lunes, 9 de marzo de 2020

Boca, aún en formación, campeón en una Superliga que perdió un River con algunos síntomas repetidos de agotamiento




El fútbol argentino da para todo. Un torneo partido, con un descanso largo entre principios de diciembre y fines de enero, que determinó una seguidilla de siete fechas como si todo comenzara de nuevo y que a la larga permitió que Boca, que estaba jugando muy mal con Gustavo Alfaro, se renovara con la llegada de Miguel Russo y un par de refuerzos y más que todo, un cambio táctico y posicional para acabar ganando de arremetida una Superliga que iba claramente orientada para River, pero los “millonarios”, tal como dos meses atrás con la Copa Libertadores, la perdieron en los últimos minutos.

Boca, en las veintitrés fechas de este torneo que parece que será el último con esta estructura (todo indica que en mayo se votará su regreso a la AFA aunque se organizaría algo parecido), casi nunca pudo redondear una buena actuación a tiempo completo. Con Alfaro, su sistema táctico no sólo era un 4-4-2, sino que los cuatro del medio jugaban demasiado atrasados, y a veces se sumaba un quinto para la marca, dejando arriba sólo y aislado a un delantero.

Con Russo, el equipo no sólo cambió de sistema. Obligado por la intempestiva salida de Alexis Mac Allister al fútbol inglés, y la de Nicolás Capaldo al Preolímpico sub-23, el experimentado entrenador aprovechó para ir propendiendo a un 4-1-3-2, con algunos cambios sustanciales: eliminó el insustancial y aborrecible (para el espectáculo, que al fin y al cabo es el que genera la atención del público) “doble cinco” para colocar un único eje en el postergado y muy técnico colombiano Jorman Campuzano, y adelantar al resto de los volantes como Guillermo “Pol” Fernández, con dos extremos abiertos como Eduardo Salvio y el colombiano Sebastián Villa (con el anterior DT sólo jugaba uno, por lo general), aunque en el centro prefirió colocar a Carlos Tévez, relegado en el ciclo anterior, junto con Franco Soldano en vez de Ramón “Wanchope” Ábila.

Tal vez el talón de Aquiles del Boca de Russo, de apenas siete fechas y cuando las matemáticas juegan a su favor (aunque el fútbol no es sólo eso) pase por lo que muchos consideran “el centro del ataque” y nosotros creemos que fue, más exactamente, “el centro de la línea más adelantada del equipo”, que no significa “ataque” porque tanto Tévez como su inexistente compañero (de escasísimas condiciones técnicas y que para muchos hizo el incomprobable “trabajo sucio” para que el Apache pudiera rendir), se paraban demasiado lejos del arco rival.

Salvando las enormes distancias, la ausencia de Wanchope para que jugara Soldano no está justificada por el título conseguido in extremis, porque lo mismo podría aplicarse para justificar que Diego Maradona no haya sido convocado para jugar el Mundial 1978. Al contrario, aunque se trata de una ucronía, creemos que con él, la selección argentina habría ganado en forma más brillante y sin sufrir. De la misma manera, creemos que con esta estructura, y parados unos metros más adelante Tévez y Ábila, acaso Boca habría obtenido la Superliga con mayor claridad.

¿Mereció Boca ganar esta Superliga? Al promediar la misma  y especialmente desde que River comenzó a encarrilar sus triunfos que lo llevaron al liderazgo, quedó claro que el mejor equipo de la Argentina (y uno de los mejores de América, al punto de haber perdido su tercera Copa Libertadores en cinco años en los dos minutos finales, hace tres meses) es, en lo colectivo y en muchos casos en lo individual, el de los “millonarios”.

Tal como le ocurrió a Boca con Mac Allister, a River le pasó con la salida de Exequiel Palacios a la Bundesliga, aunque con la continuidad del mismo entrenador. Marcelo Gallardo debió reinventar un equipo que parece cansado, con algunos jugadores agotados (Javier Pinola, Lucas Pratto, Ignacio Scocco entre ellos) y que deposita prácticamente todo lo que pueda crear en los pies del muy completo Ignacio Fernández, o en la magia de un recién recuperado colombiano Juanfer Quintero, pero casi todo su basamento es en el juego colectivo, en la presión y en las subidas de sus laterales Gonzalo Montiel y Milton Casco, o el despliegue de sus volantes.

Gallardo reconvirtió al equipo en un 3-5-2, que le dio resultado hasta que en las últimas fechas comenzaron a notarse algunos síntomas de cansancio porque, como Boca (aunque jugando mucho mejor cuando aceita los mecanismos entre sus componentes), dispone de poca gente que pueda crear fútbol a la hora de necesitar desequilibrar.

Si bien ganó sus partidos como local ante Bánfield y Central Córdoba de Santiago del Estero, se notó ya que no le resultaron fáciles, y la clave de su quedo final fue su última posibilidad como local ante Defensa y Justicia, cuando no sólo no pudo ganar sino que estuvo al borde de perder, y como pocas veces, no tuvo siquiera el control de la pelota en casi todo el primer tiempo y lo salvó su carácter en el complemento.

Con los dos puntos perdidos ante el “Halcón” de Florencio Varela, River tuvo que jugarse el título teniendo que ganar en un estadio complicado como el tucumano José Fierro y ante un rival fuerte, que no jugó por muy poco su segunda Copa Libertadores consecutiva, y aunque como visitante rindió más que como local (seguramente porque en ese caso se le abren los espacios que en el Monumental no dispone), y aunque pudo haberlo conseguido (un gol mal anulado al gran goleador colombiano Santos Borré, y posiblemente un penal no sancionado a Matías Suárez en el segundo tiempo), le volvió a faltar esa cuota de determinación del pasado, la misma que estuvo ausente en Lima ante Flamengo meses atrás.

Ni Boca ni River, de todos modos, se pueden engañar. El objetivo de los xeneizes, amplios dominadores del fútbol local, más ahora con este nuevo título (ganaron cuatro de los últimos seis torneos de liga), sigue siendo la Copa Libertadores y para poder llegar a fines de año con chances, tendrán que jugar mucho mejor de lo que lo vienen haciendo.

Boca es un equipo que puede golear cuando se le abre el arco porque dispone de un plantel rico y de un esquema fue mejorando en la zona que más lo complicó en este tiempo, la de gestación de juego, pero no puede desperdiciar a sus extremos dándoles tanto trabajo de retroceso para la marca, y claramente, Wanchope Ábila es muy superior a Soldano como centrodelantero.

Párrafo aparte para Carlos Tévez: es cierto que ha crecido y que éste fue su mejor torneo desde su regreso a Boca en 2015, pero se lo sobredimensiona de una forma notable, en parte por una extraña simbiosis con algunos medios en particular, pero también, seguramente, por la urgente necesidad de ídolos que tiene un fútbol argentino desbarrancado y que pierde figuras al poco tiempo de emerger, que emigran a otras ligas apenas cuando se destacan un poco.

Tévez hizo el gol decisivo del título, tuvo algunas apariciones en momentos clave, pero no es ni el treinta por ciento del crack que supo ser. Hay una explicación lógica en su edad (36 años) pero cuando regresó en 2015 de la Juventus tenía 31 y sin embargo, desperdició un lustro de su carrera. No es aquel que gambeteaba, que desequilibraba con notables definiciones o con asistencias. El “Apache” no es un nueve, sino un mediapunta que rinde más jugando detrás del goleador. Boca necesita un ataque con dos extremos y un centrodelantero, y tiene jugadores para todas esas posiciones. Acaso ya con tiempo y con menos presión, Russo pueda trabajar en ese sentido.

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