Este cronista siempre recuerda aquel partido
amistoso, veraniego, entre “verdes” y “naranjas” de finales de los años
ochenta. En él, participaban todos jugadores en actividad y un Norberto Alonso
que hacía muy poco que se había retirado. El equipo del ex gran jugador de River
perdía 2-0, pero él no se resignó. Concretó el descuento en una gran jugada,
pero fue a buscar la pelota a la red para apurar el saque rival y terminó
empatando el cotejo con su gran clase.
En aquella oportunidad, ya Alonso, a cambio de
mayoría de aquellos ocasionales compañeros y rivales amistosos, podía demostrar
en no tantos minutos, que su clase, su juego, su jerarquía, era tan superior a
los otros que ya retirado, aún marcaba la diferencia.
Esto volvió a ocurrir este fin de semana en San
Juan, en otro amistoso, y hasta podría decirse que en un escalafón menor al de
un partido en el que los puntos oficialmente no están en juego, porque se trató
de un homenaje a Ariel Ortega. Es decir, con amigos, y todo preparado para
lujos y para hacer sentir bien al compañero, o amigo, que cuelga los botines.
Sin embargo, este contexto sirvió para poder
contemplar la inmensa clase de otro gran ex jugador de River Plate, y que
coincidiera en su juventud con el final de la carrera de Alonso: el uruguayo
Enzo Francéscoli, autor de jugadas exquisitas y de una tijera que en estos
tiempos poco se ven en el fútbol oficial argentino de oficinistas de pantalón
corto y obedientes que miran al banco de suplentes todo el tiempo para recibir
la aprobación del jefe o el grito para que bajen a marcar.
Muchos recordaron, entonces, con lógica hilación de
gustos y comparaciones estéticas, aquél golazo de chilena de Francéscoli a la
selección de Polonia en un memorable 5-4 de River en Mar del Plata, porque no
son muchos, podría decirse que demasiado pocos, los momentos en los que la
estética, el buen gusto, encuentran su espacio en las últimas décadas.
Tras el Mundial ganado en 1986, el fútbol argentino
pasó a ser dominado por los “trabajadores”, por los cero a cero (como el
resultado paradigmático que la radio nos transmite, resignada, en la canción de
Fito Páez) resultante de un partido “interesante tácticamente” en el que “no
hubo errores” defensivos.
Se nos resaltó la eficiencia táctica, los kilometrajes
recorridos por los Domizzis que no habían tenido contacto con la pelota en los
noventa minutos, pero que habían transpirado la camiseta, y el monopolio
televisivo nos mostraba los gráficos con la potencia de los remates de tiros
libres ejecutados con precisión para dar en el asustado rostro de un espectador
en los últimos tablones de la tribuna.
Se nos dijo que había que equilibrar, que para qué
atacar tanto, que los equipos se arman “de atrás para adelante”, y cuando ya
nos quitaron las ganas de ver fútbol y nos saturaron con partidos los martes a
las 4 de la mañana, la siguieron con los sistemas tácticos numéricos, a cual
más indescifrable.
Si hasta se aburrieron con el Barcelona de Pep
Guardiola y cuestionaron a Lionel Messi luego de 83 goles en una temporada. “Sí,
pero…”.
Y ahora, un Francéscoli ancho, con 50 años, ya
retirado hace más de una década, aparece jugando un partido homenaje y en él
nos muestra cómo se juega, lo fácil que resulta el fútbol cuando hay talento,
cuando se ama la pelota y se quiere divertir.
Francéscoli, sin quererlo, derramando su talento en
envase ancho y canoso, desnuda tantas mentiras y falacias que hunden cada día,
y desde hace ya muchos años, el hermoso fútbol que disfrutamos en estas costas,
y que una máquina de justificaciones nos va quitando, sin que podamos evitarlo,
por ahora.
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