Cuesta entender estos tiempos del Real Madrid. Tanto, que hasta nos complicamos al elegir vestuario para acudir al estadio Santiago Bernabeu, con estación de metro propia nada menos que en el paseo de la Castellana. Es que ni hace mucho frío en invierno, y la experiencia nos recuerda que allí nos toparemos con estufitas en el techo. Nos gana la prudencia y nos vamos abrigados, pero el propio Fernando Gago, a la salida, nos confiará que esa tos rebelde que le impide hablar con continuidad, es producto de un resfrío conseguido en el mismo partido ante Villarreal.
El Real Madrid no es el que era, aquel mito que generó Bernabeu en los cincuenta, con aquellos equipos inexpugnables, como dice su himno, que retumba cuando ingresan los equipos a la cancha, o, como dicen los españoles en sus relatos, saltan al campo, “de las glorias deportivas, que campean por España, va el Madrid con su bandera, limpia y blanca que no empaña”. No es lo que era porque los tiempos han cambiado y aquello que decía su canción con su “¡Hala Madrid, hala Madrid, noble y bélico adalid, caballero del honor”, que conocíamos desde pequeños, cuando leíamos aquellas impactantes historias de las cinco copas de Europa de la mano de Alfredo Di Stéfano, hoy, con tanto dinero atrás y su llegada multimedíatica, sin embargo parece conformarse con mucho menos, desde su pretensión. Hoy el Real Madrid contrata buenos jugadores, sin dudas, y costosos (todo lo que los blancos quieren, sube inmediatamente de precio), como los debutantes de la tarde de ayer, el goleador holandés Huntelaar y el volante Lass (en realidad, Lassana Diarrá, pero quiere diferenciarse de su compañero del mismo apellido), pero que ya no pueden compararse con otros que han participado en puestos parecidos. Huntelaar tuvo dos ocasiones, alto, espigado y con cierto manejo de pelota, pero en ambos casos falló. Cierto que en una, porque el ex arquero y ahora en el Villarreal Diego López, le achicó el ángulo de disparo cuando ya estaban mano a mano. En la otra, se resbaló, con escasa fortuna. Lass tiene quite, y ya muchos lo compararon con Makelele, acaso porque desde que el negro se fue al fútbol inglés (ahora regresó a su país en el PSG), el Real Madrid no volvió a recuperar un jugador de sus características, empeñado en buscar carilindos para vender camisetas, pero le falta mucho para eso. Lass bien puede ser un buen complemento para Gago, siempre tan solo para contener adversarios en el medio. Tampoco Huntelaar es como su compatriota Van Nistelrooy, quien ya demostró primero en el Manchester United de lo que era capaz antes de vestirse de blanco.
Pero decíamos que el Real Madrid no es el mismo porque hay un tufillo a cierto conformismo, como que los hinchas que concurren cada domingo, saben bien que a falta de media temporada, sólo queda en juego la Champions League, máximo objetivo de siempre, en busca de la décima copa, pero para un club de esta estirpe y de los jugadores que siempre ha tenido, es demasiado poco. Eliminado de la Copa del Rey por un equipo de Tercera, el Real Irún, y a doce puntos del Barcelona a escasas dos fechas de terminar la primera rueda de la liga, aspirar sólo a la Champions parece lejano a tiempos de optar al “doblete” o “triplete”, y quien hace no tanto vio pasar a los Zidane, Ronaldo o Figo, hoy ese rol sólo cabe en un inspirado (aunque por ahora irregular) Robben, un wing a la antigua, o cuando Guti tiene las luces encendidas. El resto juega bien, pero es eso, “bien”. Sería, en términos de inglés, estar OK. Es verdad que en diciembre pasado, este Real Madrid directamente se caía, y ahora, recuperados varios titulares lesionados (Heinze, Pepe, Cannavaro, Sneijder) y las dos contrataciones mencionadas, a las que hay que sumarle a Parejo, jugador de las divisiones inferiores que para muchos es de lo mejor que ha sacado la entidad, insólitamente cedido hasta aquí a préstamo al Queens Park Rangers inglés que maneja Alejandro Agag, el yerno del ex presidente español José María Aznar. Hoy el Madrid (como gusta decir a muchos para diferenciarlo de “Real”) es una suma de muchos holandeses, algunos argentinos, algún remanente brasileño o italiano, y un excelente arquero como Iker Casillas, que termina salvando siempre su buen nombre y honor. Incluso ayer, cuando Villarreal regaló el primer tiempo pero se acordó de jugar, aunque algo tarde, en el segundo y especialmente cuando ingresó el “Cañito” Ariel Ibagaza.
También en esto cambió el Real Madrid. Porque si bien siempre tuvo grandes arqueros (por citar algunos, Miguel Angel o Buyo), no necesitó nunca tanto como ahora de su estampa y sus estiradas. Si hasta algún colega extranjero ironizó con que el Marca, diario deportivo, le colocaría las tres estrellas (mejor puntuación) a Raúl González, ídolo de la afición, y al lado colocaría como comentario breve “las peleó todas”, una forma sutil de no decir si al menos vio alguna, aunque no tenemos mucho recuerdo de ello en noventa minutos. No importa, y muchos insistirán con que si no le dieron nunca el premio al mejor jugador de Europa “es porque no es simpático ni sonríe a la prensa como Ronaldo”. Antes, nadie discutía a los Kopa, Gento, Puskas, Di Stéfano, ni a los Roberto Carlos, Ronaldo o Zidane. Esto pasa ahora, es de este último tiempo, de cuando el Real Madrid, el múltiple campeón de todos los tiempos, el considerado “mejor equipo del siglo XX” por la FIFA, salió al Camp Nou contra el Barcelona sólo a defenderse y a perder por poco. Esto, antes, no ocurría. Tampoco, que un entrenador dijera, como ayer el chileno Manuel Pellegrini, del Villarreal, que sintió que “nosotros parecíamos los locales por el control de pelota, y ellos los visitantes”. Es que este Real Madrid juega muchas veces de contragolpe en el propio Santiago Bernabeu, algo impensado en los años ochenta o noventa (por no ir más atrás en el tiempo).
¿Qué diría Bernabeu si se levantara de su tumba? Difícil saberlo, pero seguramente tendría otra forma de manejar varios asuntos de su amado club. Tal vez, coincidiría con nosotros en que los tiempos del Real Madrid han cambiado mucho, y tal vez diría que lo mínimo sería agradar a los espectadores y con tanto dinero entrante por la sumatoria de tanto negocio andante, habría que regresar a la grandeza que él había conocido.
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