Por momentos, este Boca Juniors modelo 2016 hace
recordar al Real Madrid de 2003, en los primeros tiempos de Florentino Pérez.
Se mueve espasmódicamente tratando de fichar jugadores a la moda, más allá de
que los necesite o no, al punto de que tiene superposición en algunos puestos y
nada en otros; un jugador estrella manda y decide por el resto al punto de
parar entrenamientos para “sugerir” cosas o se enoja si no se cumple con lo que
propone, y el equipo sigue jugando tan mal como en tiempos pasados. Poco ha
cambiado.
Este fútbol argentino que se mueve hacia donde puede
y con los recursos que le quedan por las pésimas administraciones, sin embargo,
fue saliendo de a poco de la absurda polémica entre menottistas y bilardistas,
más armada por la prensa interesada en la polarización que por conceptos reales.
En todo caso, el debate viene desde fines de los años cincuenta entre los que
pregonaban un fútbol más mecanizado y físico y los que seguían defendiendo el
fútbol con estilo criollo.
Y en este contexto actual, varios equipos han
logrado desprenderse de estas polémicas y ya intentan otras cosas, como el
saludable momento de Defensa y Justicia de la mano de un renovador real como
Ariel Holan, que proviene del hockey sobre césped, o los intentos de
Independiente, desde la llegada de Gabriel Milito con su cultura made in Barça,
o los primeros estertores de un regreso al juego colectivo y dinámico del River
de Marcelo Gallardo, aún con mesetas, o la siempre digna actitud de San Martín
de San Juan o Godoy Cruz de Mendoza, sin dejar de mencionar, aunque en baja, la
eterna búsqueda estética de Rosario Central o la solidez desde hace varios años
de San Lorenzo de Almagro.
La gran pregunta es por qué Boca, uno de los clubes
o acaso el club con mayor pasar económico, no ha logrado en todos estos años
llegar a un rendimiento estético sostenido, pese a las enormes inversiones en
jugadores y cuando ya ha cambiado de director técnico desde Claudio Borghi a
Julio Falcioni, pasando por Carlos Bianchi, Rodolfo Arruabarrena y ahora
Guillermo Barros Schelotto.
Y la respuesta puede deberse en parte a la presión
iniciada en los medios, y en cierta cultura que se fue estableciendo acerca de
que en base a todo lo ganado en la primera década de este siglo, tiene que
obtener títulos cada año. Tanto es así que la sensación es que hace mucho
tiempo que no sale campeón cuando lo fue en diciembre pasado, y no sólo del
torneo local sino en la Copa Argentina.
Pero las urgencias y lo que los medios llaman “obligaciones”
fueron generando una especie de atolondramiento por la voracidad de ganarlo
todo sin importar a qué costo, y sin necesidad de creer que a los objetivos se
puede llegar presionando, corriendo, metiendo, pero sin la base del juego
mismo, cuando los grandes campeones de la historia de Boca primero jugaron,
primero tuvieron técnica, y en todo caso a eso le agregaron el plus de la garra,
de la actitud, de la presencia.
Hace ya muchos años que con muchas estrellas,
pagando fortunas por muchos jugadores (muchas veces, gastando de más por muchos
fichajes), Boca no consigue jugar. No logra un patrón de juego elemental y
hasta ha malogrado a muchos de sus futbolistas, sumado a que tampoco ha sabido
elegir ni tampoco pudo recurrir a las divisiones inferiores, que pese a ganar
muchos títulos no consiguen el objetivo final de ascender a la Primera a sus
jóvenes.
En el presente, este equipo de Boca fue conformado
desde el ascendente poder de Carlos Tévez, quien ni siquiera ocupa un lugar
claro en el esquema, porque siempre fue un jugador difícil de clasificar. Nació
como diez, pero fue nueve (y se quejó de serlo), peleó por un lugar en la
selección argentina como extremo izquierdo con Sergio Agüero, fue falso nueve y
volvió a ser media punta detrás de los delanteros en la Juventus.
Ahora, Guillermo Barros Schelotto decidió que este
Boca juegue en base a Tévez y acabó siendo uno de los tantos que repiten
fórmulas tácticas de moda como ahora es el 4-2-3-1 sin explicar por qué hay que
hacer lo que todos hacen (en el mundo).
Pero Barros Schelotto olvidó que en el 4-2-3-1, al
menos en los equipos más ofensivos, los cuatro jugadores del medio hacia arriba
son de ataque, juegan cerca del arco rival, y dos de esos tres que juegan a los
costados, son extremos y no volantes que se paran cerca de la raya central del
mediocampo, lo que determina que lleguen exhaustos al fondo de tanto tramo por
correr.
¿Por qué, con tanta inversión, con tanto plantel,
Boca sólo coloca cuatro jugadores fijos de ataque si apenas si lo atacan y
podría defenderse con menos jugadores? Por el tremendo pánico a perder que hace
que al final, se pierda puntos (y títulos) de todos modos.
Es cierto que la temporada recién comienza, pero
resulta llamativo que Barros Schelotto esté tan lejos de encontrar un equipo
base, y que hoy haya demasiadas incógnitas (¿doble cinco? ¿Cubas queda o se va?
¿Quién sale si vuelve Gago? ¿qué pasará con los colombianos Barrios y Pérez?
¿En qué quedará lo de Zuqui? ¿Bou o Benedetto?).
Sin apostar a un cambio en el juego, sin una
política coherente de fichajes, Boca sigue deambulando sin ton ni son por los
torneos, y se parece a aquel Real Madrid que fichaba a todos los jugadores de
moda mientras se desprendía de Claude Makelele porque no vendía camisetas, y
así le fue por varios años.
Hoy mismo, hace escasos meses, asumió Rafa Benítez
con sus tácticas sofisticadas. Se fue, quedó Zinedine Zidane con la simpleza de
algunos retoques, y los blancos recuperaron el rumbo.
Muchas veces es más cuestión de sentido común que de
movimientos rimbombantes, aunque en Boca piensen lo contrario.
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