A esta altura de su carrera, con más de una década
en Primera División de la Liga Española, aún siendo muy joven, Lionel Messi ya
sabe desde hace mucho tiempo, pero lo comprueba día a día, que debe convivir,
como mejor jugador del mundo que es, con la eterna polémica sobre su voluntad o
no de jugar, y ante tres o cuatro partidos bajos, o en los que se esperaba más
de su parte, que ya no es el mismo o que no volveremos a verlo en aquél nivel
deslumbrante que mantuvo demasiados años como para dudar de su producción.
Eso no significa que Messi no sea humano, que no le
pasen cosas como a cualquiera (estar en un mal día, haber sido padre y tener
más preocupaciones, temer una lesión a pocos meses de un Mundial que marcará
buena parte de su carrera y tal vez, su imagen definitiva para los aficionados
de su país) y que no esté inmerso en un contexto complicado, como es por estos
días el entorno del Barcelona.
Es que si bien es cierto que resultaba inusual la
poca cantidad de goles de Messi desde que volvió de su última lesión, sumado al
hecho de que comenzó a jugar de asistente para los atacantes de su equipo, esto
es, detrás de Pedro y Alexis, también hay que recordar que el Barcelona estuvo
muy cerca de perder no sólo el liderato en la Liga, luego de mucho tiempo, sino
también el segundo lugar, si se toman en cuenta los primeros veinte minutos en
el estadio Sánchez Pizjuán, dominado bajo la lluvia por un Sevilla que
extrañamente le llegó tantas veces al área, con balón dominado, como tal vez
nunca le llegaron en tantos años.
Y en muy buena parte, si el Barcelona acabó un
partido que tenía para perder, goleando 1-4, se debe fundamentalmente al genio
argentino, que apareció en el segundo tiempo con todo su esplendor, no sólo con
dos goles de muy buena factura, sino con una asistencia en el primer tiempo a
Alexis Sánchez (aunque éste se encontraba fuera de juego) y participando e
interactuando en muchas otras jugadas que pudieron aumentar el marcador.
Hay que recordar también el contexto que
mencionábamos del actual Barcelona, que vive una crisis institucional desde lo
dirigencial, no sólo por la salida de su anterior presidente Sandro Rosell (al
fin de cuentas, el que resultó electo con un altísimo porcentaje de votos),
reemplazado por Josep María Bartomeu, sino porque éste también podría tener que
irse si la Justicia aumenta la presión por el polémico contrato de fichaje de
Neymar.
Pero el Barcelona atraviesa otra crisis que es la
futbolística, porque hasta el partido del domingo ante el Sevilla, y aún con él
mismo, se ha transformado en un equipo que, a diferencia de los cinco años
anteriores, no pesa en las dos áreas, que son justamente los “espacios de la
verdad” en el fútbol: de nada vale tener una larguísima posesión de balones si
luego, a la hora de establecer las diferencias, no se concreta o no se mantiene
lo conseguido.
En esta columna venimos dando cuenta desde hace
tiempo de esta crisis en el juego, que fue generando un equipo cada vez más
“normal” y menos espectacular, con jugadores que no parecen estar en su máximo
nivel en muchos casos, lejos de sus tiempos de esplendor, y entonces resulta
muy difícil que Messi pueda ser el que era si no tiene un acompañamiento acorde
en el resto del equipo.
Uno de los especialistas en estadísticas de la Liga
Española, el reconocido “Mister Chip” daba a conocer, en medio del partido y
tras un pase recibido de Andrés Iniesta, en profundidad, que esto mismo, que
parece una simpleza, no ocurría desde hacía poco más de un año. Reiteramos:
pasó poco más de un año para que se pudiera ver que Messi recibía un pase en
profundidad de su compañero Iniesta. Todo un indicio.
¿No hay nada, entonces, de responsabilidad en el
propio Messi? Claro que sí. Aún con lo relatado y con la ausencia del Brasileño
Neymar, uno de los que más lograba congeniar con el argentino en el último
tiempo, es cierto que también habrá que revisar si es aceptable, o posible en
una alta competencia, que alguien que llegó a marcar más de noventa goles en
una temporada, un día decida jugar retrasado, cuando el equipo no tiene un
goleador de área que lo reemplace.
Pero también hay que preguntarse qué podría hacer
Gerardo “Tata” Martino, el entrenador del Barcelona, si un genio como Messi le
pide jugar en esa posición, sea porque quiere cuidarse y no participar de roces
físicos que le puedan truncar el Mundial, o sea porque retorna de una lesión y
quiere darse el tiempo justo para recuperarse.
Bastó entonces que aparecieran tres o cuatro
declaraciones de aquellas que gustan tanto a personajes que no pueden dejar de
hablar en los medios, atraídos por ellos patológicamente, para despertar en el
genio la sed de demostración de que nada le ocurre, que sólo atraviesa grados,
etapas de recuperación, que no juega precisamente en un edén en este momento,
pero que tiene su talento y su voracidad intactos, como si hiciera falta
saberlo.
No necesitó muchos minutos, Messi, para demostrar
que no tiene ninguna dificultad y que si juega más retrasado por momentos, es
porque lo necesita en ese momento en particular, y nada más.
Eso sí: la genialidad de Messi, sus goles y sus
asistencias no alcanzan para disimular que este Barcelona sigue lejísimo de
aquel que hizo enamorar al planeta futbolístico.
El fútbol, aún con genios como Messi, sigue siendo
un deporte colectivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario