Punto final para el Vasco Arruabarrena. No es
cuestión de hacer ahora leña del árbol caído. Ya nos hemos pronunciado
infinidad de veces sobre la cuestión. Ahora, luego de tantos meses de lo mismo,
la comisión directiva de Boca Juniors no tuvo más remedio que reconocer lo que
la realidad le daba por la cabeza: el director técnico no estaba a la altura ni
nunca lo estuvo, desde el mismísimo día que asumió.
No estuvo mal la idea original. Boca apeló a un
director técnico joven, de gran trayectoria como futbolista, múltiple campeón
en la institución, al mismo tiempo que River Plate hacía lo mismo con otro director técnico y ex
jugador del club, Marcelo Gallardo, también de gran trayectoria y como su
colega, también pasó por Nacional de Montevideo.
Pero a uno, la experiencia le salió demasiado bien,
y al otro, mal. Gallardo resultó ser un director técnico que por momentos
cambió la manera de jugar, con una dinámica especial, y logró títulos que pocos
preveían.
Arruabarrena, por contrario, nunca encontró un
funcionamiento, y el episodio del gas pimienta pudo tapar, por algunas semanas,
lo que ya se veía entre bambalinas: que el equipo no jugaba a nada, no tenía un
sistema táctico que lo amparara en los malos días, y que aquel partido inconcluso
ante River por la Copa Libertadores de 2015, iba camino de la eliminación antes
de aquellos extraños episodios que tuvieron al “Panadero” como protagonista.
Por su pasado glorioso como jugador, y tras un
aciago primer semestre (en títulos y en juego), Arruabarrena se benefició de un
hecho fundamental: en Boca había elecciones presidenciales a fin de año, y
entonces el mandatario Daniel Angelici recurrió al manotazo de ahogado: el club
se gastó una fortuna en contratar a Carlos Tévez de la Juventus, cuando apenas
un año más tarde podía haber llegado en libertad de acción.
La imperiosa necesidad de ganar un título, para no
perder el poder y cuando River se había quedado con la Copa Libertadores que
Boca tanto había soñado, llevó a la contratación anticipada del ídolo y crack,
que modificó absolutamente el tablero del fútbol argentino, y del club en
particular.
Un Tévez en la plenitud, apoyado por un poderosísimo
grupo mediático, que titulaba más con él que con Boca, y presentado por un
canal de cable con los mismos intereses y a quien el crack atendía en forma
especial, le fueron dando cada vez más poder hasta llegar a parar los
entrenamientos para dar indicaciones, sumado a la situación de Arruabarrena,
que no podía imponer su personalidad porque muchos jugadores cotizados sabían
que no estaba a la altura.
Aún así, y con un Boca que jamás encontró un
funcionamiento, acabó ganando el torneo oficial y al mismo tiempo la Copa
Argentina (en una nefasta noche arbitral ante un Rosario central que jugó
siempre un fútbol mucho mejor), sin llegar a convencer nunca ni a gran parte de
su público y muchos menos al resto de los aficionados.
Es que Arruabarrena no tiene un pelo de tonto y
nunca se engañó. Siempre supo que no sabía y entonces, acabó con la lógica que
impera en estos casos: defenderse para no perder y para conservar su atractivo
trabajo, ése que le permitió llegar a la Bombonera en buzo, y salir al campo de
juego en traje, un sinsentido de tantos de quien no se encuentra porque no
estaba para el lugar que ocupaba.
Entonces, el sistema consistió en una defensa de
cuatro jugadores, un medio campo de “triple cinco”, apenas un creativo que tenía
que regresar a marcar, Tévez flotando un poco más adelante, y arriba, solo,
Jonathan Calleri, que se las arregló para marcar algunos goles, pero enseguida
lo quisieron vender como super crack. Es el poder mediático que sólo Boca puede
conseguir.
Acabado 2015 se dijo que Calleri debía irse aunque
quería quedarse, y la propia dirigencia dio a entender que hubo razones de fuerza
mayor, que pasarían más por los caprichos de una súper estrella por volver a
colocar a un amigo suyo, jugador internacional, en ese lugar. ¿Dónde estaba el
DT?
Así, llegó la serie de partidos con derrotas en el
verano, siempre con un funcionamiento a la deriva pese a tanta figura, tapado
por el circo mediático y por alguna contratación carísima y por algunos meses
para los puestos en los que alguno flaqueaba.
Tras la serie de derrotas, que culminó rematada por
la goleada en contra ante San Lorenzo por la final de la Supercopa en Córdoba
(que nunca debió jugarse porque Boca había ganado torneo y Copa, pero manda la
TV), y en la que varios jugadores (pero especialmente uno, muy sonado)
aparecieron llamatívamente bajos de forma,
como olvidados repentinamente de su juego tradicional, otra vez algunas
de las estrellas del plantel apretaron para que, por fin, el DT modificara el
sistema y acabara con sus miedos ancestrales por tanta inseguridad.
Pero Arruabarrena no pudo cambiar demasiado. El
miedo al fracaso siempre lo paralizó y entonces el dibujo apenas si se modificó
en la realidad: en vez del inexplicable “triple cinco” (¿para marcar a quién,
como local, cuando todos se meten atrás y un empate en la Bombonera es
festejado como un título?), el “Vasco” colocó a dos de los tres, “liberando” a
Pablo Pérez por un lateral y a Bentancur o Lodeiro por el otro, dando a
entender que Tévez y el reclamado Palacios (al que el DT quería dejar ir a toda
costa) jugarían arriba en un 4-4-2 con dos creativos y dos puntas.
Claro, fue lo que se vendió a la prensa y a muchos
hinchas desprevenido. La realidad era que Boca seguía jugando con muchos
volantes, con Tévez muy retrasado para ayudar en la posesión en el medio, y
ahora el retornado Daniel Osvaldo, o el propio Palacios, quedaban solos y
aislados arriba.
Es decir, siempre atacando con un solo delantero,
antes, durante y después, en un Boca que se gastó fortunas en refuerzos
llegados en su mayoría desde el exterior.
Contra Racing Club, el pasado fin de semana, y ante
el que perdió los cinco partidos que disputó en el ciclo, quedó evidenciado el
nuevo sistema: Boca sufrió un gol de entrada, y aunque luego dominó el juego y
tuvo el balón casi todo el tiempo, no pisó el área rival hasta que por fin,
harto ya de estar harto de perder, Arruabarrena, por fin y sin otro remedio,
recurrió a Andrés Chávez por uno de los creativos, Bentancur, y al menos tuvo
alguna que otra situación de peligro.
De fondo, Boca seguía en la misma. No jugaba a nada.
Hasta que Angelici no pudo evitar lo que caía de maduro y en verdad, debió caer
mucho antes, y echó a Arruabarrena, luego de sostenerlo con un hilo todo lo que
pudo, haciendo que le creía cuando el DT le repetía que se sentía con fuerzas
para seguir.
Para más gráfica situación, nada mejor que leer el
artículo de Marcelo Rodríguez, periodista de reconocida trayectoria cubriendo
los aconrteceres de Boca e insospechado de parcialidad, https://marcelorodriguez66.wordpress.com/2016/03/01/del-adios-del-v-asco-a-los-jugadores/
En verdad, nada puede decir ahora el Vasco. Siempre
supo que no sabía. No estaba a la altura de un trabajo semejante. Y tampoco
ayuda este modelo dirigencial que desde hace años piensa más en los negocios
que en el deporte, y nunca tuvo una línea clara.
Eso, a la larga, se paga muy
caro.
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