El 29 de marzo
de 2017 no fue un día más en la historia de la AFA. Tras poco menos de tres
años de escándalos, anarquía, y un empate 38-38 en la elección presidencial de
diciembre de 2015 entre Luis Segura y Marcelo Tinelli para 75 votos que derivó
meses después en una intervención sui generis entre la FIFA y la Conmebol, por
fin asumía como titular del organismo, y esta vez con los apoyos claros y
explícitos, Claudio Fabián “Chiqui” Tapia.
Dirigente que
aunque declarado hincha de Boca provenía de un pequeño club del ascenso como Barracas
Central, Tapia se apoyó en sus dirigentes amigos del llamado grupo de “Ascenso
Unido”, sumado a su suegro, el poderoso dirigente sindical y presidente de
Independiente. Hugo Moyano, y fue sostenido, de manera decisiva para ganar, por
Daniel Angelici, titular de Boca y el Hombre Fuerte del fútbol argentino
durante el Macrismo.
Desde el primer
día, hubo dos clubes que advirtieron lo que podía ocurrir: si Racing y Huracán
se sumaron al grupo de sostén de Tapia, River (mediante Rodolfo D’Onofrio) y
San Lorenzo (desde su dupla de conducción compuesta por Matías Lammens y
Marcelo Tinelli) declinaron formar parte del Comité Ejecutivo, en desacuerdo
con los lineamientos de la nueva alianza gobernante.
Esa nueva AFA
aceptó entregar una importante parte del paquete televisivo del fútbol nacional
a empresas ligadas al FIFA-Gate pero que intentaron un lavado de cara, y en
otro volantazo, aceptó vaciarse por idea del Gobierno Nacional, quedándose con
el ascenso y la selección argentina para ceder uno de sus mayores valores, su
torneo de élite, a otro organismo inventado a semejanza de la Liga de Fútbol
profesional (LFP) española, la Superliga, que hasta funcionaría en otro
edificio, y supervisada con gente, en algunos casos, ajena a la dirigencia o
que provenía de otros ámbitos y que prometía un estricto control de los manejos
económicos y en la que River y San Lorenzo sí tendrían una mayor participación.
Pero el
experimento no funcionó. La idea del Gobierno de encerrar a la mayoría de los
clubes para concretar esa vieja idea de Mauricio Macri desde los años Noventa
para transformarlos en Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) encontró una lógica
e histórica resistencia, pese a las amenazas con nuevos impuestos o el quite de
las exenciones de tiempo atrás, y bastó que llegaran las elecciones nacionales
y el triunfo de Alberto Fernández para que esos mismos que votaron el pase a la
Superliga determinaran, tres años más tarde, la vuelta al redil de la AFA hasta
cambiándole el nombre al campeonato, para llamarlo Liga Profesional de Fútbol.
En pocos meses,
apenas cinco, la Superliga había muerto. Los mismos dirigentes que antes
explicaban sus bondades, ahora sostenían lo contrario, así como en el país,
tantos se abrazaron y lloraron cuando se votaron la privatizaciones de empresas
estatales y años más tarde, hicieron exactamente lo mismo cuando se volvieron a
estatizar.
El mismo Tinelli
que hacía morisquetas frente al espejo junto a Macri, ahora participaba en una
comisión estatal de lucha contra el hambre y apoyaba a Alberto Fernández y se
fue acercando a Tapia y entonces se terminó la oposición y aquella disputa del
38-38 los encontró, en poco tiempo, del mismo lado de la mesa. D’Onofrio,
opositor acérrimo (llegó a decir en una conferencia en una universidad que
había que poner una bomba en el edificio de la calle Viamonte, en Buenos Aires).
Ahora también cercano ideológicamente al actual Gobierno nacional, tampoco se
opuso más y ya no volvió a hablar, salvo para detalles.
Sumados San
Lorenzo y River, y el resto siempre con Tapia, no fue difícil para el
presidente de la Cámara de Diputados y futbolero como Sergio Massa, ir armando
una conducción en la que ingresaran todos sin demasiado conflicto y así es que
el presidente de la AFA, ahora, aprovechando con viveza criolla la pandemia del
Coronavirus, se hará reelegir no sólo hasta 2023, sino que introducirá como
parte del estatuto la posibilidad de seguir hasta 2027.
Por ahora, no
sólo habrá lista única (demasiado lejos de aquel escandaloso 38-38) sino que
todos se acomodan la perfección: seis
vicepresidencias, de los cuales cuatro van para clubes “grandes” (Boca, River,
San Lorenzo, Independiente) y las otras dos, para los amigos: Marcelo Achille
(Defensores de Belgrano) y Guillermo Raed (Mitre de Santiago del Estero), la
secretaría general (clave) para Racing, cuyo presidente, Víctor Blanco, siempre
se acomoda en la foto. y como tesorero, el alter ego de Tapia, Pablo Toviggino,
de la Liga Santiagueña, y quien escribió la incendiaria carta que la AFA envió
a la Conmebol tras la Copa América de Brasil y que le costó el apartamiento de
“Chiqui” como representante sudamericano ante la FIFA. El cargo de secretario
ejecutivo queda en manos del advenedizo titular de Lanús y hombre de Massa en
el fútbol, Nicolás Russo.
El panorama no
podía venirle mejor a la AFA. La explosión del Coronavirus no hizo más que
hacerle varios favores a una dirigencia del fútbol que jamás debate lo
sustancial (como por ejemplo, torneos federales en serio, una mayor
participación de actores sin casi voz ni voto como sí lo exige la FIFA, como
los DT, árbitros, fútbol femenino, de salón o de playa) y a la que, por su
propia incoherencia, le había quedado larga la temporada porque al ir
(supuestamente) en camino a un torneo de veinte equipos luego de aquel
esperpento grondoniano de treinta, con veintiséis o veinticuatro equipos, dos
ruedas era demasiado largo, y una sola rueda sin revanchas (como se acabó
jugando), demasiado corto. Entonces, hubo que inventar una “Copa de la
Superliga” a la que se le dio una plaza para cada uno de los dos torneos
sudamericanos como para darle interés.
Resultó que tras
una conflictiva fecha en medio del inicio de la pandemia (en la que River ni
siquiera se presentó a jugar en el Monumental ante San Martín de Tucumán), se
decidió parar, y con el paso de las semanas la situación sirvió en bandeja la
determinación de congelar la temporada con una previsión insólita para
dirigentes tan imprevisores: prácticamente a diez meses del inicio de los
torneos sudamericanos de 2021, la AFA ya tiene las plazas aseguradas para la
Copa Libertadores (Boca, campeón de la Superliga, River, Racing y Argentinos
Juniors) y para la Copa Sudamericana (Vélez, San Lorenzo, Newell’s Old Boys,
Talleres de Córdoba, Defensa y Justicia y Lanús).
Podrían
quejarse, desde Vélez hacia abajo, todos los equipos que, teniendo la chance de
clasificarse a la Copa Libertadores 2021, vieron cerradas sus posibilidades por
una disposición tan pronta y exagerada (que salvo en Bélgica, Francia y
Holanda, casi nadie más se atrevió a tomar) pero si por ejemplo se decidiera no
jugar la Copa Argentina, los de Liniers jugarían el máximo torneo continental
como primero en la lista de espera, y al no terminar la temporada con ningún
torneo clasificatorio, San Lorenzo accedería también como segundo en esa misma
lista. Esto haría, a su vez, que Rosario Central y Arsenal ingresaran en la
Copa Sudamericana. Es decir que doce equipos, entre ellos todos los de más peso
deportivo e histórico, entrarían en las mejores competencias y también los
clubes identificados con Alberto Fernández y Sergio Massa. ¿Y los que se quedan
afuera de todo? En ese caso, estamos refiriéndonos a los que la AFA salvó al
determinar que no haya descensos por dos temporadas.
Es decir que si
nos ponemos a hilar fino, podríamos sacar las siguientes conclusiones: 1) Entre
los clasificados a las Copas internacionales y los salvados de pelear por no
descender, tenemos a casi todos los equipos de Primera A como beneficiados, lo
cual, a su vez, genera que todos estos clubes vean con simpatía que Tapia sea
reelecto el próximo 19. 2) El hecho de que no haya descensos por dos temporadas
genera que cuando llegue el próximo 30 de junio, y venza un buena parte de los
contratos de jugadores, los clubes no se vean obligados a renovarlos,
reduciendo así muchos salarios en una época de crisis, lo que, otra vez,
aumenta la simpatía de los dirigentes hacia “Chiqui”, aunque esta satisfacción
sea directamente proporcional a la bronca de Futbolistas Argentinos Agremiados.
3) La decisión de cambiar el caballo a mitad del río y volver a un torneo de
treinta equipos (en lugar de seguir camino a los veinte), generará quince
partidos por fin de semana, lo cual implica más dinero de la TV o acaso, dejar
que los canales privados (¿o sólo quedará uno de los dos?) trasmitan una
cantidad y quede la diferencia para los canales abiertos en un mini “Fútbol
Para Todos” y de paso, quedan bien con el Gobierno, que ahora asistirá a la
mayoría con préstamos cual si fueran pymes aunque sus problemas reales hayan
pasado por sus pésimas administraciones.
Y por si fuera
poco, como yapa, la incoherencia de congelar demasiado pronto la Primera A,
pero determinar que no sucederá lo mismo en el Nacional B porque el ascenso
“hay que ganárselo en la cancha” (¿los pases a las copas internacionales, no?),
aplicando un formato para una categoría, y otro formato, para otra (algo que
podría derivar en juicios interminables), y en vez de permitir el ascenso de
Atlanta y San Martín de Tucumán, los líderes de ambos grupos hasta que se paró
el campeonato, se habla de un mini torneo en el que, claro, entrarían clubes
“amigos” como Defensores de Belgrano, Sarmiento, Deportivo Riestra o Tigre, el
club de los amores de Massa.
Si en la
historia del fútbol argentino hay una constante es que sus dirigentes acomoden
las realidades a su gusto, coloquen en el poder (y especialmente en el manejo
de la caja) a sus amigos, y que quieran quedar bien con los gobiernos de turno,
aunque la incoherencia en sus procederes sea lo que los guía.
Y esta vez, con
Tapia, no es la excepción. El 19 de mayo, a la noche, aparecerán, como tantas
veces, todos abrazados, aunque con el cuchillo bajo el poncho, hasta el próximo
volantazo. Y después, muchos se preguntan por qué Mauricio Pochettino, Marcelo
Bielsa o Diego Simeone no quieren dirigir a la selección argentina. No es
difícil la respuesta: es por estos lodos, nada distinto de aquellos de toda la
vida.
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