lunes, 5 de abril de 2010
Estado, progresismo y futbol
Esta semana que pasó dejó futbolísticamente varias noticias interesantes en la Argentina. Una de ellas pasa por las nuevas derrotas de Boca Juniors y River Plate. La otra, por la quiebra decretada a la empresa Blanquiceleste S.A., que llegó a manejar por muchos años los destinos de Racing Club, hasta que los socios dijeron basta y forzaron el regreso a lo institucional.
Muchos sostienen que Boca debe ser refundado, o que ha tocado techo con la insólita derrota ante un Rosario Central que pelea por no descender dse categoría y que apenas una semana antes, había sido despedido con amenazas por sus hinchas luego de perder de forma muy triste y en su cancha de Arroyito por 0-2 ante un híbrido Huracán. Este Rosario Central, compuesto por jóvenes que no tienen gran experiencia en primera división, y en el que debutaba como entrenador Leonardo Madelón en reempplazo del renunciante Ariel Cuffaro Russo, se contentaba con un empate en la Bombonera cuando la suma de un fallo extrañamente erróneo del árbitro Rafael Furchi, y una mala salida del muy buen arquero Javier García, sobre el final, facilitaron un fortuito segundo tanto ante un pésimo Boca, incapaz de enhebrar jugadas de gol, con muchos jugadores desganados, otros nerviosos y hasta su goleador Martín Palermo, sin tocar casi la pelota en todo el partido.
Aún así, con este Boca en una posición alarmante y con el plantel dividido, con jugadores desganados y en un evidente final de un gran ciclo exitoso, está lejos de quedar en la situación que atraviesa River, último para los promedios de la próxima temporada, sin rumbo y sin posibilidades económicas aparentes para revertirlo. Es decir, si no hay cambios rotundos, si no hay grandes fichajes, si no se toman medidas concretas para ayudar a Ariel Ortega y para cambiar radicalmente gran parte del plantel, y si al presidente de la AFA, Julio Grondona, no se le ocurre quitar los promedios para salvarlo, River estará jugando, casi seguro, en el torneo Nacional B en la temporada 2011/12.
¿Cuál es la diferencia entre Boca y River? podría decirse que pasa por distintos estadios de la misma crisis. Boca sí tuvo un plan, guste o no, desde que el actual alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, dejó de perder el tiempo y el dinero del club en contratar a los Bilardos y a escuchar los sermones resultadistas, y convocó a alguien que sí sabe de esto como Carlos Bianchi, y al mismo tiempo, a Jorge Griffa para las inferiores. Aquella promesa del entonces muy joven dirigente sobre nueve jugadores de la cantera sobre los once titulares para una década, que parecía broma, terminaba siendo cierto y entonces el futuro del equipo parecía promisoria, con veinte jugadores de primer nivel preparados para suplir a las grandes estrellas que irían dejando el plantel por retiro, o venta al exterior o ciclo cumplido. Pero en el medio ocurrieron cosas. Macri terminó su mandato y pasó a cumplir su objetivo real por el que llegó a Boca en 1995: la política y en lo posible, ser presidente argentino. Dejó en su lugar a un delfín, Pedro Pompilio, que siguió sus lineamientos casi como un soldado, incluso manejando mejor la relación con la AFA, conflictiva en tiempos de Macri, por no entenderse con Grondona al provenir de círculos diferentes. pero el fallecimiento prematuro de Pompilio dejó en su lugar a quien no estaba preparado para lo que es Boca, como Jorge Amor Ameal, que jamás pudo recupoerar la línea. En pocos meses, y especialmente desde la llegada de Alfio Basile, Boca había tapado a esa brillante generación juvenil con veteranos de poca monta, que no estaban en el nivel esperado, algo que veían casi todos pero que los dirigentes prefirieron obviar. Las consecuencias son claras y el equipo no encuentra su rumbo, la salida de Bianchi, cuya función de manager pocos entendieron y a quien muchos medios intentaron voltear por intereses particulares, generó una mayor división dirigencial, y el desconcierto es total. Sin embargo, Boca sigue teniendo recursos, y tomando decisiones finas y contratando tres a cuatro refuerzos de nivel, y un entrenador que entienda el juego, todo puede cambiar.
No es el caso de River, saqueado durante la gestión de José María Aguilar, con demasiada politiquería y sin plantel ni recursos aparentes para afrontar la durísima temporada que viene, en la que deberá reforzarse mucho si no quiere perder la categoría, algo increíble de pensar apenas hace una década y que hoy es una realidad.
¿Qué tienen en común Boca, River y la quiebra de Blanquiceleste S.A.? Mucho más de lo que se cree. Porque la quiebra de una empresa que dijo que venía a solucionar todos los males de Racing es una clara muestra de que el fútbol limpio y honesto debe ser manejado por sus socios. Bajo ese esquema el fútbol argentino brilló por décadas y los nuevos experimentos no son más que intereses económicos de empresas privadas para quedarse con los negocios del fútbol mucho más que para favorecerlo y la eficiencia de estas empresas queda a las claras en este caso, o bien cuando los socios de San Lorenzo evitaron en 2001 que ISL se hiciera cargo de su gestión. Al poco tiempo, ISL quebraba y San Lorenzo se salvaba del desastre, si bien siguen sin conocerse los efectos de la participación de Marcelo Tinelli en estos años.
Para columnas anteriores sobre el progresismo y la propuesta que creemos fue hecha con ironía (de otra forma, no cabe) por parte del intelectual josé Pablo Feinmann sobre el Estado y el fútbol, se nos ocurre que podría rumbear por este lado para encontrar una fórmula para que por fin los argentinos puedan ver a sus cracks: que el Estado controle a los clubes, que se deberían debwr a sus socios aunque les den la espalda, que el Estado no deje de controlar los manejos de los Aguilar, Amor Ameal o Blanquicelestes, que no deje de controlar a las mafias de barras bravas que operan en su derredor, y entonces no habría lugar para ridiculeces como que el pobre Messi tenga que joderse quedándose en el país. Seguramente con otros controles y un Estado participativo, los futuros Messis encontrarían ayuda para tratarse en el propio país, y el público los vería cada fin de semana en los estadios o en sus casas. ¿No sería acaso eso más progresista?
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