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“Hace ocho años abrí los ojos y ya no soy el mismo”,
nos dice Luiz, taxista mineiro de 44 años, con un hijo, hincha de Cruzeiro, y
sufriente trabajador de horas y horas para mantener a su familia y poder pagar
los servicios privados de salud y educación ante la ineficacia del sistema pese
a que llegan capitales privados y el dinero circula como nunca por Brasil.
Luiz conduce un taxi blanco pequeño y al tomarlo, en
pleno centro de Belo Horizonte, donde se respira la tensión de lo que pudiera
pasar esta tarde con una furibunda marcha de protesta que ya generó alertas en
la FIFA y el gobierno local al punto de hablarse de una posible suspensión del
partido, nos dice que el costo del viaje hasta el hotel Cesar Belvedere, donde
se encuentra el equipo uruguayo, rondará los 40 Reales.
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