El fútbol
argentino da para todo. Un torneo partido, con un descanso largo entre
principios de diciembre y fines de enero, que determinó una seguidilla de siete
fechas como si todo comenzara de nuevo y que a la larga permitió que Boca, que
estaba jugando muy mal con Gustavo Alfaro, se renovara con la llegada de Miguel
Russo y un par de refuerzos y más que todo, un cambio táctico y posicional para
acabar ganando de arremetida una Superliga que iba claramente orientada para
River, pero los “millonarios”, tal como dos meses atrás con la Copa
Libertadores, la perdieron en los últimos minutos.
Boca, en las
veintitrés fechas de este torneo que parece que será el último con esta
estructura (todo indica que en mayo se votará su regreso a la AFA aunque se
organizaría algo parecido), casi nunca pudo redondear una buena actuación a
tiempo completo. Con Alfaro, su sistema táctico no sólo era un 4-4-2, sino que los
cuatro del medio jugaban demasiado atrasados, y a veces se sumaba un quinto
para la marca, dejando arriba sólo y aislado a un delantero.
Con Russo, el
equipo no sólo cambió de sistema. Obligado por la intempestiva salida de Alexis
Mac Allister al fútbol inglés, y la de Nicolás Capaldo al Preolímpico sub-23,
el experimentado entrenador aprovechó para ir propendiendo a un 4-1-3-2, con
algunos cambios sustanciales: eliminó el insustancial y aborrecible (para el
espectáculo, que al fin y al cabo es el que genera la atención del público) “doble
cinco” para colocar un único eje en el postergado y muy técnico colombiano
Jorman Campuzano, y adelantar al resto de los volantes como Guillermo “Pol” Fernández,
con dos extremos abiertos como Eduardo Salvio y el colombiano Sebastián Villa
(con el anterior DT sólo jugaba uno, por lo general), aunque en el centro
prefirió colocar a Carlos Tévez, relegado en el ciclo anterior, junto con
Franco Soldano en vez de Ramón “Wanchope” Ábila.
Tal vez el talón
de Aquiles del Boca de Russo, de apenas siete fechas y cuando las matemáticas
juegan a su favor (aunque el fútbol no es sólo eso) pase por lo que muchos
consideran “el centro del ataque” y nosotros creemos que fue, más exactamente, “el
centro de la línea más adelantada del equipo”, que no significa “ataque” porque
tanto Tévez como su inexistente compañero (de escasísimas condiciones técnicas
y que para muchos hizo el incomprobable “trabajo sucio” para que el Apache
pudiera rendir), se paraban demasiado lejos del arco rival.
Salvando las enormes
distancias, la ausencia de Wanchope para que jugara Soldano no está justificada
por el título conseguido in extremis, porque lo mismo podría aplicarse para
justificar que Diego Maradona no haya sido convocado para jugar el Mundial 1978.
Al contrario, aunque se trata de una ucronía, creemos que con él, la selección
argentina habría ganado en forma más brillante y sin sufrir. De la misma
manera, creemos que con esta estructura, y parados unos metros más adelante
Tévez y Ábila, acaso Boca habría obtenido la Superliga con mayor claridad.
¿Mereció Boca
ganar esta Superliga? Al promediar la misma
y especialmente desde que River comenzó a encarrilar sus triunfos que lo
llevaron al liderazgo, quedó claro que el mejor equipo de la Argentina (y uno
de los mejores de América, al punto de haber perdido su tercera Copa
Libertadores en cinco años en los dos minutos finales, hace tres meses) es, en
lo colectivo y en muchos casos en lo individual, el de los “millonarios”.
Tal como le
ocurrió a Boca con Mac Allister, a River le pasó con la salida de Exequiel
Palacios a la Bundesliga, aunque con la continuidad del mismo entrenador.
Marcelo Gallardo debió reinventar un equipo que parece cansado, con algunos
jugadores agotados (Javier Pinola, Lucas Pratto, Ignacio Scocco entre ellos) y
que deposita prácticamente todo lo que pueda crear en los pies del muy completo
Ignacio Fernández, o en la magia de un recién recuperado colombiano Juanfer
Quintero, pero casi todo su basamento es en el juego colectivo, en la presión y
en las subidas de sus laterales Gonzalo Montiel y Milton Casco, o el despliegue
de sus volantes.
Gallardo
reconvirtió al equipo en un 3-5-2, que le dio resultado hasta que en las
últimas fechas comenzaron a notarse algunos síntomas de cansancio porque, como
Boca (aunque jugando mucho mejor cuando aceita los mecanismos entre sus componentes),
dispone de poca gente que pueda crear fútbol a la hora de necesitar
desequilibrar.
Si bien ganó sus
partidos como local ante Bánfield y Central Córdoba de Santiago del Estero, se
notó ya que no le resultaron fáciles, y la clave de su quedo final fue su
última posibilidad como local ante Defensa y Justicia, cuando no sólo no pudo
ganar sino que estuvo al borde de perder, y como pocas veces, no tuvo siquiera
el control de la pelota en casi todo el primer tiempo y lo salvó su carácter en
el complemento.
Con los dos
puntos perdidos ante el “Halcón” de Florencio Varela, River tuvo que jugarse el
título teniendo que ganar en un estadio complicado como el tucumano José Fierro
y ante un rival fuerte, que no jugó por muy poco su segunda Copa Libertadores
consecutiva, y aunque como visitante rindió más que como local (seguramente
porque en ese caso se le abren los espacios que en el Monumental no dispone), y
aunque pudo haberlo conseguido (un gol mal anulado al gran goleador colombiano
Santos Borré, y posiblemente un penal no sancionado a Matías Suárez en el
segundo tiempo), le volvió a faltar esa cuota de determinación del pasado, la
misma que estuvo ausente en Lima ante Flamengo meses atrás.
Ni Boca ni
River, de todos modos, se pueden engañar. El objetivo de los xeneizes, amplios
dominadores del fútbol local, más ahora con este nuevo título (ganaron cuatro
de los últimos seis torneos de liga), sigue siendo la Copa Libertadores y para
poder llegar a fines de año con chances, tendrán que jugar mucho mejor de lo
que lo vienen haciendo.
Boca es un
equipo que puede golear cuando se le abre el arco porque dispone de un plantel
rico y de un esquema fue mejorando en la zona que más lo complicó en este
tiempo, la de gestación de juego, pero no puede desperdiciar a sus extremos
dándoles tanto trabajo de retroceso para la marca, y claramente, Wanchope Ábila
es muy superior a Soldano como centrodelantero.
Párrafo aparte
para Carlos Tévez: es cierto que ha crecido y que éste fue su mejor torneo
desde su regreso a Boca en 2015, pero se lo sobredimensiona de una forma
notable, en parte por una extraña simbiosis con algunos medios en particular,
pero también, seguramente, por la urgente necesidad de ídolos que tiene un
fútbol argentino desbarrancado y que pierde figuras al poco tiempo de emerger,
que emigran a otras ligas apenas cuando se destacan un poco.
Tévez hizo el
gol decisivo del título, tuvo algunas apariciones en momentos clave, pero no es
ni el treinta por ciento del crack que supo ser. Hay una explicación lógica en
su edad (36 años) pero cuando regresó en 2015 de la Juventus tenía 31 y sin
embargo, desperdició un lustro de su carrera. No es aquel que gambeteaba, que
desequilibraba con notables definiciones o con asistencias. El “Apache” no es
un nueve, sino un mediapunta que rinde más jugando detrás del goleador. Boca
necesita un ataque con dos extremos y un centrodelantero, y tiene jugadores
para todas esas posiciones. Acaso ya con tiempo y con menos presión, Russo
pueda trabajar en ese sentido.
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