jueves, 6 de enero de 2011

Messi, Maradona, prejuicios y comparaciones (Jornada)



¿Es posible comparar a dos jugadores que aunque sean considerados genios del fútbol, actuaron en distintas épocas, con distintos sistemas de marcaje, distintas culturas, distintas tecnologías, distintas velocidades, distintos sistemas tácticos, distintos compañeros, distintos directores técnicos y hasta distintos contextos deportivos, históricos y hasta políticos? Todo indica que la eterna comparación futbolera entre cracks, y ni qué hablar entre supercracks, suele basarse en el marketing o bien en la necesidad de tomar partido por unos o por otros de acuerdo a la simpatía o antipatía que nos generan, y no existe más parámetro que la propia subjetividad para determinar, si cabe, quién es mejor que quién.

Si el presidente de la AFA, Julio Grondona, puede manifestar que Lionel Messi “es el mejor diez de la historia del fútbol argentino”, sabe que haciéndolo, no sólo despertará la fiera que hay en Diego Maradona para una segura respuesta en este enfrentamiento que vienen manteniendo desde que terminó el Mundial de Sudáfrica, sino que, aún más exagerado, lo hará con el “mundo Maradona”, que es mucho más amplio, y que jamás vio un solo defecto en el otrora excelso jugador, pero que hoy fracasó como entrenador y que con Messi, a quien dirigió recientemente en la selección argentina, mantiene una relación muy particular, por el mismísimo hecho de que por primera vez apareciera un jugador con quien, al menos, es comparado.

Más de una vez, en estas columnas, nos referimos al particular hecho sociológico por el cual los argentinos siempre miraron de reojo a aquel que ha tenido éxito en los lugares sagrados, en el Primer Mundo, en aquel sitio de nuestros sueños imposibles. No es casual que Ástor Piazzolla haya sido resistido, como lo fue, por el ambiente del tango, ni que José de San Martín, Ernesto Guevara, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges o Carlos Gardel hayan muerto en el exterior. Como tampoco que para tantos, incluso algunos de ellos ilustres, y con lo que significa para el actual mundo del fútbol, Messi sea visto en la Argentina con unos lentes que lo achican de una manera llamativa cuando sus gigantografías podían contemplarse ya en la misma Alemania en el Mundial 2006, cuando apenas si contaba con diecinueve años. Y no es solo por marketing sino al contrario: es el marketing, en estos tiempos, el que se basa en los cracks en serio para bajar al consumidor el factor aspiracional.

Es comprensible la incredulidad del chico, y de su entorno, cuando llega a la Argentina y aparecen los reclamos de un mejor funcionamiento individual con la camiseta argentina sin tomar en cuenta qué equipo lo rodea, o a qué se juega en el fútbol local o qué tipo de ética es la que predomina en los cínicos campeonatos locales en los que dos tiros desde treinta metros al arco rival significan haber practicado un fútbol poco menos que excelso. Para dar un ejemplo de lo que es Messi hoy, en el mundo, además de haberlo conseguido todo como jugador con la camiseta del Barcelona, individual y colectivamente y haber brindado los espectáculos más notables de los últimos tiempos, su compañero Xavi Hernández, símbolo del Barcelona todopoderoso de esta época y de uno de los mejores equipos de la historia (para la mayoría de los analistas con la excepción, como siempre, de algunos argentinos), afirmó que el rosarino es “el mejor jugador del mundo” en la conferencia de prensa posterior a ganar nada menos que la Copa del Mundo. Es decir que con una base de ocho jugadores del Barcelona, y ganando un Mundial, en el momento de mayor éxtasis, de mayor euforia, los propios jugadores del equipo catalán dicen que el mejor es… un argentino, que sin embargo es resistido por un sector influyente de la prensa basado en dos temáticas: el creer que aceptando el genio de Messi, se opaca el de Maradona, como si no pudieran convivir ambos en el olimpo deportivo nacional, y el relacionar el brillante fútbol del Barcelona, que deleita la vista, que resulta una máquina de triturar rivales, que roza la perfección en cada una de sus líneas, con el fútbol contrario al resultadismo desde la falacia del “aburrimiento” que se contrapone al gran trabajo de los equipos locales argentinos, que juegan sin delanteros y que no patean al arco, basados en el milagro de conseguir títulos con escasos recursos.

Esos mismos análisis resultadistas, que ameritan tanto el fútbol argentino de los 0-0 “interesantes tácticamente”, no explican cómo, si es tan fácil lo del Barcelona, un jugador de los quilates de Javier Mascherano sigue sin adaptarse a su juego.

Podría decirse, desde el facilismo resultadista, que a la edad de Messi, Maradona no había conseguido ni la mitad de los títulos que hoy posee el crack rosarino, o que la conducta deportiva de este, intachable, lo mismo que en el campo de juego, en poco se parece a la de Diego, pero en todo caso, son meras anécdotas, parte del folclore de una comparación estéril.

Lo que más resalta este artículo es cómo la subjetividad interviene para colocarse de un lado o del otro según la conveniencia y si Maradona es “D10s” para tantos argentinos, y simboliza una de las escasas grandes alegrías de un pueblo en estas últimas décadas, que alguien aparezca en el Olimpo y ose desafiar su reinado para todos los tiempos, y además ese alguien es un argentino que triunfa en el mejor equipo del mundo, posiblemente merezca el mismo destierro que todos los que se atrevieron al peor de los males, a tener éxito en tierra ajena y soñada.

Entonces, sus méritos nunca serán suficientes. O no le gana a nadie importante (entendiéndose como “nadie” al Real Madrid de Mourinho, el Arsenal de Wenger, el Manchester United de Ferguson, el Bayern Munich de Van Gaal, o el celebérrimo Estudiantes de Sabella) o no luce con la camiseta argentina igual que en el Barcelona, sin analizar que acaso su entrenador, que no es otro que el mismo al que comparan con él y que no ha hecho méritos para estar allí, en ese banco, no haya sabido sacarle partido por su propia (y necesariamente disimulable) incapacidad.

Por todo esto es que Grondona, vivo como es, rápido de reflejos pese a su avanzada edad, sabe cuándo tiene que decir lo que dice. Sabe que sus palabras generarán revuelo y que el ambiente, dividido sin sentido en bandos de acuerdo a ideas fijas, cerradas, explotará en un verano caliente.

Divide y reinarás.

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