Santiago Aysine, integrante del grupo musical “Salta
la banca”, dijo, al cumplirse otro aniversario de la tragedia de “Cromagnón” en
Buenos Aires, que sigue habiendo un Estado ausente y que no son precisamente
los músicos los que deben solucionar los problemas de seguridad en los
recitales. Que pueden ayudar pero que la decisión final no les corresponde.
Quienes siguen de cerca lo que ocurre en el fútbol
argentino, no pueden dejar de comparar estas declaraciones de este músico con
lo que ocurre con la violencia que impera desde hace medio siglo y que va in
crescendo. Para más datos, 2014 se cierra con (hasta ahora, porque nunca se
sabe) 18 muertes, el pico máximo de la historia, totalizando 301 si se puede
tomar como seria una estadística que no proviene, como debería, del Estado,
sino de una de las ONG que se dedica como puede a investigar este fenómeno,
“Salvemos al Fútbol”.
Así como en tantas actividades, como en la música,
en el fútbol, que es pasión de tantos que por esta misma causa se defiende con
ahinco la posibilidad de verlo gratuitamente por la TV, el Estado está ausente,
aunque a esta altura, y con el conocimiento claro de que los barras bravas
tienen sostén en la clase política, se puede asegurar que esa ausencia termina
siendo absoluta complicidad.
Los violentos argentinos son “Part time”. Tienen
otros quehaceres cuando no están involucrados en el contexto del fútbol. En otros lados son, en cambio “Full Time”.
No es casual que no haya datos concretos, ni serios,
en el Estado. La Argentina lleva 31 años ininterrumpidos de democracia, pero no
ha logrado resolver, y está lejos de que ocurra, este problema, para el que
sigue sin consultar a los cientistas sociales, aunque también hay una lógica
que va de la mano con el caos: cuando lo hizo, no tuvo suerte y ha dado con
quienes han propuesto soluciones sin ningún sentido, más cerca de concurrir a
los programas de debates televisados o prestarse a las entrevistas mediáticas.
Un ejemplo de esto fue cuando se propuso a la clase
política recurrir a las soluciones “a la europea” como lo ocurrido en
Inglaterra con la Premier League tras los episodios de Heysel (1985) y
Hillsborrough (1989), como si la cultura y el contexto social fuera el mismo que
el de nuestro país.
La espantada de los pocos políticos
bienintencionados tras esa falta absoluta de criterio del cientificismo social
dominante, el que copó universidades y centros de investigación amparado por la
prensa amiga, terminó de producirse hace poco tiempo, cuando estos mismos
grupos elaboraron un documento, tratando de insistir en el escalamiento hacia
posiciones estatistas, en el que proponían nada menos que dialogar con los
violentos…
El tratamiento mediático sobre la violencia del
fútbol no deja de ser llamativo y pocos se detienen en entender que si tanto se
propone seguir ciertos procedimientos de los países europeos que han conseguido
aplacar la violencia, hay ciertos protocolos que deben cumplirse como base.
Un ejemplo importante de esto pasa por entender que
en la Argentina, después de la dictadura y el menemismo, hay miles de familias
que nunca han podido trabajar, que no tienen incorporado el valor del trabajo
en sus hogares y que en algunos sectores sociales y en determinado contexto, el
barrabravismo acaba siendo un factor aspiracional, por lo que las permanentes
menciones de sus líderes, al contrario de lo que se pretende hasta por la
mayoría de los bienintencionados, y en algunos casos excelentes investigadores,
opera como bumerán.
En Europa, cuando ocurre algún hecho de violencia
por TV, generalmente la cámara desvía la atención hacia el campo de juego,
justamente para no difundir a los que forman parte de estos hechos para
quitarles protagonismo.
En la Argentina, los líderes de las barras bravas
van ocupando cada vez más lugar en los medios, más espacio en la TV, más
páginas en los diarios y van consiguiendo la difusión de su liderazgo, sin
importarles siquiera estar involucrados en toda clase de delitos.
Lo que vende es su liderazgo, su “ascenso” en la
difusión y el discurso de que sólo siendo como ellos, se puede ascender
socialmente. Claro que se puede ascender también con el fútbol, pero para eso
en la mayoría de los casos se necesita de talento, de esfuerzo.
En el caso de las barras bravas, se necesita otra
clase de “virtudes”.
En la gran serie “Los Soprano”, en un capítulo de la
primera temporada, Cristopher, el sobrino del líder, Toni Soprano, se enoja
primero cuando no aparece su nombre entre los involucrados en la mafia en un informe
de la TV, y se excita luego cuando lo llaman por teléfono y le cuentan que sí
figura en uno de los diarios del día, por lo que se viste e inmediatamente sale
a comprarlo, coloca monedas en una expendedora y saca todos los ejemplares
disponibles.
A Cristopher no le importó que lo involucraran en
delitos, sino que hablaran de él.
Las barras bravas son mafias, que pretenden lo mismo
porque saben, intuyen, desde la cruda realidad, que el contexto social de hoy
en la Argentina y la ausencia y complicidad del Estado, y la ayuda de los
pseudo cientistas , funcionales a este Estado, juegan a su favor.
Y así navega el barco de la violencia del fútbol
argentino, hasta que algún día, si es que ocurre, alguien entenderá que se
necesita alguna política estatal y seriedad en las ciencias sociales para
abordarlo con alguna idea en serio.
Feliz año 2015 para los lectores, y sin violencia
del fútbol, en lo posible.
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