A casi un mes de la disputa de la Supercopa
Argentina, mucho es lo que se habla desde la prensa tratando de levantar un
Superclásico que adquiere un poquito más de valor por tratarse de una final
forzada de un torneo de pocas luces y que acaso pueda alterar cierta marcha de
la temporada –en el caso de que se imponga River Plate- pero conceptualmente no
debería ser decisiva.
Al menos hasta ahora, si es por la producción de
ambos en los últimos meses, Boca y River están llegando al Superclásico de la
Supercopa con producciones muy bajas, muy lejos de lo que potencialmente
podrían ser, y no se trata de nada relacionado con la falta de puesta a punto
del verano sino simplemente a distintos motivos dependiendo del caso: en River,
un tremendo bajón sumado a la falta de
confianza tras la inesperada derrota ante Lanús por la Copa Libertadores. En
Boca, porque pese a contar con un amplio plantel (no necesariamente bien
compensado en cuanto a puestos), no logra armonizar un juego aceptable pese a
la cómoda punta en el torneo.
Contrariamente a lo que suele fogonear una buena
parte de la prensa, tal vez para darle más realce a una final a la que, además,
compara sin sentido con la única oficial jugada hasta ahora por los dos
equipos, la del Nacional 1976 (cuando los dos llegaron en igualdad de
condiciones, paso por paso, en un mismo torneo), la final de la Supercopa
importa mucho más a River que a Boca, por la sencilla razón de que a los
Millonarios sólo les queda esta competencia hasta que termine la actual
temporada, a fines de junio.
River mismo tiene su responsabilidad en lo que le
sucede, porque desechó demasiado pronto el torneo local para dedicarse a full a
la Copa Libertadores de 2017, un mal que viene acechando al fútbol argentino:
el descuido de los campeonatos locales para darle prioridad a los
internacionales, cuando justifican lo
contrario a la hora de fichar jugadores para completar planteles numerosos y
ricos en calidad.
Cuando el conjunto de Marcelo Gallardo se dio cuenta
de que estaba a años luz del líder, que además es Boca, ya era demasiado tarde
y navega por el torneo sin ningún sentido, con la única motivación de no quedarse
fuera de las copas de 2019 y si así fuera, aún tendría otras dos instancias de
clasificación (ganando la Copa Argentina o la Copa Libertadores 2018). Lo
cierto es que la situación actual, con refuerzos como Armani o Pratto, es
escandalosa para la historia de River aunque cabe recordar que desde que asumió
Gallardo a mediados de 2014, aún no ha conseguido ganar ningún torneo
argentino, sino dos Copas locales y el resto, internacionales.
Lo que le sucede a Boca es totalmente distinto. No
se trata de un problema estadístico sino, como ya nos hemos referido en este
blog, a una cuestión de juego y de ordenamiento táctico a partir de muy malas
decisiones de un director técnico sobrevalorado por buena parte de la prensa que
confunde su idolatría como gran jugador que fue, con sus conocimientos en su
actual función.
Es cierto, y no es poca cosa, que Boca ha perdido a
dos de sus mejores jugadores por lesión (Fernando Gago y Darío Benedetto) pero
con todo el dinero para fichar más jugadores y con el recambio que ya tenía en
el banco, no es ésta una excusa a la hora de justificar tan mal performance en
los campos de juego.
Guillermo Barros Schelotto tuvo todas las
posibilidades para armar un plantel para apuntar a la tan deseada Copa
Libertadores que se le niega al club desde 2007, pero se ha quedado con tres
centrales para lo que resta de temporada porque además, dejó ir a Juan Martín
Insaurralde, tiene un solo volante de contención de nivel (Wilmar Barrios),
tiene un solo extremo en quien confíe (Cristian Pavón), un centrodelantero de
nivel pero que no quiere porque fue traído por el presidente Daniel Angelici
(Ramón “Wanchope” Ábila), y está atado de pies y manos para darle titularidad y
capitanía a su amigo Carlos Tévez quien, al menos hasta ahora, está muy lejos
del nivel requerido para salir al campo sin que nadie le cuestione el puesto.
Estos partidos, por más tachín tachín desde los
medios para instalarlo como candidato a jugar el Mundial en la selección
argentina, han demostrado claramente que haber jugado un año en el fútbol chino
(y más en su caso que se trató casi de unas “vacaciones”, como él mismo
reconoció), generan un declive en lo futbolístico del que cuesta mucho salir
(lo cual es también un alerta roja para Javier Mascherano y sus reales chances
mundialistas, más allá de que le sucede con Jorge Sampaoli algo muy parecido a
lo de Tévez con Barros Schelotto).
Boca no pudo superar futbolísticamente como local al
modesto Témperley, que se encuentra en zona de descenso y esto lo dice casi
todo.
Seguramente aparecerán quienes nos señalen las
estadísticas, números fríos que no siempre representan argumentos válidos: el
tiempo que Boca lleva como puntero, la distancia con sus perseguidores y tantas
otras cuestiones estadísticas o matemáticas.
Pero el fútbol no son números,
sino un juego, un espectáculo cuando se trata de profesionales que se dedican a
ello y a los que hay que pagar para ver. Y es allí cuando todo el castillo se
desmorona y es evidente que pese a todo, Boca no juega nada bien y no tiene una
idea de su rumbo. Desde ya que los demás disponen de menos planteles y de menos
riqueza técnica por lo cual, ir puntero es de lógica pura, no una consecuencia
del juego.
Por todas estas razones, más que “Superclásico de
Supercopa” parece que Boca y River se encaminaran a un “Miniclásico de Minicopa”,
si siguen con este nivel futbolístico. Claro, hay que vender, hay que ir
generando un estado casi bélico entre ambos. El sistema así lo requiere.
Pero a no engañarse: cada uno a su manera, Boca y
River siguen en deuda con el juego y con la gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario