Cuando el próximo miércoles se enfrenten en Moscú en la primera edición que reúne en una final de Champions League a dos equipos ingleses, el Manchester United y el Chelsea se jugarán mucho más que un partido de fútbol porque están en juego sistemas de administración, la posibilidad del ingreso definitivo de los londinenses a la élite europea, y dos estilos de conducción de grupos entre un entrenador experimentado como Alan Fergusson y otro casi desconocido, como Abraham Grant.
¿Cuál de los dos llega mejor? Sin dudas, el Manchester United. No sólo por la diferencia anímica generada la semana pasada cuando los “Reds devils” terminaron ganando la Premier League, en una apasionante definición, postergando a su rival de Moscú en los últimos instantes luego de una inesperada escalada de los azules (terceros y lejos del puntero cuando ya se había jugado tres cuarta parte del torneo), sino que individualmente, y en conjunto, aparecen como más sólidos y con individualidades en mejor estado general.
Hoy por hoy, una delantera con Cristiano Ronaldo, Rooney y Tévez, a los que pueden sumarse Park, Nani o Giggs, aparece como acaso menos brillante que la conformada por el Chelsea, pero con mayor solidez y juego colectivo, especialmente en su andar seguro, basado en gran parte en los buenos resultados. El Manchester es el producto del envión psicológico que le fue dando los buenos resultados, como ganar la Premier, o eliminar al Barcelona en semifinales de la Champions, o haberse sacado de encima al Arsenal, eterno adversario, a poco del final de la liga inglesa.
En cambio, si se mide jugador por jugador, el Chelsea casi que no resiste comparación en todo mundo, por el nivel de inversión de su magnate Román Abramovich, que supo romper el mercado de fichajes cuando a golpe de chequera trajo a los mejores jugadores del mundo en cada posición. Sin embargo, aún con el gran trabajo táctico del portugués José Mourinho y las ligas ganadas anteriormente, al Chelsea siempre le faltó completar el escalafón internacional y paradójicamente nunca pudo llegar tan lejos como ahora en la Champions, cuando ya Mourinho dejó el equipo y fue reemplazado, en lo que muchos pensaron como transitorio, por el israelí Grant.
La gran incógnita es cómo llegan los dos a este crucial y único partido. La sensación es que en una brillante temporada, en la que tuvo momentos de excelencia, en especial por el lado de Cristiano Ronaldo, o con la gran temporada del volante Owen Heargraves, proveniente del Bayern Munich, el Manchester United se muestra desgastado físicamente, con muchos de sus jugadores por debajo del nivel original, producto de la enorme cantidad de partidos que tuvieron que jugar. Puede decirse que la final de Moscú lo encuentra en un descenso de su producción aunque con una alta motivación y con muchos jugadores acostumbrados a este tipo de partidos.
El Chelsea, en cambio, salvo por la inoportuna lesión de Terry en la última fecha de la Premier League, y por algunos desajustes como la escasa participación de Andrey Sevchenko en toda la temporada, llega en mejores condiciones futbolísticas porque arriba desde la situación del que a pocos meses de la final, ni pensaba en estar allí, en un lugar al que jamás accedió. Y para muchos jugadores, puede llegar a ser el partido despedida antes de cambiar de camiseta en el verano.
No hay que olvidarse de que el Chelsea atravesó una durísima crisis cuando Mourinho dejó el cargo. Jugadores que por años han defendido la camiseta y que tuvieron un altísimo nivel, como Drogba, Lampard, Carvalho, Sevchenko, han manifestado reiteradamente que con la salida del entrenador portugués, ya no sentían los mismos deseos de quedarse y creían que se había cumplido un ciclo. El reemplazo de Abramovich por Grant parecía indicar lo mismo: alguien que administrara la transición hasta que en el verano se buscara un reemplazante de los mismos kilates que Mourinho.
Pero Grant prefirió un mutismo total, y trabajó así, en silencio absoluto, tejiendo nuevamente el entramado roto por Mourinho, reconstruyendo un equipo que parecía ya no creen en sí mismo, cimentado en el invicto impresionante mantenido en Stanford Bridge, y basado en la confianza que los jugadores fueron adquiriendo en sí mismos, lo que se fortaleció aún más cuando el Arsenal quedó en el camino, y ya el Chelsea vió que en el camino al título sólo quedaba el United.
Grant y Fergusson se parecen en cuanto al trabajo en lo afectivo y anímico de los planteles, aunque la gran diferencia está dada en la enorme experiencia del escocés, que hace más de dos décadas que trabaja tranquilo sin que nadie ose molestarlo, y que pasado el cataclismo de cuando el club fue vendido al magnate Glazer (cuando por única vez se habló de un eventual reemplazo por cambio de timón empresarial), y con muchos títulos ganados (entre ellos, la increíble final de Barcelona 1999 al Bayern Munich con dos goles en el último minuto). El israelí, en cambio, llegaba con pocos pergaminos, pero ya ha demostrado que puede lograr lo más difícil: no sólo consiguió que el Chelsea funcionara colectivamente, sino que lo hizo con jugadores que sólo expresaban la voluntad de irse lo más pronto posible.
En los sistemas de juego, los dos practican la verticalidad. No son equipos que prefieran los toques horizontales sino que en ambos, el arco se encuentra como referencia permanente, aunque el Manchester coloca más gente cerca del arquero contrario, y el Chelsea utiliza más volantes de llegada. Una de las claves, entonces es quién prime en el uso de la pelota, si Paul Scholes o Heargraves y toda su experiencia para contener y alimentar a sus delanteros, o si el partido será manejado por Lampard, basado en la marca y despliegue de Makelele y Essien.
Se conocen mucho y veremos sin dudas un partido vibrante, y la confirmación de que hoy por hoy, la liga inglesa es la más fuerte del mundo.
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