miércoles, 14 de septiembre de 2016

Pep, Mou, los resultados y el juego




En el pasado fin de semana, hubo un derbi en Manchester que volvió a enfrentar a dos entrenadores, dos líneas de pensamiento, dos filosofías, al margen del esperado partidazo (que no defraudó para nada) entre el Manchester United y el Manchester City por la Premier League inglesa: Josep Guardiola y José Mourinho.

Ambos José tienen, más allá de ser tocayo, muy pocas cosas en común. Son dos entrenadores prestigiosos, que cobran fortunas tras sus largas trayectorias, y acabaron recalando en dos de los principales clubes del mundo, y vecinos de la misma ciudad.

Sin embargo, Mourinho, “The especial one”, se considera y hace ser considerado, un pragmático, alguien que no sólo defiende la obtención de un resultado por sobre todos los demás aspectos del fútbol, sino que hasta cuando en reiteradas oportunidades tuvo la chance de poder decidir con una nutrida chequera a qué jugadores fichar, optó casi siempre por gente que tuviera despliegue, fortaleza física, velocidad, pero no siempre le importó la técnica como primer fundamento.

Guardiola, en cambio, tiene como primer aspecto del fundamento, la mejora en el juego, en la dinámica colectiva. No le alcanza con ganar sino que busca hacerlo por vías en las que se tiene en cuenta el “cómo” y es tan perfeccionista, le da tanto lugar a la tenencia del balón para poder establecer su sistema de juego, que necesita un tiempo lógico para que todo se adapte a esta búsqueda.

Si el Barcelona llegó al pico máximo de la belleza en el juego con él en el banco entre 2008 y 2012, y algunos de sus detractores atribuyeron parte del rotundo éxito a sus jugadores, en especial Lionel Messi, ya menos lugar para las críticas quedaron tras su reciente paso por el Bayern Munich y ahora se encontró con otro plantel rico y de una tercera liga en el Manchester City pero ya puede comenzarse a ver su mano, su trabajo colectivo.

Más allá entonces del resultado, que es anecdótico porque eso hasta puede corresponder al azar, lo que más nos interesa recalar es en los aspectos del juego, y en el pasado derbi de Manchester quedó evidenciada la diferencia entre las dos filosofías.

Y el Manchester City arrasó al Manchester United. Lo vapuleó. Lo dominó por completo en el primer tiempo. Administró perfectamente la pelota, a la que tuvo casi todo el tiempo, llegando con peligro, tocando de un lado al otro, y recuperándola inmediatamente las veces que la perdía.

Ya en el segundo tiempo le costó mantener el mismo ritmo, pero en especial jugó en los locales en Old Trafford, empujados por su público, el grave error de un arquero como Claudio Bravo que pese a los títulos acumulados no nos ofrece total seguridad (especialmente en las salidas en el juego aéreo), que permitió el descuento gracias a una genialidad de Zlatan Ibrahimovic.

Pero aún así, quedó claro cuál de los dos equipos fue el dominador, y por momentos, en especial en el primer tiempo, la situación se pareció mucho a lo ocurrido en aquel impresionante 5-0 que con los mismos entrenadores en los bancos, el Barcelona le asestó al Real Madrid en la Liga Española.

Una vez más, en el cara a cara de los dos entrenadores, quedó claro tanto lo que importa tener el balón, si se lo administra con buenos fines, y lo que puede ocurrir si se renuncia a él especialmente ante equipos con muy buenos jugadores, bien parados, y que no cometen demasiados errores.

Si se depende del otro y el balón lo tiene el otro, también ocurre que si no se recupera rápido la pelota, es el otro el que tiene la facultad de llegar a la meta (el gol) y en todo caso, no lo conseguirá si sus jugadores no tienen precisión o fracasan en su cometido, pero…¿y si aciertan? La impotencia entonces pasa a ser total. ¿Por qué llegar a eso? ¿Por qué depender del otro?

La segunda cuestión es que si se depende del otro y no se tiene la pelota, para recuperarla hay que correr el doble y sin la certeza de conseguirlo, con el enorme desgaste físico, y psíquico, que significa sentir la superioridad del otro porque hay que recordar la verdad de Perogrullo sobre que al fútbol se juega con una pelota, no es atletismo, y la velocidad por sí misma no es un valor (como nos quieren hacer creer desde muchas transmisiones televisivas en el mundo que nos ponen en pantalla los kilómetros recorridos por los jugadores durante los partidos).

Y la tercera cuestión es el resultado, porque cuando se pierde, no se tuvo casi nunca la pelota, y no hubo diversión, la sensación de vacío es total. ¿Qué le deja, un partido así, al que perdió? Absolutamente nada. Demasiado para corregir, pero mucho más que eso, la sensación de haber sido superado en todos los sectores de la cancha.

En cuanto al resultado, un punto aparte: en una oportunidad, la única en la que se enfrentaron con sus equipos tras el estéril enfrentamiento que creó la prensa argentina en 1982, un diario deportivo argentino tituló a toda pompa que César Luis Menotti (a quien decían defender en sus ideas) le había ganado a Carlos Bilardo porque su equipo, Independiente, le había ganado al del otro, Boca Juniors, como visitante en 1996 (0-1).

Bilardo, el director técnico derrotado, nos dijo meses más tarde, “Nunca gané más que ese día, al contrario de lo que quisieron hacer ver, porque para decirlo, se basaron en el resultado”. Y lo le faltó razón a Bilardo.

Muchas veces, erróneamente, se cae en esa contradicción porque el fanatismo por defender posiciones supuestamente progresistas, lleva a no reflexionar sobre lo que se argumenta.

Si lo que importa es el juego, pues entonces reflexionamos a partir del juego.
Y es desde el juego que podemos afirmar que el Manchester City de Guardiola, aún en formación, es decir que puede jugar aún mucho mejor (¿dónde estará su techo?) vapuleó al Manchester United, en juego (principalmente) y luego en el resultado, pero el concepto no habría cambiado ni aún si por cualquier razón, los “diablos rojos” hubiesen llegado a empatar, sea por el viento, otro error de Bravo, o una genialidad.

Aquel que pudo ver el partido, sabe de lo que escribimos. Y al que no lo vio, le recomendamos que lo haga.

Es allí donde tanto palabrerío queda sepultado por los hechos. Y es allí donde la diferencia entre Pep y Mou se hace demasiado grande, inalcanzable.


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