viernes, 31 de octubre de 2008

Lo que nos dejaron estos 25 años


Pasaron 25 años desde aquel triunfo electoral de Raúl Alfonsín como candidato presidencial de la Unión Cívica Radical (UCR), que pocas veces había generado tantas expectativas populares. En buena medida, por lo que se dejaba atrás, la más sangrienta dictadura militar tanto en la represión interna como en la alocada guerra en la que nos metió, y también por aquella campaña electoral que se contraponía a la ya conocida burocracia sindical y el contradictorio aquelarre que siempre fue el peronismo, especialmente desde la muerte de su líder y lo que le daba cierta coherencia, Juan Domingo Perón.
No nos detendremos en el gobierno de cada tiempo sino que la intención de este artículo pasa por un análisis más general y es tratar de ver, desde este vacío afectivo y esta incredulidad de hoy en los políticos argentinos, y en el actual sistema de representación, hacia atrás en aquella ilusión de cambio, en aquella esperanza que sin dudas ha quedado trunca y que sumió a la gran mayoría de los argentinos en la apatía y en la sensación de que hay que salvarse como se pueda, porque nada puede esperarse de los que detentan (nunca mejor dicho) los teóricos resortes de las decisiones fundamentales.
Es claro que a años vista, Max Weber tenía razón cuando planteaba su Teoría de la Burocracia y alertaba en lo que se convertirían, en el mundo, los partidos políticos. Argentina es acaso su mejor demostración. Ridículamente parecidos sus ámbitos de representación al sistema estadounidense, los diputados y senadores ni cortan ni pinchan, y transan y arreglan todo voto, respondiendo mucho más a empresas privadas e intereses de toda laya, antes que cumplir con el requisito de representar a quienes los votaron y ungieron en sus lugares.
Como un sino fatal, la Argentina se fue transformando, en estos 25 años, en un país aún mucho más dependiente de las transnacionales y el imperialismo yanqui, que cuando Alfonsín mostraba los dos puños cerrados entrelazados prometiendo que con la “democracia” se comería, se curaría y se educaría. Porque tanto la UCR como el PJ, los dos partidos que se han repartido los gobiernos de turno, han repetido los mismos vicios, con matices que tienen que ver con sus respectivos folklores de clientelismos, y terminaron, como no podía ser de otra manera, entregando el patrimonio nacional a cambio de mantenerse en el poder, un rol que, por cierto, advierte Carlos Marx en cuanto al rol que debe cumplir una burguesía que se precie de tal.
Y de aquellos polvos, de luces de neón y un millón de personas en la calle para cierres de actos, para recitar el preámbulo de una constitución bastardeada y hasta renovada por intereses propios de permanecer impunes en la arena política y seguir sacando la leche a la vaca estatal, de aquellos que en nombre del peronismo pedían que los siguieran o pronunciaban renunciamientos históricos para regresar en silencio un par de años después, o los que hablaron de renovación partidaria para luego enrolarse con los de siempre y caer parado como los gatos, estos lodos de endeudamiento de más de ciento cincuenta mil millones de dólares más que en 1983, un Poder legislativo de decoración, una Justicia poco independiente que responde al Ejecutivo y que se diseña en servilletas de papel de cualquier bar porteño, con empresas extranjeras (muchas de ellas, estatales de otros países) que se han quedado con nuestros bienes más preciados, que se han regalado a cambio de algunas indignas sumas en cuentas indescifrables, y lo que es peor, que toda la clase política es impune, y operando en consecuencia.
Estos 25 años de supuesta democracia en la que los dos partidos tradicionales nos han decepcionado una vez más, uno de ellos (la UCR) para siempre, y el otro (PJ) que perdura tan sólo por el recuerdo de un par de gobiernos apenas reformistas que fueron así y todo superiores a todo lo pésimo y corrupto que llegó después, nos dejan, sin embargo, algunas enseñanzas.
La principal es que como dice sabiamente el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, “la vida te la dan, pero no te la regalan”, algo que anticipadamente y con un toque irónico porteño, dijo Discépolo con aquello de que “el que no llora no mama”. El pueblo argentino entendió, a la fuerza, que hay que ganar la calle, que hay que presionar, exigir, forzar, como cuando lo de “que se vayan todos, que no quede, ni uno solo” pero también debe autojuzgarse y reconocer que el alto nivel de conformismo ante el menor índice de mejora, ya genera una quietud indolente, y un distanciamiento del principal actor de la sociedad, las clases más humildes.
Más que nunca, la Argentina de hoy, 25 años después de aquel fiasco de las primeras votaciones luego de los siete años de tinieblas, debe entender que el sistema capitalista es, en sí mismo, un oprobio, un fiasco, que implica necesariamente una dominación de una clase social sobre las otras, y por lo tanto, una trampa en sí mismo. Con el capitalismo sólo se marcha, como bien advirtió Lenin, hacia una fase de imperialismo, de fusiones de empresas, de monopolios que nos harán (y ya nos hacen desde hace mucho) la vida menos soportable y digerible.
Ningún gobierno de todos los que formaron parte de este cuarto de siglo, generó un rompimiento de una deuda externa ilegal e ilegítima, que nos impide crecer aún con todo el potencial que tiene la Argentina, con traiciones a la patria incluidas por parte de quienes entregaron el patrimonio nacional y que a esta altura son archiconocidos, y quienes fueron cómplices de éstos, siempre desde los dos partidos tradicionales y altamente corruptos, que se necesitan mutuamente para autojustificarse: el PJ y la UCR. No es esto un Boca-River, ni un Fangio-Galvez, sino que se trata de un sistema pergeñado para delinquir, para darle continuismo al robo a las clases populares, como antes lo fueron los distintos goles oligárquico-militares, llamados por uno u otro partido cuando la situación le convino.
Parte de responsabilidad la tiene también la pretendida “izquierda” argentina, que jamás pudo presentar una opción creíble para las clases populares. El socialismo, subsumido por el peronismo, que desde el laborismo le quitó su mejor oferta, para luego defraudar a sus seguidores desde la más obscena y corrupta burocracia sindical, con la que pactaron todos los gobiernos de su color. El llamado “comunismo”, pactando primero con la ex URSS y luego, absolutamente alejada de las grandes masas a partir de concepciones delirantes como la de sostener que la de Videla iba a ser “una dictadura blanda” o el apoyar a Italo Luder en 1983. Ni hablar de otros delirios como los de un Partido Obrero (PO) o el resto de minipartidos peleando por pequeños espacios mientras el país arde en cada esquina. Y sin necesidad de una derecha partidaria, cuando ya fueron colmados todos los sueños de regresar a una Argentina agrícola-ganadera, como el imperialismo siempre ha pretendido en la división internacional, para darle a Brasil el rol industrial.
La opción entonces sigue pasando por replantearse el sistema de vida, en la búsqueda de partidos políticos que se reformulen la representatividad ante su pueblo, por re-fundar un país sumido en la “desnomia” , de la que no se vuelve. Porque la Argentina no es anómica. Ojalá lo fuera. La obsesión de los fundadores de la sociología fue siempre cómo resolver la anomia. La falta de normas. Porque desde ésta se puede fundar un sistema. Pero Argentina ha llegado a la desgracia de la “desnomia”. Porque había una normatividad, un cierto estado de derecho, y dejó de haberlo. Es decir, no es “a”, sino “des”. Lo que hubo y ya no hay. Y cuando en una sociedad ocurre esto y no se cree, si no hay credibilidad en las propias reglas, hay que re-fundar, y qué mejor ocasión que la llegada del bicentenario.
En estos 25 años, sólo Alfonsín, y a medias tintas, trató de trasladar la capital, generando aunque sea un mínimo debate demográfico en un país enorme que concentra la mitad de su población en los alrededores de su capital, impidiendo el desarrollo de distintos polos, y aceptando su carácter de unitario aunque la Constitución diga “federal”. Los medios de comunicación fueron quedando en manos de unos pocos, que manipulan a favor o en contra de acuerdo a su propia relación con el poder, sin importar la información. Los jubilados no llegan, en muchos casos, ni a la mitad del mes, no se toma en serio a la salud, ni se ha trazado nunca un programa serio con el deporte, que podría ayudar tan fácil a erradicar el flagelo de la droga. Ni hablar de la desnutrición infantil, de la cantidad de muertes de niños y jóvenes, muchos sin futuro en el país con capacidad para alimentar a continentes enteros.
Los 25 años que nos dejó esta clase política, sólo arroja un superávit en cuando a la recuperación de las libertades públicas y a cierta necesaria toma de conciencia de la tragedia que vivió este país, pese a todo lo señalado, en la terrible dictadura de 1976 a 1983, con 30.000 desaparecidos, con la generación de una innecesaria deuda externa, y con una guerra absurda.
¿Podrá la generación que viene con el lastre que le vamos dejando? ¿Habrá espacio para confiar en la política como herramienta de cambio social? Seguramente la dinámica de este tiempo nos dará nuevos elementos de análisis, pero no es broma cuando en cualquier punto del mundo escuchamos decir que hay cuatro clases de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. Japón, porque sin nada, hizo todo. Y Argentina, porque con todo, no hizo nada. O lo hizo, pero en contra de sus propios intereses, que es lo peor.
El tema no es que se vayan todos, sino que la Argentina pueda generar un sistema en el que se pueda confiar. Y eso se gana en la lucha cotidiana, en el día a día, y en entender los procesos históricos, y en no tragarse más sapos ni tachín tachín.

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