Hace un tiempo, un allegado a Juan Román Riquelme, le dijo a este periodista que en el fútbol actual, no hay nada más fácil que saber cómo jugará el gran estratega de Boca Juniors y la selección argentina. “Basta ver cómo se cambia en el vestuario antes de los partidos, y cómo se sube las medias, y ya te diré lo que hará en los noveta minutos que vienen”.
Pocas veces se ha coincidido tanto sobre las bondades técnicas de un jugador, como con Riquelme. Capaz de todo, de deslumbrar al mundo futbolístico como en aquella soberbia tarde/noche de Tokio de 2000, cuando el Real Madrid, pero especialmente Geremi y Makelelé pudieron comprobar sus virtudes en noventa minutos mágicos, para el recuerdo, acaso una de las mejores demostraciones técnicas de la historia de la Copa Intercontinental, sólo comparable a la de Michel Platini o Claudio Borghi en la definición entre Juventus y Argentinos Juniors en 1985, aunque paradójicamente haya sido Martín Palermo el jugador elegido como el mejor del partido, por haber convertido los dos goles del triunfo del equipo argentino.
Ese andar mágico, al trote, con los movimientos más parecidos a Pelé que se conozcan, siendo un jugador de poca movilidad, de una gran utilización de su cuerpo, y con claros conceptos de que es la pelota la que debe correr en el fútbol y no el jugador, fue lo que derivó en que el Barcelona intentara ficharlo apenas un año después, más por caprichos de un par de dirigentes azulgranas que por deseos del entrenador holandés Louis Van Gaal, quien frontalmente le explicó que no era su intención contar con él y que en su sistema táctico juega sin alguien de sus características.
Riquelme aguantó una temporada casi en el ostracismo, a la espera de un cambio de entrenador, que no se produjo, y entonces emigró al Villarreal cuando el Barcelona trajo a Ronaldinho con el proyecto de Joan Laporta. Allí, con el entrenador chileno Manuel Pellegrini y un equipo estructurado en torno suyo, tal como anteriormente Carlos Bianchi consiguió sabiamente en Boca, que lo llevó a ganar todo tipo de campeonatos, lució paseándose por la liga española y por la Champions League, imponiendo su juego más lento, pensado casi como un ajedrez para colocar esos pases milimétricos que sólo él puede conseguir.
Así fue como el Villarreal se encontró a un penal de llegar a la final misma de la Champions, en los minutos finales y como local, pero, paradojas del fútbol, fue el propio Riquelme el encargado de fallarlo ante el arquero alemán Jens Lehman, y con esto, el “submarino amarillo” de Castellón, de la tierra de la porcelana española, perdió la gran oportunidad de su historia, que por cierto, había accedido gracias al mismo jugador que terminó sindicado como responsable del mal paso final, aún cuando haya inscripto una página gloriosa.
Pero ese mismo Riquelme ciclotímico, no pudo salir de esta situación ni siquiera en el Mundial de Alemania que llegó apenas días después. Le duraba aquel minuto fatal del penal y acostumbrado a ser el eje de todos los movimientos de un equipo (lo que de alguna manera significa culturalmente llevar la camiseta número diez en la Argentina), comenzó a imponer fuera de los campos de juego, su propio reglamento, su propia disciplina, distinta a la de sus compañeros, algo difícil de aceptar aún cuando haya un acuerdo general en que se trata del mejor jugador del equipo. Y así fue que Pellegrini tuvo que tomar medidas que seguramente nunca pensó que iba a tener que tomar, y Riquelme quedó marginado del plantel, al punto tal de tener que abandonarlo para regresar a su querido Boca, que realizó por él una inversión de 15 millones de euros, una cifra inusual para el mercado argentino.
Nuevamente, Riquelme retribuyó el esfuerzo con su notable calidad sumada ahora a una gran experiencia, y terminó siendo factor clave para la llegada del equipo argentino a la obtención de su sexta Copa Libertadores para tener la chance de jugar el Mundial de Clubes, pero allí se produjo una controversia entre Boca y el Villarreal (en ese tiempo, Riquelme aún estaba jugando a préstamo hasta fin de 2007), y el jugador no aceptó bajar sus pretensiones para poder disputar el máximo torneo de clubes del mundo.
Boca, entonces, con Riquelme cómodamente sentado en las plateas en Japón, fue presa de la excelsa calidad del brasileño Kaká, que marcó la diferencia en la final a favor del Milan., mientras que al comenzar 2008, ya Riquelme volvió a ponerse la camiseta de sus amores, ahora de manera definitiva y habiendo firmado un contrato por tres temporadas.
No había pasad medio año, cuando ya el jugador volvió a ser el eje de una controversia con la gran estrella actual del fútbol argentino, Lionel Messi, a quien se dijo que no le pasaba pelotas por cuestiones de celos de estrellato. En la selección argentina, su entrenador Alfio Basile, tuvo que comenzar a pensar variantes luego de que todo estallara al perder la final de la Copa América de Venezuela en 2007 ante Brasil, y recién la situación volvió a la normalidad en los recientes Juegos Olímpicos de Pekín, cuando el equipo albiceleste retuvo la medalla dorada.
Y cuando ya parecía que todo se calmaría, apareció una nueva polémica en Boca, que habiendo comenzado el actual Torneo Apertura con los nueve puntos ganados en disputa, se desmoronó como los naipes tanto dentro del campo de juego como afuera, cuando el zaguero paraguayo Julio Cáceres y el arquero Mauricio Caranta aparecieron con dureza hablando de los eternos privilegios del diez, quien parece reiterar las acciones que originaron que el Villarreal prescindiera de sus servicios.
Todo indica que no habiendo podido lograr el dominio total de las acciones en el Villarreal, Riquelme lo está consiguiendo ahora en Boca, repitiéndose aquella paradoja de sus últimos meses en el fútbol español por la cual el exquisito jugador es el generador de las mejores situaciones dentro del campo de juego, para tener la misma capacidad de destruir todo cuando se traspasa la línea de cal.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario