domingo, 11 de septiembre de 2016

La mano invisible de Zidane (Yahoo)




No gana premios por su trabajo y tampoco es demasiado considerado hasta ahora. Lo que hizo, la temporada pasada, fue apagar silenciosamente el incendio que había dejado su antecesor en el banquillo, Rafa Benítez, de manera tranquila y sin declaraciones grandilocuentes.

Zinedine Zidane, de él se trata, siempre fue visto por el madridismo como el crack que deslumbró en sus últimos años como jugador luego de un resonante pase desde la Juventus, y que ayudó a ganar la novena Champions en 2002 ante el Bayer Levenkusen con una volea sensacional cuando el partido se complicaba y otros citan aquella jugada que lo identificaba como uno de los jugadores más finos que vistió la casaca blanca: “la roulette”.

Pero con el mismo silencio que llegó a ser el entrenador del Real Madrid, primero el francés se preparó para ocupar ese lugar, sin intentar cortar camino en el tiempo, y esperando que su momento llegara solo, como consecuencia de los hechos, y con la experiencia que había acumulado previamente como ayudante de campo: vio trabajar primero a Carlo Ancelotti y luego a Benítez, y fue entrenador de categorías juveniles.
Zidane siempre ha sido una persona inteligente, medida, sobria y de pocas palabras y muchos silencios. Lo fue como jugador, porque no necesitaba correr demasiado sino lo justo (como un deporte como el fútbol lo pide, porque la velocidad exacta no es la de batir récords atléticos), y siempre supo frenar y hacer pausas muy necesarias para poder pensar.

En esa sensatez, Zidane aparece hoy en el Real Madrid como lo más parecido a Vicente Del Bosque en cuanto a manejo del vestuario, mucho más con la palabra justa, con la motivación exacta, que con demasiadas indicaciones tácticas para una plantilla de estrellas que se suelen saturar rápidamente ante las imposiciones tácticas, salvo que se trate de fenómenos al estilo como Josep Guardiola, José Mourinho o Jürgen Klopp.

Con el bagaje de los tiempos en los que fue aprendiendo como entrenador de juveniles o como ayudante de campo, Zidane entendió que él era la persona para un eventual recambio, y éste se produjo ante el pronto fracaso de Benítez y rápidamente se ganó la confianza de la plantilla, a la que descomprimió enseguida para no abrumarla con indicaciones.

El Real Madrid comenzó a jugar al fútbol con mucha mayor serenidad, incluso sin tanto sistema colectivo y hasta con algunas siestas durante lapsos de un mismo partido, pero fue avanzando en la Champions League hasta clasificarse para la final y ganarla ajustadamente ante un Atlético Madrid mucho más trabajado y elaborado, y hasta con más tiempo de trabajo.

Si bien pocos pensaron en que eso fue una casualidad, pocos  valoraron a Zidane en su justa medida, tal vez por aquello de que no generó ninguna revolución táctica, sino que “apenas” pidió que cada uno jugara como sabe, y fue potenciando a algunos jugadores clave, como Gareth Bale, que terminó la temporada siendo uno de los candidatos al Balón de Oro, o Luka Modric.

Ni bien asumió como entrenador del Real Madrid, Zidane tomó una decisión que acabó siendo fundamental, aunque no sin polémica desde muchos medios: quitar de la titularidad a James Rodríguez, quien llegó como una de las figuras del Mundial de Brasil, así como a Isco, para colocar a Casemiro como volante de marca y así poder adelantar al Toni Kroos a su posición más cómoda, la de creativo, manteniendo a la BBC en el ataque, si bien le fue dando cada vez más minutos a juveniles como Lucas Vázquez, quien acabó en la selección española.

Muchos atribuyeron la llegada del Real Madrid a la final de la Champìons pasada a la fortuna en el sorteo de las fases finales del torneo, pero ha comenzado la nueva temporada y los blancos continúan por la misma senda, practicando el mismo fútbol sencillo, con jugadores ya más crecidos, la llegada de Alvaro Morata y de Marco Asensio, que le dieron aún más variables al ataque, pero ya con muchos menos fichajes, algo que también fue poco común tomando en cuenta la política del club en el siglo XXI, pero que en buena medida fue producto de la estabilidad futbolística, física y emocional de una plantilla que hace poco menos de un año atravesaba una dura crisis al inicio de la Liga pasada.

A tres jornadas del inicio de la Liga, y a días del inicio de la nueva Champions, el Real Madrid no sólo es el único líder del torneo con puntaje ideal sino que repiten que en esta temporada la prioridad es una Liga que no se gana desde 2011/12 y  que esa ha sido la única que obtuvieron los blancos en las últimas ocho, demasiado poco para su riquísima historia.

Parece extraño escuchar algo así en boca de jugadores del Real Madrid, pero hay parte de razón en esas declaraciones, que todos reconocen que la idea proviene del propio club, y es que la Liga es el torneo de la regularidad por excelencia, y es lo que en los últimos tiempos más se le ha criticado a los blancos por su carencia, e incluso tampoco la han conseguido en la pasada temporada, en la que hay que recordar que Zidane ingresó ya comenzada y unos meses después de su inicio.

Zidane no hace grandes gestos ni movimientos ampulosos, ni recorre de un lado al otro la línea de cal cuando ataca o defiende su equipo. Sus movimientos son escasos y da las indicaciones justas. Acaso una demostración de que no siempre hace falta tanto ruido para llegar a lo más alto.

Algunos, lo necesitan más. Otros, más sencillos, consiguen títulos, rendimientos, y mucho más que eso, la confianza de sus jugadores, con sencillez y con una mano invisible, que apenas si se percibe, pero que está allí donde hace falta.


El Real Madrid, a esta altura, no es líder por casualidad.

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