Ya olvidados casi de lo que era jugar (al fin y al cabo, para lo que en su momento se inventó el genial reglamento del fútbol), comprobamos con tristeza que esta selección argentina de Alfio Basile, tampoco trabaja.
Nuestras exigencias, como ven, se van cayendo al tacho de los desperdicios, pero da la sensación de que ni siquiera lo elemental, que es romperse el lomo al ponerse la camiseta argentina, puede cumplirse, salvo casos excepcionales.
Porque es llamativo el poco espíritu de jugadores que tienen todavía mucho que demostrar con la celeste y blanca, caso Lucho González, pero ya lo había advertido Juan Verón (alguien resistido por una imagen parecida a la de González en aquel partido ante Suecia en Japón 2002 que significara la eliminación en primera fase) acerca de la pérdida de cierta mística, que se advierte en las nuevas generaciones, y no es casual este fenómeno. Muy por el contrario, obedece a los tiempos que nos tocan vivir, y esto, en el fútbol internacional, significa la era del ultrasuperprofesionalismo, y además, la notoria preeminencia de los equipos poderosos del mundo sobre las selecciones nacionales, en un debate que recién ahora la FIFA parece querer abordar en serio, y para lo por fin pudo colocar a su delfín Michel Platini para controlarlo desde una UEFA que por primera vez estará cerca de Zurich no sólo geograficamente sno también en lo político.
Volvemos al inicio: apenas un día antes del pésimo partido que la selección argentina perdió ante Noruega en Oslo, sugestivamente un Basile que no habla jamás con la prensa salvo en privado con los obsecuentes de turno (porque convengamos en que sus conferencias de prensa no le llegan al dedo gordo del pie en riqueza técnica a las de Marcelo Bielsa), apareció ante los escasos micrófonos que se le acercaron en Escandinavia para advertir que de ahora en adelante "no se podrá trabajar y siempre será así, incluso en las eliminatorias, porque no hay tiempo para tener conmigo a los jugadores". Se refiere concretamente a que FIFA no sanciona a los clubes europeos que retienen a sus jugadores hasta los lunes a la mñana, post partidos, y como los amistosos o partidos internacionales se juegan a mitad de semana o a doble jornada según el calendario Platini, nunca un entrenador los puede tener más de siete días, en el mejor de los casos.
Desde ya que esto no es nuevo. También le pasaba a Pekerman, antes a Bielsa, y antes a Passarella. Jugador más, jugador menos, en la última década los principales jugadores argentinos se han ido en masa a buscar euros y prestigio a Europa, y con tantos intereses en juego ningún club cederá gratuitamente a sus mejores jugadores, y menos ahora que el G-14 está tratando de presionar (perdió fuerza al caer Johansson en las elecciones de UEFA ante Platini) para cobrar un seguro en caso de lesión de sus jugadores vistiendo casacas nacionales.
Resumiento: usted me dirá que entonces, ¿dónde está lo nuevo? lo nuevo está, simplemente, en que la diferencia con los ciclos argentinos anteriores pasa por la actitud de los jugadores, ya pertenecientes a la etapa post-menemista, sin gran criterio propio para decidir tanto fuera como dentro del campo de juego, y para darse cuenta de la magnitud del simbolismo que representa vestir la casaca nacional, presos como están en el entramado empresario por el que, por ejemplo, Carrizo no juega no porque no pueda fisicamente, sino porque está enfrascado en un problema de obtención de un pasaporte que al parecer, legalmente no está en condiciones de obtener, o Carlos Tévez no juega porque por un mes estuvo demorado porque los agentes se peleaban para ver si se le podía sacar más dinero al MSI, y buscaban la manera de evitar que los sudacas de Boca cobraran el porcentaje de formación que les corresponde. O Heinze no juega porque sus representantes le recomendaron que colgado como estaba en el Manchester United iba a sacar réditos económicos tanto si iba al Liverpool como si, tal como terminó ocurriendo, pasaba al Real Madrid. ¿Pero....el fútbol dónde está?
El problema de lo que dice Basile, insistimos, no plantea nada nuevo en sí mismo, sino que pasa por otro lugar: el de la actitud, y el del juego. Se puede jugar bien, regular o mal, pero lo que es inconcebible para una selección argentina, es que un equipo sin muchas ideas ni talento, como el noruego, pueda tener mucho más posesión de pelota que el argentino.
Lo venimos diciendo en estas columnas. Argentina perdió los wines, con la excusa de que se trata de algo vetusto, que nadie en el mundo los usa (¿y eso qué tiene que ver si a nosotros siempre nos fue bien con ellos?). Luego, al no jugar con wines, se acabaron los viejos marcadores de punta para colocar laterales que ocuparan el lugar de los wines. Es decir, ahora, tarde, descubrimos que no hay marcadores de punta y tenemos que improvisar marcadores centrales en las puntas (como le pasó al pobre Gabriel Milito en Oslo). Pero no nos quedamos ahí y agregamos más aberraciones: no sólo tampoco fabricamos más aquellos gloriosos diez, sino que hasta propendemos a retirar la emblemática camiseta en honor a Maradona, en vez de tratar de que más jóvenes se la quieran poner. Por lo que tampoco tenemos "enganches", y por si esto fuera poco, ahora necesitamos dos cincos para que hagan lo que toda la vida hizo uno solo (Pipo Rossi, Lazatti, Perucca, Rattín, Marangoni, Merlo y tantos otros).
Entonces a la pregunta de por qué Brasil gana y sus problemas son los mismos que los argentinos, la respuesta no parece complicada. Brasil gana porque tiene calidad, porque todavía la mayoría de sus jugadores sale a divertirse. Porque sus laterales son potentes y llegan al gol o centran al gol para sus compañeros, y porque no se buscan excusas baratas para no trabajar. Cuando en Maracaibo Basile hacía la plancha en la pileta, Dunga planificaba el partido final por horas. Y así nos fue. Y así les fue. Y así nos va a seguir yendo. Pero si en el Mundial o en las eliminatorias, Messi salva las papas con una genialidad, que no nos vengan a hablar del trabajo de la semana. Por favor, basta de versos.
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