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No es un Mundial, pero es la gran prueba pensando en
el gran torneo del año que viene, a la misma altura y en el mismo lugar. Con la
sensación de que llega justo con sus obras de infraestructura y que tratará de
disimular sus cientos de problemas sociales para organizarla de la mejor manera
posible y con la posibilidad de retornar al primer plano del fútbol
internacional, Brasil será desde esta semana y por veintitrés días de la Copa
Confederaciones.
El propio fútbol brasileño llega al torneo en
tiempos de muchas convulsiones. Desde la construcción de algunos estadios, la
remodelación de otros como el mítico Maracaná de Río de Janeiro, sede de la
increíble derrota ante Uruguay en aquella definición de 1950, desde el cambio
de mandato en la Confederación (CBF) con la salida de Ricardo Texeira (yerno de
Joao Havelange, el anciano ex presidente de la FIFA) por José María Marín, o
desde la tensión entre Joseph Blatter, el actual titular de la entidad con la
presidenta del país, Dilma Roussef por las distintas leyes en este contexto y
pensando siempre en el Mundial de 2014.
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