Un veterano
hincha de Boca, que se acerca a las nueve décadas de vida, confesó para este
artículo que antes de los superclásicos en los que atajaba Amadeo Carrizo para
River “me preguntaba cómo haríamos para meterle un gol. Era prácticamente
imposible”.
Tal vez esta
frase resuma buena parte de la destacada y larguísima carrera de Amadeo Raúl
Carrizo Larretape, quien debutó en River en 1945, a los 18 años, y jugó su
último partido en 1968, con 42, una cifra legendaria que en buena parte se
explica por sus magistrales dotes para el arco y porque se animó a hacer cosas
que ningún guardameta había imaginado, al punto de convertirse en el primer
arquero-jugador, saliendo de los tres palos y anticipándose a las jugadas.
Carrizo, para
muchos el mejor arquero de la historia del fútbol argentino, vivió muchos momentos de gloria, desde “La
Máquina” de River de los años cuarenta hasta “La Maquinita” de los cincuenta, o
haber mantenido la valla invicta de la selección argentina en la Copa de las
Naciones de 1964, como también duras rachas como la de once de los dieciocho
años sin títulos con la banda roja entre 1957 y 1968, o la tremenda goleada en
contra ante Checoslovaquia en el Mundial de Suecia de 1958 (6-1) que le generó
la salida del equipo nacional por varios años y una adversa reacción popular.
Nacido en
Rufino, Santa Fe, el 12 de junio de 1926, Carrizo llegó a probarse en River
tras más de quince horas de viaje en un tren nocturno. En su bolso llevaba una
carta dirigida a Carlos Peucelle , gloria del club de los años treinta y
detecto de grandes talentos, firmada por Héctor Berra, atleta que había sido
séptimo en salto en largo en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1932. Berra, también
de Rufino, trabajaba en el Ferrocarril Pacífico (hoy San Martín) con el padre
de Amadeo, Manuel Carrizo. Fue probado entre cientos de chicos y al final,
Peucelle le dijo “bueno, pibe, mándele decir a su padre que se queda acá”.
Debutó en River
el 6 de mayo de 1945 a los 18 años, aunque se quedó con la titularidad en 1948,
y vivió una seguidilla de títulos hasta 1957 (siete campeonatos argentinos), y
luego, una dura época en la que su equipo merodeaba el primer lugar pero no
pudo conseguirlo entre 1957 y 1968, cuando emigró al Millonarios de Bogotá
hasta que se retiró en 1970.
Carrizo es
considerado un innovador total en la técnica del arquero. Fue el primero que se
animó a salir jugando desde su área, o a tirarse a los pies de los rivales para
quitarles la pelota, o a sacar laterales, o gambetear a los adversarios (al
punto de que en aquel tiempo era tan desacostumbrado que se lo solían tomar
como una burla o canchereada), o a ser un defensor más a la hora de que su
equipo atacara.
“Yo fui un
arquero que nació arquero, de esos que tienen habilidad de jugador de campo, de
saber pegarle a la pelota, de gambetear, de cabecear. Pero para eso, hay que
llevar al arco confianza, técnica, intuición para salir a cortar una jugada. Yo
fui de esos arqueros que impiden la última instancia”, recordó hace poco
tiempo.
“Yo quise hacer
que al arquero lo observaran más, que vieran que era importante, porque en él
empieza la seguridad del equipo. El que sabe que tiene un buen arquero juega
respaldado. Siempre se hablaba de que el más tonto o al más gordito lo mandaban
al arco”, agregó, acaso como una forma de auto reivindicación.
Otra
extravagancia de Carrizo fue la de descolgar la pelota con una sola mano y
detenerla con el pecho. También fue el primero en pararse delante de la barrera
en los tiros libres. Fue el primero en usar guantes en 1957 al verlo al arquero
italiano Giovanni Viola en un amistoso. Aunque otros dicen que todo comenzó
cuando “La araña negra” Lev Yashin, el célebre arquero ruso, le regaló sus
guantes en otro partido (Antonio Roma, arquero de Boca y de la selección
argentina también comenzó a vestir de negro, imitando al soviético). Viola le
comentó las ventajas de usar guantes: “evitan los raspones de los tapones, se
atenaza mejor la pelota y se siente menos el golpe en la mano”. Los estrenó
contra Racing.
Lilia, su mujer
con la que se casó hace 66 años, suele decir que le tuvo mucha paciencia. “Hice
cosas que no cualquiera porque de joven, las chicas suspiraban por él en la
platea de River. Si hasta mis hijas me dicen que no entienden cómo yo aguanté
eso, como cuando desfiló para (el modelo croata) Ante Garmaz, y con un tapado
de piel”.
Ya era muy
famoso y elogiado cuando se hizo mucho más fuerte la gran rivalidad con Boca
exactamente el 31 de octubre de 1954 en el Monumental. River ganaba 3-0 con dos
goles de Ángel Labruna y otro de Walter Gómez cuando en una jugada, Carrizo se
le anticipó al delantero de Boca José “Pepino” Borello pero en lugar de
despejar la pelota, lo esperó, enganchó y lo hizo pasar de largo. Cuando el
atacante volvió para robarle la pelota, volvió a gambetearlo y le dio un pase a
un compañero. En aquel tiempo eso no era común y fue tomado como una burla. Lo
que sucedió es que de muy joven, Carrizo jugaba de centrodelantero, lo que le permitía
un buen manejo de pelota.
En Boca tuvo
grandes duelos, como contra el goleador brasileño Paulo Valentim a principios
de los años sesenta, y ya en 1968, en su última temporada, en el Monumental, y
en el momento de posar para las fotos antes de un Superclásico (el de la
tragedia de la Puerta 12 en el que murieron 71 hinchas de Boca y hubo 113
heridos), el delantero xeneize Ángel Clemente Rojas le sacó su tradicional
gorra, ante los festejos de la hinchada. Carrizo lo corrió por toda la cancha
pero no pudo recuperarla.
El partido finalizó 0-0 y en una jugada, el volante
Norberto Madurga quedó solo frente a él, que con picardía levantó la mano y le
dijo que le entregara la pelota porque estaba en offside. “El Muñeco” se la
entregó mansamente cuando estaba habilitado. En ese mismo partido, sobre el
final, y a modo de venganza por lo ocurrido con la gorra, Carrizo se sentó en
el césped como burlándose de que Boca no merodeaba su arco.
Uno de los
peores momentos que vivió Carrizo fue la eliminación de la selección argentina
en primera rueda del Mundial de Suecia 1958, pero en especial, la derrota por
6-1 ante Checoslovaquia. Al regresar a Ezeiza, los jugadores fueron recibidos a
monedazos y al arquero de River le incendiaron su automóvil por lo que decidió no
regresar más al equipo nacional y en el siguiente Mundial de Chile 1962 fue
reemplazado por Roma, de Boca.
Sin embargo, lo
convencieron para que regresara en la Copa de las Naciones de Brasil en 1964,
en un cuadrangular con las poderosas selecciones de Inglaterra y Portugal (que
serían grandes protagonistas del siguiente Mundial de 1966) y los locales. La
selección argentina terminó siendo campeona, con el arco invicto, y en el
último partido, Carrizo le contuvo un penal a Gerson.
Tres años antes,
el 14 de junio de 1961, River le ganó
3-2 al Real Madrid que un año antes había sido campeón de Europa con figuras
como Di Stéfano, Gento o Puskas, y en la
cena de camaradería, el presidente Santiago Bernabeu intentó convencerlo para
que fuera a jugar con los blancos pero Antonio Vespucio Liberti, entonces
presidente de River, respondió con firmeza que “de ninguna manera, Carrizo es
hijo de River y de River no se va. No está a la venta”.
Sin embargo, el
dirigente cambiaría radicalmente de posición apenas dos años más tarde. River y
Peñarol de Montevideo definían la Copa Libertadores de 1966 en un tercer
partido en Chile luego de que cada uno ganara el suyo como local. Los
argentinos se imponían 2-0 cuando Carrizo hizo una parada de pecho tras un
cabezazo del peruano Joya, de Peñarol, y los jugadores uruguayos lo tomaron
como una burla y fueron con todo a buscar el empate, lo consiguieron y ya en el
alargue vencieron 4-2.
Tras aquel
partido ante Peñarol, Liberti fue muy duro con Carrizo para la revista “El
Gráfico”: “Yo quisiera saber cuándo nos
ganó un partido de responsabilidad en los 20 años que lleva en el club”. Tras
regresar de Chile, en el primer partido de River por el campeonato argentino,
ante Bánfield, los hinchas del sur largaron un gallo por su derrota ante
Peñarol y quedó instituido el mote de gallinas.
Durante sus 24
años (1945-1968) como arquero de River, Carrizo jugó nada menos que 520
partidos, además de otros 24 por Copa Libertadores y 20 con la camiseta
argentina y con 42 años, en 1968, batió el récord de imbatibilidad con 769
minutos sin recibir goles hasta que el joven delantero de Vélez Sársfield,
Carlos Bianchi, le puso fin a la racha.
Cuando Franco
Armani batió su récord de imbatibilidad en River el 18 de agosto de 2018 (con 800 minutos sin
goles en contra), Carrizo reaccionó con
comicidad: “Yo ya inventé todo, no puede haber mejores. Ya está todo inventado
en el puesto de arquero. Cada uno tiene su racha y después por ahí se le
termina también pero ojalá no se le termine por mucho tiempo y que sea
favorable para River. Realmente lo felicito. Me alegro mucho por él y por el
club”.
Su último
partido en River fue el 22 de diciembre de 1968 cuando ingresó a los 20 minutos del segundo tiempo por Alfredo
Gironacci, lesionado. Ese día, ante Vélez, River perdió las chances de ser
campeón tras una polémica mano del defensor Luis Gallo que el árbitro Guillermo
Nimo no vio. Ese penal acaso habría consagrado campeón a River tras once años
sin conseguirlo. Pocos días después, fue convocado por el presidente, escribano
Julian William Kent, en las antiguas oficinas del club en Suipacha, entre
Tucumán y Lavalle. Kent venía con una
noticia inesperada: River le daba el pase libre y le ofrecía un partido
despedida. Muchos socios, enojados, rompieron su carnet y hasta llegaron a
ofrecerle a Armando que la despedida fuera en cancha de Boca, pero Carrizo
prefirió dilatar la decisión.
En 1969 jugó dos
partidos únicos con equipos peruanos. Uno con Alianza Lima ante el Dínamo de
Moscú de Lev Yashin, y otro con Universitario de Deportes ante el Corinthians.
Se retiró en
1970 en los Millonarios de Bogotá que años después, el 16 de diciembre de 2004,
le organizó un partido homenaje en el que jugó contra River por la Copa “Amadeo
Carrizo” y desde el 17 de agosto de 2008, el sector bajo de la platea General
Belgrano del Monumental lleva su nombre. También recibió un homenaje en este
estadio el 13 de abril de 2014, cuando minutos antes del River-Rafaela, salió a
la cancha vestido de arquero junto a otros jóvenes vestidos como él.
La Internacional
de Historiadores del Fútbol (FFHS) lo
eligió como el mejor arquero sudamericano del siglo XX y es presidente
honorario de River.
Vive en Villa
Devoto y sostiene que el secreto para llegar bien a los 91 años de vida “es el
vino tinto”. “Tengo problemitas en las piernas pero no puedo pedir más a esta
edad. Ya estoy grande. Igual, ya me elegí el cajón. Es de color verde, como
Quinquela Martín, que se pintó su propio cajón de verde” y bromeó sobre el
inexorable paso del tiempo: “El problema es el alma ¡el alma naque!” y se ríe.
En 2011, un
proyecto de ley del Senado quería instaurar el “Día del Arquero” en su
homenaje, pero no prosperó, y contrariamente a lo que se piensa, eso alegró a
Carrizo, que no quería quedar pegado a esa efeméride.
Cuando se le consulta por la actualidad de los
arqueros, suele ser muy crítico. “Muchos hoy juegan al bowling. Usan mucho
darle la pelota al marcador de punta que está libre sin iniciar ningún peligro
hacia el arco contrario y trae peligro al propio. Es una costumbre que no me
agrada y ya vi muchos goles así. No lo veo provechoso”.
En cambio,
recomienda para un arquero “saberle pegar tres dedos, de costado, y que la
pelota viaje 80 metros a la cabeza de un compañero. De esta forma, no hay
peligro de gol en el arco propio. Un buen saque de arco pasa por arriba de diez
o doce jugadores. Con Ermindo Onega, Luis Cubilla o Juan Carlos Lallana hicimos
muchos goles de saque de arco. Eso es lo que interesa”.
“Cambió todo,
hasta la pelota. En la época de Bernabé Ferreyra se jugaba con una número
cuatro, pero lo único que no cambió fue la medida del arco. Siempre midió 7,32
por 2,44. Allí el guardavallas tiene su responsabilidad. Probablemente, la
mayor de todas. Lo que nunca entendí es el por qué de esas medidas tan
extrañas. ¿Por qué no hicieron medidas redondas? Jajaja”, vuelve a reírse.
Carrizo la tiene
clara: “El Mono Navarro Montoya era un fenómeno. De gran juego y anticipo. Un
arquero moderno que no vivía debajo del travesaño. Otros que me gustaban eran
Angel David Comizzo y Nery Pumpido porque sabían anticipar el juego”.
¿Y Hugo Orlando
Gatti? Ese nombre siempre le hizo fruncir el ceño a Carrizo. Fueron compañeros
en River entre 1964 y 1968 y el “Loco” dice haber aprendido mucho de su
“maestro” pero que luego “el alumno superó al maestro”. Carrizo nunca quiso
continuar la polémica y efectivamente, Gatti se retiró en Boca a los 44 años y
se caracterizó por salir aún más afuera de su arco. “Sería un necio si no
dijera que aprendí cosas de Amadeo, pero Amadeo también aprendió cosas de mí
aunque no lo dice”, suele decir.
Carrizo llegó a
admitir que la reciente final de la Copa Libertadores que River le ganó a Boca
fue “la emoción más grande de mi vida” y que “Boca es un grande y hay que
reconocerlo. Se ganó categóricamente bien, no se ganó de casualidad”. Y cuando
le preguntaron cómo le pudo haber ido en un mano a mano con Lionel Messi tras
haber enfrentado a Di Stéfano o Pelé, aceptó que “habría sido complicado por su
habilidad y agilidad mental y física que tiene. Con él, no hay arquero que se
resista”.
Carrizo se dio
el lujo de actuar en la película “Cinco grandes y una chica”, dirigida en 1950
por Augusto César Vatteone, y le dedicaron dos tangos, “Tarzán Carrizo” de
Leopoldo Díaz Vélez, con la orquesta de Armando Pontier y cantado por Alberto
Podestá, y “El gran Amadeo” de Eduardo Luis Ciancio y música de Pedro Bustos.
“No creo que me
recuerden dentro de un siglo pero sería grato que dentro del club, alguien
pueda contarle a los hinchas quién fui yo, que sepan que fui un arquero a la
medida de River”, es la módica pretensión de Carrizo, para el futuro, como si
fuera fácil olvidarlo.
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