Pasó Uruguay y el Clásico del Río de la Plata. La
selección argentina ganó bien, con apenas algún mínimo sobresalto al final, con
un jugador menos en todo el segundo tiempo, en el estadio Islas Malvinas de
Mendoza, pero el triunfo no puede discutirse.
Sin embargo, no todas son rosas en el conjunto
nacional. Porque más allá de que cada
director técnico llega con su librito y su esquema, sigue habiendo un problema
recurrente en estos años: un crack tan impresionante como Lionel Messi, quien
por momentos dio un recital ante los celestes, necesita más compañía del medio
hacia adelante, y sigue teniendo pocos interlocutores.
Conociendo al nuevo director técnico argentino, el
sensato Edgardo Bauza, hasta parece bastante ya con que Messi cuente con otros
dos jugadores en la misma línea y una referencia adelante como Lucas Pratto, de
enorme despliegue aunque receptor de muy pocas pelotas para poder hacer algo
con ellas.
Un Angel Di María bastante bajo de nivel, y con
Paulo Dybala injustamente expulsado (la primera tarjeta amarilla no nos
pareció) antes de terminar el primer tiempo, dejaron la sensación de que es
bastante poco para el potencial que la Argentina tiene en su plantel y que la
lógica “resistencia” del segundo tiempo en inferioridad numérica tiene más
relación con la pragmática que con las posibilidades reales, máxime ante un
rival muy limitado del que escribiremos más abajo.
Seguimos insistiendo en un término que en el fútbol
desde hace tiempo que está tergiversado y es el de la palabra “equilibrio”, que
incluso se utiliza en el muy buen libro sobre el director técnico argentino
escrito por el periodista Ariel Ruya.
En el fútbol argentino (no en el europeo), el “equilibrio”
está referido a los equipos que se saben defender, pero se hace muy poco
hincapié en el ataque, como si éste fuera menos importante que lo primero. Es
más: por reglamento, por esencia, el ataque es más importante que la defensa
porque el objetivo en el fútbol es el gol (“goal” significa “meta”) y si vamos
a un mayor reglamentarismo, en todos los torneos, en caso de empate en puntos y
luego del average, lo que suele contar son los goles a favor.
Sin embargo, poco se dice sobre los equipos que no
atacan, o que colocan muy poca gente en esa función y entre otros, es lo que
ocurre con un equipo argentino que cuenta con los mejores delanteros del mundo,
pero coloca siete jugadores para defender y apenas cuatro para atacar, tres en
la segunda línea y apenas uno en la primera.
Y entonces, otra vez Messi se encuentra con pocas
referencias cada vez que, luego de admirables movimientos personales, necesita
descargar.
Es cierto que Uruguay se paró demasiado atrás, con
dos líneas de cuatro que por momentos llegó a ser una final de cuatro y otra de
cinco, cuando Edinson Cavani se retrasaba, pero no es excusa válida para el
juego propio.
Parece mucho que con cuatro defensores, Javier
Mascherano y Lucas Biglia tengan que jugar en el medio, en vez de soltar al
segundo para buscar más variantes ofensivas porque hay con qué hacerlo. Y el
momento es ahora, con la comodidad del liderazgo en el grupo sudamericano y un
partido accesible el martes ante Venezuela, aún sin Messi.
Párrafo aparte para la selección uruguaya. Hace
tiempo que no la vemos tan mal. Tiene una muy buena defensa (especialmente la
pareja de centrales), un aceptable arquero, una excelente delantera, pero ese
mediocampo no puede dar demasiada batalla sin nada de fútbol.
Sin un organizador de juego, los dos interiores
están sólo para la marca y los dos externos, que consiguieron un nivel aceptable
en River y Boca, ahora es claro que lo han perdido al irse al fútbol
norteamericano, que tiene otro ritmo.
Seguramente el Maestro Oscar Tabárez habrá regresado
muy preocupado a Montevideo. Si no encuentra algo de fútbol para que Luis
Suárez no tenga que bajar piedras a la distancia y rebuscárselas así, Uruguay
corre serios riesgos para llegar a Rusia 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario