viernes, 9 de febrero de 2018

Los presidentes, los DT y la selección argentina



Faltaba poco para que Argentinos Juniors viajara a Japón para jugar allí la Copa Intercontinental ante la Juventus, cuando el plantel de los “Bichitos Colorados” fue recibido por el presidente Raúl Alfonsín a fines de 1985. Fue entonces que el presidente argentino aprovechó para llevarse aparte a dos de las figuras de ese plantel, Serbio Batista y Claudio Borghi, para expresarles su preocupación por lo mal que estaba jugando la selección argentina de Carlos Bilardo a poco más de medio año del Mundial de México, al que se había clasificado angustiosamente contra Perú.

Dos días más tarde, Bilardo se comunicó con el diario La Nación –uno de sus sostenedores desde la prensa escrita ante los embates de Clarín- con motivo de explicar su intención de mantener una reunión con Alfonsín a fin de explicarle los planes hasta el Mundial. El diario, entonces, ilustró el artículo con un pizarrón, Bilardo frente a él, y Alfonsín sentado escuchándolo con cara de sufrimiento.

En ese tiempo, Bilardo hablaba de “complots desestabilizadores” e incluía en ellos al gobierno de Alfonsín y que representaban “intereses más allá del fútbol propiamente dicho”. Por ese tiempo, el secretario de Deportes de la Nación, que dependía del Ministerio de Bienestar Social, el ex rugbier Rodolfo O’Reilly, manifestó que la selección “no juega a nada” y que no le agradaba “para nada” el estilo que Bilardo le daba al equipo, mientras crecían los rumores de una salida del director técnico, respaldado por el presidente de la AFA, Julio Grondona, y un grupo de periodistas.

En una reunión de trabajo, Grondona llegó a preguntar si aún había tiempo para un cambio (medio en broma y medio en serio) por lo que O’Reilly y el subsecretario de Deportes, Osvaldo Otero, llamaron a Grondona a Zurich pero se encontraron con la rotunda negativa del dirigente: “siempre pusieron piedras en el camino, pero ahora son adoquines. No nos bajaron antes y menos nos van a bajar ahora, a tan pocos meses para el Mundial”.

El propio O’Reilly lo reconocería años más tarde. “Lo llamé a Zurich y le dije ‘che, Julio, esto no se banca más’ y me dijo ‘vos dedicate al rugby, que de esto no entendés un carajo’ pero lo cierto es que en una comida, Alfonsín nos preguntó ‘¿cuándo echan a Bilardo?”.

El resultado final ya se conoce: la selección argentina fue campeona del mundo en México, sin Alfonsín en el palco, sino con su ministro de Bienestar Social Conrado Storani, y el presidente mantuvo el perfil bajo y cedió el balcón de la Casa Rosada y no formó parte de la imagen de los festejos.

Bilardo se mantuvo en el cargo pero cuatro años más tarde, para Italia 90, el presidente era otro, Carlos Saúl Menem, mucho más involucrado en el deporte que su antecesor, al punto de vestirse la camiseta celeste y blanca en un amistoso en el que Diego Maradona lo madrugó en un tiro libre.

Se acercaba el Mundial y la polémica rondaba acerca de que el riojano (como Menem) Ramón Angel Díaz no tenía lugar pese a brillar en Europa, al no llevarse bien con Maradona. Fue así que en una multitudinaria conferencia de prensa en la residencia de Olivos (a la que este cronista concurrió), Menem y Bilardo se sentaron para dar explicaciones, acompañados por Fernando Niembro, y ante la primera pregunta (“¿Y presidente, juega o no juega Ramón Díaz en la Selección?”), la respuesta fue contundente; “Lamentablemente no. Llamé a Diego a Italia y le bajó el pulgar”. Bilardo no se inmutó ni pidió la palabra para aclarar nada.

Siempre con Menem en el poder, hubo cientos de especulaciones sobre el vínculo de su Gobierno con la selección argentina de Daniel Passarella y en especial, con un representante, Gustavo Mascardi, quien llegó a tener un altísimo porcentaje de jugadores suyos en el equipo, y Gabriel Batistuta, con otro representante enfrentado a Mascardi, tuvo que sufrirlo y estuvo a punto de perder su lugar.

Ya a partir de la llegada de Marcelo Bielsa, y luego con José Pekerman, los entrenadores de la selección argentina mantuvieron una distancia mayor con los presidentes de turno hasta que Maradona reemplazó a Alfio Basile en 2008, en plena etapa kirchnerista y tuvo el visto bueno de la entonces mandataria Cristina Fernández de Kirchner.

Un año más tarde se lanzaba el programa “Fútbol Para Todos” por el que se acababa la etapa de Torneos y Competencias para que el fútbol televisado volviera a la órbita estatal y Maradona aparecía allí, en el acto inaugural junto a Grondona y a Bilardo, quien había sido designado manager del equipo nacional.

Más tarde, Alejandro Sabella, también entrenador argentino desde 2011 se sumaría a la adhesión al programa gubernamental y siempre se mostraría estrechamente vinculado a las autoridades de esa época, aunque siempre con un bajo perfil en sus declaraciones y sus actos.

En el caso del actual director técnico de la selección argentina, Jorge Sampaoli, siempre ha mostrado un perfil más alto. Muy interesado en los medios de comunicación, no le alcanzó con viajar a Europa a dialogar con los jugadores convocados o en la fila para ser tenidos en cuenta sino que la idea fue siempre “mostrar dinámica de trabajo”. Algo así como no sólo ser sino también parecer, con un excesivo protagonismo.

La divulgación de sus ideas y sus gustos también incluyeron su pasado de cierta militancia política ligada al peronismo y su cercanía a bandas como Callejeros o al cantante Indio Solari lo colocaron, en plena época de grieta social, de uno de los lados, opuesto al del presidente actual, Mauricio Macri.

Por eso, llama la atención desde ese punto de vista, la reunión que mantuvieron Macri y Sampaoli en estas horas. Uno hincha fanático de Boca (Macri), el otro, fanático de River (Sampaoli), al punto de que se rumoreó que dirigiendo al Sevilla, llegó a decirle al volante Walter Montoya, en uno de los primeros entrenamientos, que lo había contratado “porque si no, ibas a Boca”, pero especialmente, cada uno situado de un lado de la grieta.

Aún así, el diálogo fue largo y la promesa de Macri de estar en los dos primeros partidos de la selección argentina en el Mundial de Rusia y acaso en la final, si el equipo nacional llegara, algo que puede emparentarse (en otra coincidencia más de las tantas que aparecen) con los años noventa del neoliberalismo extremo, cuando Menem asistió al primero y último partido del equipo de Bilardo en Italia, justamente los dos que perdió.

Macri también le manifestó la intención gubernamental de montar en Moscú la Casa Argentina con el deseo de que los jugadores sean concurrentes asiduos y para eso, necesita buscar un contacto más estrecho con el cuerpo técnico. No será fácil. Este plantel suele tratar de manejarse a mucha distancia de la gente y no es casual que el lugar elegido para la concentración sea Bronnitsy, a 55 kilómetros de Moscú, pero en una ciudad con poco movimiento y distracciones como para que si se puede, se desista de llegar.


Habrá que ver cómo sigue esta relación Macri-Sampaoli, que seguramente navegará por distintos caminos de acuerdo a los resultados y a los cambiantes estados de ánimo de la política. Unos influirán en los otros, y ambos lo saben y se van alistando para cuando lleguen esos momentos.

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