Antes, durante, y
después del nuevo clásico de la Bundesliga, la Liga española regresaba del
parón internacional con una verdadera catarata de goles. 4 del Barcelona, 5 del
Real, 7 del Atlético que son números que nos hablan con entusiasmo de grandes
equipos y con inquietud de la extensión de un abismo entre los grandes y los
demás incluyendo los digamos medianos. Como el Getafe, que navega por puestos
europeos y fue vapuleado en el últimamente temible Vicente Calderón.
Sin embargo era
Alemania el centro de la Europa futbolística durante el fin de semana. Borussia
Dortmund y Bayern de Münich, dos de los más grandes del planeta en los vaivenes
de esta década, se medían de nuevo tras su alternancia en la conquista de los
dos últimos títulos, la victoria sin paliativos de los de Baviera en la final
de Champions, y el consuelo no tan pequeño de los del Rühr en la última
Supercopa.
Las bajas
considerables en uno y otro bando podían ser
menoscabo de espectáculo pero en modo alguno de expectación. No estarían
Hummels ni Gundogan, no estarían Schweizteiger ni Ribery. Pero son muchos los
astros del fútbol que militan en Bayern y Borussia, y entre ellos el más aunque
menos esperado: Götze, la estrella del Dortmund que anunció su pase al enemigo
Bayern en vísperas de la final de Wembley.
Pep Guardiola
decidió que de salida Götze presenciara el partido en el banquillo. Desde luego
el español conocía la defensa de circunstancias que presentaban los locales en
lugar de los siempre seguros Subotic y Hummels: Papastathopoulos y Friedrich.
El primero abonaba el inventario de nombres extraños que visten la camiseta
amarilla –Blasczylowsky, Lewandowsky, Mkhitaryan, Grosskreutz- en tanto que el
segundo volvía a los terrenos a los 34 años y después de permanecer retirado
durante varios meses. Siempre astuto, Guardiola dispuso un esquema destinado a
encerrar a los locales en su feudo y a buscar las fisuras de su defensa de
ocasión.
Así, el Bayern
alineó un once muy agresivo: Lahm se colocaba en el medio centro, los laterales
–magnífico Rafinha, imperial Alaba- desdoblaban una y otra vez. Javi Martínez
desempeñaba todos los oficios y sus compañeros de medular –Kroos, Robben,
Muller- buscaban las artes goleadoras de Mandzukic.
Desde luego la
mayor parte del peligro corría a cuenta del Bayern. Pero el Borussia fue
sacudiéndose el dominio rival con una buena combinación de disciplina y buen
trato del balón: y cuando se juega con Reus y Lewandowsky, todas las opciones
de victoria son razonables.
Cero a cero fue el resultado
de la primera parte, y de los 20 primeros minutos de la segunda. Minutos antes
Pep puso en marcha su plan menos secreto, el toque, dando entrada a dos
especialistas: uno era Tiago y el otro… Götze. El hombre del día calentó en el
túnel de vestuarios, ajeno a las iras de sus antaño seguidores devotos. Tomó
nota sin duda Lewandovsky, muy tentado a emular su discutido tránsito.
Cambió enseguida el
tono y el ritmo del equipo bávaro, que buscó la velocidad y las jugadas
colectivas. Una de ellas acabó –no podía ser de otra manera- en la bota de
Götze, que volvía a romper los corazones de los hinchas del Signal Iduna Park.
Era el 0-1.
El Borussia, a
siete puntos virtuales del líder, no tenía más remedio que atacar. Adelantó
líneas, buscó desesperadamente la pólvora de su excepcional ariete. Pero
inevitablemente abrió huecos, uno de ellos convertido en vía de tránsito en un
delicioso pase largo de Tiago a un hasta entonces desaparecido Robben. Era el 0-2.
El holandés,
siempre vehemente, colaboró de forma decisiva en el 0-3 que estallaba escasos
minutos después. Robben cede a Lahm, y este a Müller que remata con pierna
derecha: esta vez sí, los centrales del Borussia demostraron que tan solo
pasaban por ahí.
El Borussia se
retiró con la herida de un goleada sufrida en su casa y contra su más temido
rival –no el más detestado, tal dudoso honor corresponde al Schalke 04-. Pero
cuando uno cae en fútbol como cuando uno cae de un caballo, lo más recomendable
es cabalgar cuanto antes: este miércoles, frente al Nápoles, será otro tarde de
esplendor o de desaliento. Afortunadamente no hay tiempo de que fichen a Götze.
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