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Desde que la selección argentina, gracias al genio
de Diego Maradona, ganó el Mundial de México 1986, en el fútbol local se
instaló una máxima que termina siendo, por lo general, un boomerang: si se gana
se tiene razón y si se pierde, nada sirve.
No importa el análisis del juego, las
circunstancias, las relaciones de fuerza, el contexto, las condiciones. Sólo
vale si se gana, y nada vale si se pierde.
Es aquí en donde aparece el tema de la actualidad de
Boca Juniors. ¿Es buena o es mala la actualidad de este Boca de Falcioni? En el
ámbito del fútbol argentino, la mayoría sostiene que pasa por un “gran” momento
por una sola explicación: que pelea en los “tres frentes” (Copa Libertadores-el
máximo objetivo del semestre-, Torneo Clausura y Copa Argentina).
No importa demasiado cómo se desempeñó en los
noventa minutos para llegar a la actual situación. Apenas se suele destacar la
fortaleza defensiva (los pocos goles en contra, es decir, otra vez los números
por encima del juego en sí), solidez en el medio, Juan Román Riquelme en un año
de muy buen nivel personal, y un ataque contundente.
Pocos cuestionan el sistema táctico. Falcioni
dispone, como pocos entrenadores del fútbol local, de dos extremos como Pablo
Mouche o Darío Cvitanich, pero juega con uno de ellos y un centrodelantero
(Santiago Silva es el titular) y opta por cuatro volantes, de los cuales sólo
uno (Riquelme) tiene llegada a las cercanías de los atacantes y dos (Erviti y
Ledesma o Rivero) son más de ida y vuelta, pero sin funciones ofensivas
totales.
Aún así, Boca tuvo buenos pasajes y dominó varios de
los partidos que jugó en el año en la Copa Libertadores y en el Clausura,
aunque nunca tuvo un juego demasiado definido, y terminó dependiendo del
inmenso talento de Riquelme, de casi 34 años (los cumple en una semana).
Desde el arco, Agustín Orión muestra seguridad en
los tres palos, aunque opta por sacar con los pies y hacia arriba, con pelota a
dividir, en vez de salir jugando, apostando a la llamada “segunda pelota” (algo
así como patear al touch en el rugby, para ganar terreno).
La defensa, aún con gente alta entre los centrales
(Rolando Schiavi y Juan Insaurralde) suele despejar fuerte y lejos y tiene
problemas en jugadas provenientes de tiros libres o centros, y no sale jugando
con claridad casi nunca.
En el medio, lo fuerte pasa por pases cortos pero no
existe la misma precisión a la hora de los pases en profundidad, y son pocos
los jugadores que pasan sistemáticamente al ataque, y los delanteros dependen
casi siempre de los volantes o de Riquelme, y en buena parte del partido no
tienen participación.
Cuando ingresan los suplentes (Matías Caruzzo, Franco
Sosa, Christian Chavez, Pablo Mouche) Boca suele perder consistencia y la
diferencia con los titulares es notable, aunque sí ha destacado Juan Sánchez
Miño, que de a poco va sobresaliendo sobre un Clemente Rodríguez en baja forma,
y ni hablar de Facundo Roncaglia, que no es lateral derecho sino central y que
menos aún se adapta a la izquierda, en el caso de ser necesario.
Volviendo al inicio, y con un presupuesto muy
superior al de cualquier equipo del fútbol argentino que, en líneas generales,
atraviesa un paupérrimo momento en lo técnico, ¿juega bien este Boca? O, si se
quiere, aún con menos expectativas, ¿le alcanza a Boca con esto para ganar el
triplete?
Todo indica que Boca ha jugado mejor en los partidos
de Copa Libertadores, en los que siempre juega con el mejor equipo disponible,
y aún así, está condenado a definir siempre de visitante por no haber podido
vencer al humilde Zamora de Venezuela (0-0) en su debut en el grupo, y que
condicionó el futuro al quedar en la segunda posición detrás del Fluminense
(empate que la prensa lo cal ponderó como “muy bueno”).
En la Copa Argentina, llegó a la final ante Racing
Club luego de empatar, la mayor parte de las veces, con su equipo titular ante
equipos regionales o del ascenso, contra equipos con planteles muy inferiores,
a los que terminó en casi todos los casos empatando sobre el final y definiendo
en todas las rondas menos una, por la vía de los penales.
Y en el Torneo Clausura, habiendo sido animador y
teniendo todo a favor, no pudo vencer a un muy pobre Bánfield (cuyo único punto
lo obtuvo ante Boca en siete partidos consecutivos, ya en la zona de
Promoción), perdió 4-5 con un mediocre Independiente, y no obtuvo demasiados
puntos clave en la Bombonera, en algunos casos cuando primero ganaba y ni
siquiera pudo mantener el resultado.
Todo indica que Boca juega mejor cuando el rival es
más exigente, pero tiene quedos pronunciados ante rivales accesibles, se
desconcentra con facilidad, tiene jugadores de mucha edad que sienten el
desgaste, ataca con poca gente, y los suplentes tienen un nivel alejado de los
titulares, sumado a que Falcioni opta mucho más por preservarse que por buscar
el arco adversario como objetivo primordial.
Con todo esto, Boca no juega bien sino que tiene
mejor plantel, define en pocas jugadas y es uno de los menos peores. Y el hecho
de que haya equipos peores de ninguna manera determina que por eso Boca sea un
buen equipo o que juegue bien, sino que, solamente, son los otros los que
juegan peor, si es que es así, además, porque como bien se señaló, en muchos
partidos, el volumen de juego pasó por estos rivales de planteles menos ricos
futbolísticamente.
El domingo, Arsenal desnudó con simpleza todo lo que
Boca ya venía insinuando en el semestre, dejándolo casi sin chances en un
Clausura que lo tuvo a su disposición pero que no tuvo coraje ni decisión ni
nivel para ganarlo. El jueves se juega gran parte del año en Chile y no vaya a
ser que se quede con poco, o nada, aunque parte con una considerable ventaja
ante la Universidad.
Sería raro pasar a leer o escuchar, en las próximas
dos semanas, que Boca juega mal si es que lo perdió todo. Pero no es para
sorprenderse. El análisis mayoritario del fútbol en la Argentina de hoy puede
cambiar por una pelota en el palo o adentro del arco.
¿El juego? ¿Qué juego? Sólo importa ganar. Así le va
al fútbol argentino desde hace mucho tiempo.
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