No gana premios por su trabajo y tampoco es
demasiado considerado hasta ahora. Lo que hizo, la temporada pasada, fue apagar
silenciosamente el incendio que había dejado su antecesor en el banquillo, Rafa
Benítez, de manera tranquila y sin declaraciones grandilocuentes.
Zinedine Zidane, de él se trata, siempre fue visto
por el madridismo como el crack que deslumbró en sus últimos años como jugador
luego de un resonante pase desde la Juventus, y que ayudó a ganar la novena
Champions en 2002 ante el Bayer Levenkusen con una volea sensacional cuando el
partido se complicaba y otros citan aquella jugada que lo identificaba como uno
de los jugadores más finos que vistió la casaca blanca: “la roulette”.
Pero con el mismo silencio que llegó a ser el
entrenador del Real Madrid, primero el francés se preparó para ocupar ese
lugar, sin intentar cortar camino en el tiempo, y esperando que su momento
llegara solo, como consecuencia de los hechos, y con la experiencia que había
acumulado previamente como ayudante de campo: vio trabajar primero a Carlo Ancelotti
y luego a Benítez, y fue entrenador de categorías juveniles.
Zidane siempre ha sido una persona inteligente,
medida, sobria y de pocas palabras y muchos silencios. Lo fue como jugador,
porque no necesitaba correr demasiado sino lo justo (como un deporte como el
fútbol lo pide, porque la velocidad exacta no es la de batir récords
atléticos), y siempre supo frenar y hacer pausas muy necesarias para poder
pensar.
En esa sensatez, Zidane aparece hoy en el Real
Madrid como lo más parecido a Vicente Del Bosque en cuanto a manejo del
vestuario, mucho más con la palabra justa, con la motivación exacta, que con
demasiadas indicaciones tácticas para una plantilla de estrellas que se suelen
saturar rápidamente ante las imposiciones tácticas, salvo que se trate de
fenómenos al estilo como Josep Guardiola, José Mourinho o Jürgen Klopp.
Con el bagaje de los tiempos en los que fue
aprendiendo como entrenador de juveniles o como ayudante de campo, Zidane
entendió que él era la persona para un eventual recambio, y éste se produjo
ante el pronto fracaso de Benítez y rápidamente se ganó la confianza de la
plantilla, a la que descomprimió enseguida para no abrumarla con indicaciones.
El Real Madrid comenzó a jugar al fútbol con mucha
mayor serenidad, incluso sin tanto sistema colectivo y hasta con algunas
siestas durante lapsos de un mismo partido, pero fue avanzando en la Champions
League hasta clasificarse para la final y ganarla ajustadamente ante un
Atlético Madrid mucho más trabajado y elaborado, y hasta con más tiempo de
trabajo.
Si bien pocos pensaron en que eso fue una
casualidad, pocos valoraron a Zidane en
su justa medida, tal vez por aquello de que no generó ninguna revolución
táctica, sino que “apenas” pidió que cada uno jugara como sabe, y fue
potenciando a algunos jugadores clave, como Gareth Bale, que terminó la
temporada siendo uno de los candidatos al Balón de Oro, o Luka Modric.
Ni bien asumió como entrenador del Real Madrid,
Zidane tomó una decisión que acabó siendo fundamental, aunque no sin polémica
desde muchos medios: quitar de la titularidad a James Rodríguez, quien llegó
como una de las figuras del Mundial de Brasil, así como a Isco, para colocar a
Casemiro como volante de marca y así poder adelantar al Toni Kroos a su
posición más cómoda, la de creativo, manteniendo a la BBC en el ataque, si bien
le fue dando cada vez más minutos a juveniles como Lucas Vázquez, quien acabó
en la selección española.
Muchos atribuyeron la llegada del Real Madrid a la
final de la Champìons pasada a la fortuna en el sorteo de las fases finales del
torneo, pero ha comenzado la nueva temporada y los blancos continúan por la
misma senda, practicando el mismo fútbol sencillo, con jugadores ya más
crecidos, la llegada de Alvaro Morata y de Marco Asensio, que le dieron aún más
variables al ataque, pero ya con muchos menos fichajes, algo que también fue
poco común tomando en cuenta la política del club en el siglo XXI, pero que en
buena medida fue producto de la estabilidad futbolística, física y emocional de
una plantilla que hace poco menos de un año atravesaba una dura crisis al
inicio de la Liga pasada.
A tres jornadas del inicio de la Liga, y a días del
inicio de la nueva Champions, el Real Madrid no sólo es el único líder del
torneo con puntaje ideal sino que repiten que en esta temporada la prioridad es
una Liga que no se gana desde 2011/12 y
que esa ha sido la única que obtuvieron los blancos en las últimas ocho,
demasiado poco para su riquísima historia.
Parece extraño escuchar algo así en boca de
jugadores del Real Madrid, pero hay parte de razón en esas declaraciones, que
todos reconocen que la idea proviene del propio club, y es que la Liga es el
torneo de la regularidad por excelencia, y es lo que en los últimos tiempos más
se le ha criticado a los blancos por su carencia, e incluso tampoco la han
conseguido en la pasada temporada, en la que hay que recordar que Zidane
ingresó ya comenzada y unos meses después de su inicio.
Zidane no hace grandes gestos ni movimientos
ampulosos, ni recorre de un lado al otro la línea de cal cuando ataca o
defiende su equipo. Sus movimientos son escasos y da las indicaciones justas.
Acaso una demostración de que no siempre hace falta tanto ruido para llegar a
lo más alto.
Algunos, lo necesitan más. Otros, más sencillos,
consiguen títulos, rendimientos, y mucho más que eso, la confianza de sus
jugadores, con sencillez y con una mano invisible, que apenas si se percibe,
pero que está allí donde hace falta.
El Real Madrid, a esta altura, no es líder por
casualidad.
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