Todo comienza con el regreso desde Australia de Lionel Messi , quien arribó a Barcelona con una leve contractura en su pierna derecha producto del partido amistoso entre su selección, Argentina, y el equipo local, y la decisión del entrenador Frank Rikjaard de excluirlo del partido de la liga española ante el Osasuna, para que se desatara nuevamente el escándalo.
El presidente del Barcelona, Joan Laporta, apareció de manera contundente en los medios para amenazar con que los clubes más poderosos de Europa (también del mundo) podrán rebelarse en el futuro a ceder jugadores a los seleccionados nacionales si no participan en el negocio de éstos o si las federaciones nacionales no los compensan o pagan un seguro.
La aparición de Laporta y estas declaraciones no es casual. Lo que en los últimos años se dio en llamar “G-14”, que primero se constituyó con la agrupación de los principales catorce clubes poderosos de Europa y luego se amplió a dieciocho, ahora se plantea hasta cambiar de nombre (se plantea el de “Asociación de Clubes Europeos”) y también, ampliar su constitución a los cincuenta clubes más fuertes.
El motivo no es otro que una buena lectura del cambio en su realidad política. El resultado del llamado “Caso Oulmers” , al que ya nos hemos referido en esta columna, y que en otro tiempo fue un caso como el de Messi pero mucho más grave, no otorgó los resultados esperados ni en el terreno de la FIFA ni en el de la justicia (no aceptada por el máximo organismo del fútbol mundial) y perdieron también el control de la UEFA, con la derrota de su candidato, Stefan Johansson, contra el de Zurich, Michel Platini.
Con Platini, aliado de la FIFA y de su presidente Joseph Blatter, el “G-14” comenzó a correr riesgos de disolución, y no sólo eso: el ex jugador francés, ganador de las elecciones de la UEFA basado en los votos de las pequeñas y nuevas federaciones europeas, contra las más grandes y fuertes, ya comenzó a echar mano a la nueva situación y propone una plaza para la Copa UEFA para los clubes menos poderosos, algo que irrita a los dirigentes más encumbrados.
La solución, entonces, pasa por el lado de suavizar las relaciones con la nueva UEFA, primero con el cambio de nombre (de “G-14” a “Asociación de Clubes Europeos”) y de dieciocho miembros a cincuenta, como para no mostrarse sólo entre poderosos, sino juntando fuerza por todo el continente hasta el encuentro de clubes medios, como para poder conseguir ser más escuchados, si bien tanto Blatter como Platini fueron elocuentes ante cada posibilidad de manifestarse: la FIFA sólo dialoga con la UEFA y no con clubes u otro tipo de asociaciones entre ellos.
Lo que Laporta manifestó, enojado con la situación de Messi, es que lo que los clubes más poderosos de Europa pretenden es que en el caso de que sus jugadores regresen lesionados de partidos amistosos internacionales con sus seleccionados, sus respectivas federaciones se hagan cargo de un seguro, estipulado con anterioridad (e institucionalizado definitivamente) o bien que directamente las federaciones que convoquen a esos jugadores, se hagan cargo del pago proporcional de sus salarios en los días que los tengan en las filas de sus seleccionados, algo que siempre fue resistido por FIFA, que indica (para nosotros con criterio) que en todo caso, el mayor negocio es de los clubes, que a sabiendas de que estos jugadores son seleccionables, de todos modos son fichados a clubes de otros continentes por millones de euros, y a su vez, ningún club europeo se ha quejado hasta ahora de que la cotización de algún jugador suyo se ha elevado por algún partido en su selección nacional.
¿Qué pasaría, si así como los clubes europeos pretenden el pago de un seguro por lesión, o que las federaciones se hagan cargo del salario proporcional de estos jugadores, cuando alguno de ellos fuera luego traspasado en una cantidad mayor, a un nuevo club, por parte del poderoso club europeo, su federación le reclamara al club vendedor su porcentaje del pase por haber contribuido a elevar su cotización? Sería el mismo juego, pero al revés, en un espiral interminable.
La prensa europea también ha salido en defensa de los clubes poderosos, sin recordar que en muchas ocasiones, sus portadas sirven como escaparate para vender más ejemplares y en ellas, cuando hay partidos internacionales deselecciones, muchas veces aparecen estos mismos jugadores luego reclamados en los editoriales por regresar cansados o maltrechos o hasta lesionados, sin medir jamás todo lo que se ha elevado su cotización ya de por sí con el hecho mismo de haber sido convocados por sus seleccionados, y luego, tal vez, por sus actuaciones.
Es cierto, en cambio, que hay hechos que pueden contemplarse de otra manera. Por ejemplo, que si bien ahora el fútbol internacional cuenta con el llamado “calendario Platini”, que unifica la semana en todo el mundo, también es verdad que determinadas federaciones que contienen los jugadores más importantes o que casi todos ellos juegan en ligas fuertes (Brasil y Argentina son dos casos concretos), podrían contemplar jugar en países muy alejados (como en el caso actual, Brasil jugó en Estados Unidos y Argentina, en Australia) en momentos más tranquilos del año, y en cambio privilegian el negocio de los agentes organizadores o las empresas que poseen los derechos. Tal vez en plena competencia de clubes, Brasil o Argentina deberían contemplar jugar partidos amistosos más accesibles, que contemplen todos los intereses.
Al mismo tiempo, los clubes europeos parecen cargar con más facilidad en los casos de jugadores de otros continentes pero no de los mismos europeos. El caso más claro: Laporta, el presidente del Barcelona, se quejó por la pequeña lesión de Messi en Australia, pero nada dijo de Thierry Henry, quien estuvo cuatro días con la selección francesa, que enfrentó por eliminatorias de la Eurocopa a Italia y a Escocia. Es cierto que se encontraba cerca de Barcelona, pero el detalle e que Henry estaba suspendido para jugar por su selección. Pero se ausentó cuatro días de los entrnamintos del conjunto catalán y nada, ninguna declaración en su contra.
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