Cada foto de la
suma de dirigentes que componen el fútbol argentino parece que nos mostrara un
nuevo criterio reformista, pero de fondo esconde viejísimos esquemas,
movimientos que son cíclicos y que remiten siempre a lo mismo. La explosión del
coronavirus sirvió entonces para justificar otra vuelta de tuerca que sólo
sirve para tratar de imponer criterios propios que ayuden a tapar los
desaguisados que supieron cometer y patear la pelota, otra vez, para adelante
aunque sin rumbo fijo.
Que Marcelo
Tinelli era el heredero pensado por Julio Grondona antes de morir a fines de
julio de 2014, ya lo hemos señalado varias veces. El conductor televisivo no
tiene ideología alguna (igual que Don Julio) y es, ante todo, tinellista. Y eso
es lo que los une en el delgado hilo de poco más de un lustro entre uno y otro.
La gran diferencia entre ambos es que el ex titular de la AFA se formó entre la
calle y las mafias de Avellaneda y si no tuvo un título universitario, fue
porque el padre falleció y tuvo que dedicarse a sostener a su familia. Esa
vieja escuela de Barceló y Ruggierito por un lado, y la de Herminio Sande por
el otro, le permitieron ascender hasta la AFA y fundar, por única vez desde la
existencia de la institución, el Partido de la Pelota de Fútbol.
Tinelli, en
cambio, es un self made man que llega al fútbol desde la industria de la TV
pero sin esa calle necesaria para imponerse de entrada y así es que el 38-38 lo
revolcó y le hizo transitar cierto llano para aprender lo que necesitaba para
regresar con mayores ínfulas. Porque por lo demás, se parecen demasiado (cosa
que el caudillo de Avellaneda intuyó desde que lo conoció) y son (o fueron)
ambos capaces de girar para donde haga falta.
Recién ahora,
Tinelli se coloca más o menos cerca de lo que ansió. Y para eso, bastó que se
enfermara y se le acercara el presidente de la AFA, Claudio Tapia, para que de
un plumazo se terminara su “inquina” contra el viejo orden del grondonismo que
en diciembre de 2015 significaba Luis Segura, presidente interino tras la
muerte de Don Julio, y que continúa, sui generis, el propio “Chiqui” en la
actualidad.
Es decir que
todo lo que parecía que Tinelli traía como renovación al fútbol argentino hace
apenas cuatro años y un trimestre, se esfumó de repente para unificarse con lo
viejo apenas “gracias” a un acercamiento con su supuesto rival por una cuestión
humana. Tinellismo puro (¿o grondonismo? ¿o ambos?).
En el libro “AFA,
el fútbol pasa, los negocios quedan” (Autoría/Ediciones B, 2016), se hace
hincapié en un concepto básico de la historia institucional del fútbol
argentino y es que desde siempre, la AFA estuvo vinculada, de una manera
directa o indirecta, con los gobiernos de turno. En la única oportunidad que
eso no fue exactamente asi, por el límite que puso Grondona, fue durante su
largo mandato, entre 1979 y 2014, pero una vez que falleció, todo volvió a lo
anterior y de hecho, esta AFA se parece a la de los años Setenta, cuando todo
era un caos y la selección argentina, aún con grandes cracks, quedó eliminada,
por única vez en su larga trayectoria, de una clasificación para el Mundial de
México en 1970.
Tras la muerte
de Grondona, y con Tinelli revolcado tras el 38-38, la AFA volvió a los tumbos.
Con la llegada del macrismo al poder, sus dirigentes firmaron otra vez sin leer
los contratos, la aceptación para que comenzara a existir la Superliga, un
organismo que salía de la calle Viamonte para trasladarse a Puerto Madero y ser
útil al proyecto más fuerte que el ex presidente Mauricio Macri tuvo desde “el
llano” en los años Noventa: que los clubes fueran SA, amenazándolos con la
derogación de la ley de los tiempos de Eduardo Duhalde, a principios de siglo,
con algunas excepciones de pagos de impuestos y aceptando las sugerencias de
los peces de colores que trajo a la Argentina Javier Tebas Medrano, el
presidente de la Liga de Fútbol Profesional en España, y que en tiempos de
Grondona ni pisaba el país, porque estaba enfrentado al “hermano mellizo” del
caudillo argentino en el mundo del fútbol, nada menos que el entonces también
sempiterno titular de la Real Federación Española, Ángel María Villar.
Muerto Grondona,
los dirigentes del fútbol argentino se acostumbraron rápidamente a los cambios,
tanto el adaptarse al macrismo y su nueva política como a la idea de que se
había acabado la época de la autonomía y llegaba otra con sumisión a los poderes
políticos y entonces, lo que quedaba de los tiempos anteriores era tratar de
sacar la mayor cantidad de dinero posible de la TV, una de las mayores fuentes
de recursos económicos, para que solventara sus desaguisados e imprevisiones de
siempre.
Si Grondona dejó
un aberrante torneo de treinta equipos (que pudieron ser muchos más si
prosperaba en 2011 aquella idea original de sumar a los del Nacional B para
salvar a River del descenso y sumar a todos los provinciales posibles porque se
acercaban las elecciones presidenciales nacionales y debía devolver favores), y
con un fútbol accesible desde los canales de aire o cable pero sin codificar, y
con un interesante reparto de títulos (desde 2001 a 2013 hubo 13 campeones
distintos), desde su muerte todo cambió y la dirigencia aceptó que el fútbol
volviera a ser codificado, que los mismos que monopolizaran sus transmisiones
regresaran (cuando había otros y muy interesantes proyectos), y desde 2014
hasta hoy sólo cuatro equipos ganaran títulos de campeonato.
De hecho, lo
primero que hizo Luis Segura en la “vieja” AFA, para asegurar su sillón, fue
reunirse con los presidentes de los cinco clubes grandes para saber si contaba
con su apoyo, algo impensable en el orden grondoniano y tras el desastre al que
derivó el esperable tironeo que generó la caótica intervención de la FIFA y la
Conmebol, resurgió el neo-grondonismo de Tapia, con los “chochamus” del
ascenso, en alianza con Daniel Angelici, presidente de Boca pero más que todo,
el Hombre Fuerte del macrismo en el fútbol.
A ese grupo se le unieron Racing (Víctor Blanco siempre aparece en la
foto, aunque se lo vea atrás y chiquito), Huracán, y con algunas críticas más
ligadas a lo personal y familiar, Independiente (Hugo Moyano, su presidente, es
el yerno de Tapia).
Tinelli jugó sus
fichas a la nueva Superliga (más que todo, por despecho a lo que “le hicieron”
en el 38-38) y junto con él, Rodolfo D’Onofrio, presidente de River y mucho más
cercano a su colega de San Lorenzo Matías Lammens, hoy ministro de Deportes y
Turismo, que al conductor televisivo. Las posturas parecían inflexibles. Pero
como todo en el fútbol argentino, duran poco, apenas hasta que se tocan los
intereses, cambia el gobierno, o ambos a la vez.
Los mismos
clubes que en 2009 habían ido detrás de Grondona cuando rompió el contrato con Torneos
Sin Competencia y Clarín, apenas seis años y medio más tarde volvían a la
televisión codificada y no sólo eso, sino que aceptaban sin chistar una
extorsión a toda regla del Gran Diario Argentino cuando en la semana de la
apertura de la licitación de los derechos de TV, sostuvo que la única manera de
retirarse del juico a la AFA por aquel rompimiento de contrato para ir al “Fútbol
Para Todos” era si la entidad madre del fútbol argentino le otorgaba esos
derechos a sus amigos de Fox (de fondo, los que transmiten aún los partidos con
producción de la ahora Torneos, maquillada después del FIFA Gate).
Por otra parte,
esos mismos dirigentes aceptaron reducir los torneos de treinta equipos a
veinte en una cantidad consecuente de temporadas con reducción de dos equipos
por año (dos ascensos desde el Nacional B y cuatro descensos), pero como suele
ocurrir, eso se fue modificando por los intereses y los acomodos de siempre con
el poder, y si parecía que se llegaba a 22, luego se consideró que estaba bien
en 24 y ahora, con esto del coronavirus, se cree que tal vez con 26 sería lo
lógico. Lo que no explican es que todos estos “razonamientos” se acomodan a dos
factores esenciales: uno, evitar el descenso de clubes populares y que pueden
dar votos para la reelección de Tapia por otros cuatro años (algo que cuando
asumió, no estaba explicitado), pero el otro es clave: la posibilidad de
ajustar algunos partidos en TV abierta y que sean accesibles para la gente, en
una especie de semi-regreso a los tiempos del kirchnerismo.
Es decir, con 13
partidos de 26 equipos, hay muchas más chances de operar políticamente para que
los canales abiertos tengan tres partidos por fecha para emitir y por
codificado, otros diez, lo que no le generaría demasiado perjuicio a la empresa
privada y a la vez, le da espacios a la TV gratuita. Otra vez: la dirigencia
del fútbol argentino rompió un contrato con una empresa privada en 2009 para ir
al Estado, regresó al codificado en 2017 para regresar a medias a la TB
gratuita en 2020. Un giro en toda regla en menos de una década.
Y si Boca desde
la AFA, y River y San Lorenzo desde la Superliga, pesaban en los cambios
durante el macrismo una vez que éste se fue del poder y asumió Alberto
Fernández, rápidamente esta dirigencia que antes que el corona tiene el virus
de la mariposa al revés, cuya metamorfosis negativa la convierte en oruga, y se
dio cuenta de que a dos años de la Superliga, ésta ya no servía y había que regresar
a la AFA y manejar por sí misma lo que antes hacían otros y para satisfacer a
quien ya no pesa desde Olivos con sus decisiones.
Allí es que ya
se instaló Tinelli, sin problemas en abrazarse con el mismo Tapia con el que
litigó dos años atrás, y enseguida liberó el Fair Play Financiero para que
todos los clubes reduzcan los salarios de los jugadores con la falsa excusa del
coronavirus, porque nunca se explica cómo están sin un mango quienes exportan
en millones de euros y reciben tantos fondos de la TV y tienen recursos de
marketing, abonos de palcos y plateas, venden entradas y publicitan sus
camisetas y la estática, y luego gastan en pesos. Hasta Sergio Marchi, el más
que polémico secretario general del sindicato de futbolistas, se dio el lujo de
salir a decirlo. Es decir: el mismo Tinelli que en 2015 venía, supuestamente, a
cambiar el fútbol argentino, es el que ahora se presta para sostener el “nuevo
orden”, que parece más viejo que Matusalén. Pero no termina allí, sino que el
mismo D’Onofrio que en 2015 dijo que había que “ponerle una bomba a la AFA”,
ahora tomaba una de las seis (¡seis!) vicepresidencias en el nuevo organigrama.
Y vaya casualidad, de las seis vicepresidencias, cuatro son para Boca, River,
Independiente y San Lorenzo y Racing (siempre en la foto, aunque chiquito y al
fondo), toma la secretaría general. ¿Los otros dos lugares? Para Defensores de
Belgrano y para Santiago del Estero, los “chochamus gomías de Chiqui”. Y todo
listo.
Pero falta algo
más: en un artículo de “Clarín” del domingo, sueltito y como si nada, ya se
anuncia (y no suele haber en esto ni un atisbo de ingenuidad en sus páginas)
que salvo los partidos que se emitan por los canales de aire, los codificados
que resulten de los caóticos torneos que sepan delinear estos dirigentes en los
próximos meses, serán transmitidos por TNT (los que dicen jugar distinto) y sin
compartir, esta vez, con Fox.
Se sabe que Fox,
en Estados Unidos, fue adquirida por Disney (que deportivamente es ESPN) y que
en la Argentina aún no se aprobó la fusión. Todo indica que seguiremos viendo
transmisiones pulcras y acríticas del poder, como siempre, y no parece nada
casual que ESPN emitiera por la noche, hace dos semanas, un extraño programa
especial que despotricó duramente contra Tapia.
¿Nuevo orden?
Más bien todo lo contrario: el fútbol argentino recuperó el viejísimo orden
pre-Grondona. Otra vez manda la política y los dirigentes siguen haciendo
desaguisados, con el único propósito de sacar partido de lo que sea, y sin
poder explicar, nunca, qué hicieron con todo lo que les ingresó.
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