinto, aunque demasiado amigo de todos, y que decidió
retirarse justo antes de la votación cuando le tocó como último orador, dar a
conocer su programa. El otro era justamente Alí, aunque como Salman, muy
cuestionado por la política de Derechops Humanos en sus países, hasta con una
manifestación en la puerta de la FIFA en el momento de los comicios. Alí llegó
a tener como sosten a Diego Maradona en la elección anterior, aunque luego
entendió que eso no le daba los votos que necesitaba, que estaban adentro y no
en las pantallas de TV.
Pero en el caso del resto, todos ya tenían relación
con el statu quo: si Salman era hombre de Joseph Blatter en la sombra (a partir
de su base en Asia y Africa, continentes
favorecidos por el grondoniano axioma de “un país, un voto”, con origen
afista), Infantino lo era de Michel Platini, al punto de que apelaron a él para
que no se cayera “lo ya construido” cuando el francés se cayó de la candidatura
por el affaire de los 2 millones sin papeles junto a Blatter. Y si Jérôme
Champagne aparecía como rebelde, éste no hacía más que mencionar a Blatter y
aun más a Joao Havelange casi con melancolía, de sus anteriores buenos tiempos en
la FIFA.
La verdadera elección se fue reduciendo a dos
bloques: el de Salman (Blatter) y el de Infantino (Platini). Sexwale y
Champagne quedaron afuera de la competencia y la gran incógnita era Alí, pero
más que nada sobre hacia dónde irían sus votos en una segunda rueda, a
sabiendas de que no ganaría pero que podía arrastrar los efectos de su buena
elección pasada.
Sumado a que el sistema electoral casi
imposibilitaba un ganador en la primera ronda (eran necesarios dos tercios del
total, 138 votos, porque estaban habilitados 207, con Kuwait e Indonesia
suspendidos), y con una situación de casi igualdad (88-85 para Infantino), y
con apenas 7 votos para Champagne, la gran pregunta es hacia dónde irían los 27
de Alí.
Y en el final, se vio claro lo que ocurrió: Salman
apenas si obtuvo 3 de los 34 votos flotantes (sumados Alí y Champagne), y en
cambio, Infantino sumó 27 votos a los que ya tenía. No hay casualidades.
Volviendo al bloque sudamericano, la incidencia
uruguaya fue fundamental. Si bien uno de sus dirigentes había apoyado a
Champagne hace meses, era clara la vocación de la AUF de favorecer a Infantino,
que de esta forma le da visibilidad a los dirigentes orientales, relegados en
la presidencia de la Conmebol por los intereses televisivos contrapuestos. Si
Wilmar Valdez, titular de la AUF, llegaba con la oferta de la empresa GOL TV de
su compatriota Francisco “Paco Casal”, el nuevo presidente de la confederación,
el paraguayo Alejandro Domínguez, permitía continuar con el statu quo de Fox
Sports y la alianza con Gorka Villar, en litigio con siete clubes uruguayos por
los derechos de TV y todos, con la idea de dialogar con loscansados clubes
asociados en la nueva Liga, con la que buscan mucho más dinero de la TV para
sus arcas.
Pero no es sólo eso: la llegada de Infantino al
poder acaba garantizando la organización del Mundial 2030 en forma conjunta
entre Argentina y Uruguay, y aún queda margen para otro hecho político
significativo: que el secretario general de la FIFA vaya a ser sudamericano y
hasta el propio Valdez, algo que quedó expuesto en la breve conferencia de prensa del nuevo
presidente de la FIFA cuando dijo que el puesto no puede ser para un europeo
siéndolo él mismo.
Todo esto, le otorgaría a Sudamérica un poder
especial en la FIFA, refrendado por la exposición de Infantino como candidato,
cuando dijo que ese continente, “es el que mejor fútbol genera en el mundo”.
Todo un espaldarazo.
Por el lado de EEUU, es clara su influencia en
artículos que hacen referencia al respeto por los Derechos Humanos, el cupo
femenino (uno por cada una de las confederaciones), el acortamiento a tres mandatos de 4 años de los presidentes,
y la transparencia económica.
Con Infantino se abre una nueva etapa, que no
necesariamente sea de corte con la anterior. El nuevo presidente siempre fue
parte del establishment, primero como parte del CIES (el centro de estudio en
ciencias sociales de la FIFA), y luego en la UEFA, hasta llegar a secretario
general y encontrarse con esta oportunidad de oro con la caída de Platini.
No parece que de Infantino haya que esperar una
revolución en el fútbol. Sí, muy posiblemente, números ordenados, el regreso de
muchos sponsors que sigilosamente abandonaron la FIFA por causas de corrupción,
y más dinero al “Tercer Mundo” para mostrar que el desarrollo es posible, en
especial con los 1200 millones de dólares a repartir sobre los aproximadamente
5000 que la FIFA recauda.
La tecnología, en cambio, no parece ser una
preocupación sustancial cuando debiera serlo. No aparece en los primeros planos,
sino apenas más atrás, cuando se sabe que con tantos intereses, el fútbol
poderoso se sirve de estas confusiones en los graves fallos arbitrales. Pero no
parece haber tanto lugar, apenas vagas promesas de usos parciales de
tecnología, pero lejos de las necesidades. Una vez más, el establishment puro y
duro.
Argentina, por fin, votó a ganador. Con la poca
claridad sobre su voto concreto la pasada elección, cuando Rodolfo D’Onofrio
dijo que votó por Alí pero otros parece que votaron a Blatter, por fin se dejó
llevar, luego de algunas dudas, por la AUF y acabó haciendo lo mismo. Y con
Luis Segura, el presidente de la AFA de transición, meditando si quedarse
enfocado en Zurich y en el lujoso Baur Au Lac que tanto frecuentaba su
antecesor Julio Grondona, y dejar la casa de la calle Viamonte, en la que ya
mandan otros y aparecen en el horizonte candidatos que hasta diciembre ni
juntaban los avales.
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