Alguna vez Discepolín, con una gran visión de futuro, llegó a decir "que allá en el horno se vamo a encontrar". Bueno, como dicen los chicos hoy, ya estamos en el horno. Quienes peinan canas o al menos conservan cierta memoria en un país carente de ella (acaba de finalizar River 4 Botafogo 2 y es tremendo escuchar cómo los hinchas de River pedían que se fueran todos y la cabeza de Passarella incluída, o se retiraban masivamente del Monumental, y a los veinte minutos festejaban como locos un resultado que había cambiado de manera extraña), recordarán que salvo en casos de marchas a equipos archirrivales, algo no tan normal en tiempos no tan superprofesionales, había hasta cierto respeto y hasta emoción cuando nos tocaba jugar ante un rival que había vestido nuestros colores.
Hoy, cuando abundan en todos los equipos los Twity Carrarios, que pasaron por decenas de camisetas y que las han besado todas en los festejos locos luego de embocar un penal ejecutado con los ojos cerrados y temblando de miedo a fracasar, estos mismos jugadores, en cada gol, se la pasan pidiendo disculpas con las dos manos en posición de rezo, con lo cual, al haber jugado en muchos, casi que piden disculpas en cada fecha. A veces es creíble, otras, no tanto.
Sin embargo, peor es el caso de los hinchas, que parecen haber entrado en la nueva moda de silbar o insultar a quien por años defendió su camiseta. Ha pasado con Jesús Dátolo, cuando fue con Boca a la cancha de su ex equipo Bánfield. Ha sucedido con José Sand, hostigado por los hinchas de River cuando visitó su estadio jugando para Lanús, y le ha pasado, en la misma semana, al entrenador Fernando Quiroz, cuando fue con San Martín de San Juan a la cancha de Huracán. Parecuera que repentinamente, nos ha venido un ataque de amateurismo, cuando hasta buena parte de la tribuna popular se encuentra plagada de mercenarios que cantan al mejor postor, y otra buena parte, que sólo concurre por deseo, repite como loro sus canciones violentas, a falta de otras más creativas.
En el caso de Sand, algo más insólito: en la zona en la que se encuentra el estadio Monumental de Nuñez, actúa una fiscal, con evidentes ganas de hacerse conocida en los medios. Si no, no se puede explicar que la doctora Claudia Barcia, le pueda labrar un acta a Sand por responder los insultos de los hinchas de River poniendose una mano en la oreja en su gol, o haciendo el gesto de "yo acá dí la vuelta", que no parece ser nada grave. Asimismo, la fiscal parece haber olvidado otro pequeño hecho ocurrido en ese mismo día: en la tribuna que insultaba, sí, a Sand, había integrantes de la barra brava denominada "Los borrachos del tablón" sobre los que pesaba el derecho de admisión. Eso no importó, en cambio el testo de Sand, sí. Como también pareció importar aquella vez que Carlos Bilardo, sentado en el banco de suplentes de Estudiantes, sacara una botella de champagne antes de iniciar su partido con River hace pocos años, en aquel ridículo episodio del "gatorei".
¿Por qué esa necesidad de insultar a quien jugó con nuestra camiseta? explicaciones hay muchas posibles, pero una de ellas, en esta sociedad exitista, es que todo pasa (como diría alguien que pretende perpetuarse en el fútbol y que lo selló en un anillo), y que lo que alguien nos entregó de sí en su momento, hoy no se reconoce. Ya está, se fue, y ahora no lo queremos más, ya lo hemos reemplazado por algo supuestamente mejor. Si además, ha salido de nuestro seno, y pertenece a otros colores, nos ha traicionado, si bien recnocemos desde lo racional que hoy las reglas son así. Al mismo tiempo, si ese jugador se fue al exterior, especialmente a Europa, lo seguiremos viendo con el prisma de nuestros colores porque ha sido exitoso, es decir, si tiene éxito, es nuestro. Si no lo tiene o si se pone otra camiseta, merece nuestro repudio.
En este fútbol botón, en el que todos piden tarjeta para el rival, en el que jugadores de uno y otro equipo salen a matarse sin piedad, y en el que los árbitros y jueces de lìnea velan solamente por sí mismos, todo esto es posible.
Hace poco alguien escribió en una pared del barrio Parque Chacabuco "la mesa está servida. Comámonos".
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