En el pasado fin de semana, hubo un derbi en
Manchester que volvió a enfrentar a dos entrenadores, dos líneas de
pensamiento, dos filosofías, al margen del esperado partidazo (que no defraudó
para nada) entre el Manchester United y el Manchester City por la Premier
League inglesa: Josep Guardiola y José Mourinho.
Ambos José tienen, más allá de ser tocayo, muy pocas
cosas en común. Son dos entrenadores prestigiosos, que cobran fortunas tras sus
largas trayectorias, y acabaron recalando en dos de los principales clubes del
mundo, y vecinos de la misma ciudad.
Sin embargo, Mourinho, “The especial one”, se
considera y hace ser considerado, un pragmático, alguien que no sólo defiende
la obtención de un resultado por sobre todos los demás aspectos del fútbol,
sino que hasta cuando en reiteradas oportunidades tuvo la chance de poder
decidir con una nutrida chequera a qué jugadores fichar, optó casi siempre por
gente que tuviera despliegue, fortaleza física, velocidad, pero no siempre le
importó la técnica como primer fundamento.
Guardiola, en cambio, tiene como primer aspecto del
fundamento, la mejora en el juego, en la dinámica colectiva. No le alcanza con
ganar sino que busca hacerlo por vías en las que se tiene en cuenta el “cómo” y
es tan perfeccionista, le da tanto lugar a la tenencia del balón para poder
establecer su sistema de juego, que necesita un tiempo lógico para que todo se
adapte a esta búsqueda.
Si el Barcelona llegó al pico máximo de la belleza
en el juego con él en el banco entre 2008 y 2012, y algunos de sus detractores
atribuyeron parte del rotundo éxito a sus jugadores, en especial Lionel Messi,
ya menos lugar para las críticas quedaron tras su reciente paso por el Bayern
Munich y ahora se encontró con otro plantel rico y de una tercera liga en el
Manchester City pero ya puede comenzarse a ver su mano, su trabajo colectivo.
Más allá entonces del resultado, que es anecdótico
porque eso hasta puede corresponder al azar, lo que más nos interesa recalar es
en los aspectos del juego, y en el pasado derbi de Manchester quedó evidenciada
la diferencia entre las dos filosofías.
Y el Manchester City arrasó al Manchester United. Lo
vapuleó. Lo dominó por completo en el primer tiempo. Administró perfectamente
la pelota, a la que tuvo casi todo el tiempo, llegando con peligro, tocando de
un lado al otro, y recuperándola inmediatamente las veces que la perdía.
Ya en el segundo tiempo le costó mantener el mismo
ritmo, pero en especial jugó en los locales en Old Trafford, empujados por su
público, el grave error de un arquero como Claudio Bravo que pese a los títulos
acumulados no nos ofrece total seguridad (especialmente en las salidas en el
juego aéreo), que permitió el descuento gracias a una genialidad de Zlatan
Ibrahimovic.
Pero aún así, quedó claro cuál de los dos equipos
fue el dominador, y por momentos, en especial en el primer tiempo, la situación
se pareció mucho a lo ocurrido en aquel impresionante 5-0 que con los mismos
entrenadores en los bancos, el Barcelona le asestó al Real Madrid en la Liga
Española.
Una vez más, en el cara a cara de los dos
entrenadores, quedó claro tanto lo que importa tener el balón, si se lo
administra con buenos fines, y lo que puede ocurrir si se renuncia a él
especialmente ante equipos con muy buenos jugadores, bien parados, y que no
cometen demasiados errores.
Si se depende del otro y el balón lo tiene el otro, también
ocurre que si no se recupera rápido la pelota, es el otro el que tiene la
facultad de llegar a la meta (el gol) y en todo caso, no lo conseguirá si sus
jugadores no tienen precisión o fracasan en su cometido, pero…¿y si aciertan? La
impotencia entonces pasa a ser total. ¿Por qué llegar a eso? ¿Por qué depender
del otro?
La segunda cuestión es que si se depende del otro y
no se tiene la pelota, para recuperarla hay que correr el doble y sin la
certeza de conseguirlo, con el enorme desgaste físico, y psíquico, que
significa sentir la superioridad del otro porque hay que recordar la verdad de Perogrullo
sobre que al fútbol se juega con una pelota, no es atletismo, y la velocidad
por sí misma no es un valor (como nos quieren hacer creer desde muchas
transmisiones televisivas en el mundo que nos ponen en pantalla los kilómetros
recorridos por los jugadores durante los partidos).
Y la tercera cuestión es el resultado, porque cuando
se pierde, no se tuvo casi nunca la pelota, y no hubo diversión, la sensación
de vacío es total. ¿Qué le deja, un partido así, al que perdió? Absolutamente
nada. Demasiado para corregir, pero mucho más que eso, la sensación de haber
sido superado en todos los sectores de la cancha.
En cuanto al resultado, un punto aparte: en una
oportunidad, la única en la que se enfrentaron con sus equipos tras el estéril enfrentamiento que creó la prensa argentina en 1982, un diario
deportivo argentino tituló a toda pompa que César Luis Menotti (a quien decían
defender en sus ideas) le había ganado a Carlos Bilardo porque su equipo,
Independiente, le había ganado al del otro, Boca Juniors, como visitante en
1996 (0-1).
Bilardo, el director técnico derrotado, nos dijo
meses más tarde, “Nunca gané más que ese día, al contrario de lo que quisieron
hacer ver, porque para decirlo, se basaron en el resultado”. Y lo le faltó
razón a Bilardo.
Muchas veces, erróneamente, se cae en esa
contradicción porque el fanatismo por defender posiciones supuestamente
progresistas, lleva a no reflexionar sobre lo que se argumenta.
Si lo que importa es el juego, pues entonces
reflexionamos a partir del juego.
Y es desde el juego que podemos afirmar que el
Manchester City de Guardiola, aún en formación, es decir que puede jugar aún
mucho mejor (¿dónde estará su techo?) vapuleó al Manchester United, en juego
(principalmente) y luego en el resultado, pero el concepto no habría cambiado
ni aún si por cualquier razón, los “diablos rojos” hubiesen llegado a empatar,
sea por el viento, otro error de Bravo, o una genialidad.
Aquel que pudo ver el partido, sabe de lo que
escribimos. Y al que no lo vio, le recomendamos que lo haga.
Es allí donde tanto palabrerío queda sepultado por
los hechos. Y es allí donde la diferencia entre Pep y Mou se hace demasiado
grande, inalcanzable.
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