A la vista del mundo del fútbol queda aquella dramática imagen de John Terry abatido, llorando en los hombros de Abraham Grant, mientras a pocos metros, la contracara del fútbol, cruel, realista, dura, festejan sus adversarios, en este caso del mismo país, y podría decirse que de un estado de ánimo al otro sólo medió un penal, pero no es del todo cierto: entre el Manchester United y el Chelsea la diferencia fue mucho mayor en cuanto a espíritu y que el entrenador de los azules haya sido cesado es acaso la mejor demostración.
Este fútbol inglés del siglo XXI no deja de sorprendernos. Si antes logró erradicar la violencia de manera ejemplar (lo que lo lleva en camino de organizar los Juegos Olímpicos de Londres y muy posiblemente un Mundial en poco tiempo), ahora colocó a sus cuatro equipos en cuartos de final de la Champions League, a tres en semifinales y a dos en la final, pero en una nueva vuelta de tuerca, el magnate ruso dueño del Chelsea, Román Abramovich, no esperó ni siquiera una semana para echar al entrenador israelí Grant.
Y así como decíamos que un penal, un remate desde los once metros, decidió la suerte real entre unos y otros, terminó con la alegría de un vestuario y la enorme tristeza del otro, y los estados de ánimo de cientos de miles de aficionados y acaso millones en el mundo entero, ese mismo penal también hizo que Abramovich cambiara de parecer y lo que parecía como segura renovación del contrato de Grant, a los tres días pasó a ser rescisión. Así es el fútbol.
Aún queda en las retinas aquella imagen de Grant arrodillado, como rezando o agradeciendo, cuando finalizó el partido semifinal entre Chelsea y Liverpool y los de Rafa Benítez quedaron eliminados y el Chelsea llegaba por primera vez a una final, algo que ni el portugués José Mourinho había conseguido. Ya nadie hablaba del hacedor de este equipo ni de los problemas en el plantel ni de los jugadores que se querían ir. Tampoco nadie cuestionó demasiado el sistema implementado por Grant en la final, en la que el Chelsea pudo marcar en más de una ocasión. Sólo el penal fallado por Terry, sumado al que ya más previsiblemente erró Nicolás Anelka (por su frío carácter, por haber pasado y no haber sido muy querido en el Manchester), determinó un cambio de timón político en Abramovich y hasta se habla del insólito regreso de Mourinho.
Pero decíamos también que la diferencia no fue sólo el penal, o acaso el penal de Terry represente muchas más cosas, como que la responsabilidad de ganar esta Champions estuvo siempre del lado del vencedor. Fue el Manchester el que arrancó la final buscando ganarla, y fueron los “reds devils” los que volvieron a salir con todo cuando al finalizar el partido empatado, tuvieron que ir al alargue.
Para el Manchester United hubiera sido muy duro, un golpe tremendo, el haber perdido esta copa, y en cambio para Chelsea, luego de su temporada tan turbulenta, llegar a una final como esta, algo inédito, y quedar a un partido de ganar la Premier League, cuando toda la temporada se mantuvo entre el tercero y el cuarto lugar, es todo un éxito y de ninguna manera puede considerarse algo negativo, sino que el final de ambos torneos lo deja con un sabor a que pudo haber sido aún mejor, pero ni Abramovich ni los jugadores ni sus hinchas pueden engañarse. Esta temporada pintaba para desastrosa y terminó siendo muy positiva, aún sin títulos en el bolsillo.
El Manchester, en cambio, llegó a las dos competiciones sólo para ganarlas y así se las planteó desde el primer día, y siempre en ambas se mantuvo arriba en una temporada inolvidable por algunos grandes momentos de fútbol y por haber sido siempre coherente con su búsqueda final, que terminó consiguiendo y volviendo a demostrar un espíritu inquebrantable, como todos los equipos que dirige sir Alan Fergusson.
Tal vez esta final no tuvo la épica caballeresca de la de Barcelona en 1999, cuando a un minuto del final del partido, el Manchester de los Beckham, Acholes, Giggs, Keane, Smichael, Stam o los hermanos Neville, dio vuelta un partido que parecía perdido y lo ganó con dos goles sobre el cierre, porque lo quiso ir a buscar cuando la mayoría se hubiera contentado con el empate..
Esta vez, el Manchester debió ir a los penales y allí se impuso con una alta dosis de fortuna, incluso alguna decisión errónea, como la de que un jugador no del todo recuperado como Terry haya ido a patear un penal con el césped resbaladizo y sin un brazo en el que apoyarse mejor, y también porque justo uno de sus cinco pateadores, Didier Drogba, había sido expulsado. Todo eso es cierto.
Pero también es cierto que Fergusson trabaja como entrenador desde 1986 y ya ganó 29 títulos en el club, mientras que Grant es despedido apenas por un penal perdido en una final de una temporada en la que se hablaba siempre retransición y pasarla como se pudiera. Allí comienzan a empezar las diferencias entre Manchester United y Chelsea. La cordura y el triunfo de la coherencia en unos, el exitismo, el dinero, y la incoherencia en los otros.
Y luego vienen los penales y lo fortuito del fútbol, pero fue el Manchester United el que siempre lo mereció y por una vez, al menos, el fútbol fue justo y lo premió, aún con la ayuda de la suerte.
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