El gol del final es apenas una anécdota. No había
sido córner, Agustín Orión (uno de los tres arqueros ya casi seguros para el
Mundial con la selección argentina) salió mal, y Ramiro Funes Mori puso la
cabeza y concretó el gol de sus sueños y cortó una racha de una década sin
triunfos de River Plate en la Bombonera.
La diferencia no fue mayor, pero en este fútbol
argentino de la actualidad, alcanza y sobra para ganar un clásico, y ante el
público rival, sin hinchas propios, tal como le había pasado a Boca Juniors, al
revés, en la ida en el Monumental.
Boca no perdió el partido sólo por eso. Viene
perdiendo partidos, puntos, consideración, porque no juega, en verdad. Hace
tiempo que trabaja los partidos, los corre, los busca desesperadamente, los
acomete, los presiona, los embiste, los choca, pero no se puede decir que los
juega. Y el fútbol, a no olvidarlo aunque ya parece absolutamente borrado de la
memoria de los argentinos menores de cuarenta, es un juego. Sí, parece mentira,
pero nació así, como un divertimento, como un deporte excepcional que se juega
con una pelota y con ella se puede hacer magia, como alguna vez lo consiguió
Juan Román Riquelme, autor anoche de un golazo de tiro libre, casi lo poco que
le queda en el carretel ya gastado.
Raro lo de Boca. Si analizamos los nombres de su
mediocampo, por ejemplo, podríamos concluir que tiene más estrellas allí que el
propio Atlético Madrid, líder en la Liga Española, cuartofinalista de la
Champions League, semifinalista de la Copa del Rey.
Fernando Gago (aunque hoy parezca casi una burla,
visto lo visto en 2014), jugará el Mundial y muy probablemente de titular y ha
estado en el Real Madrid, la Roma y el Valencia. Juan Sánchez Miño, aunque
ahora haya que ir al archivo para corroborarlo, en su primer año llegó a estar
en la consideración de Alejandro Sabella. Christian Erbes no fue al Betis, y
antes a Ucrania, por problemas de papeles solamente. De Riquelme no hace falta
hablar.
Arriba, Emanuel Gigliotti es uno de los máximos
goleadores de los últimos años del fútbol argentino, y Juan Manuel Martínez,
uno de los mejores delanteros por la punta, en cuanto a técnica, y Boca pagó
una fortuna al Corinthians campeón mundial para tenerlo en su plantel.
¿Entonces? Convengamos en que no es un problema
técnico, y menos, si sumamos al pibe Acosta. Si no pasa por allí el problema de
Boca, pasa por el ordenamiento táctico del equipo, por el carácter de algunos
jugadores y por la relación entre ellos. El director técnico, Carlos Bianchi,
es de un prestigio contrastado. Quien ganó cuatro Copas Libertadores y tres
Intercontinentales, no puede ser discutido por el exitismo de un resultado o un
mal año.
Nuevamente nos preguntamos, ¿y entonces? Entonces,
hay que revisar por qué Boca no ataca con más gente, si dispone de ella, o
dispuso (se permitió la salida de Franco Cángele, extremo izquierdo, o la de
Ricardo Noir, de éxito en Bánfield). Por qué, jugadores de los quilates
mencionados en el medio, no rinden ni un 20 por ciento de lo que deberían. Por
qué, Gigliotti no recibe un solo pase como correspondería para poder tener la
chance de definir. Por qué hace un año que Martínez no gambetea a ningún
lateral rival y no aparece jamás en los partidos importantes (también hay que
preguntarse por qué terminó como suplente el aquel Corinthians).
Boca no ataca, solamente avanza, y cuando lo hace,
suele ser por espasmos. Su jugador más profundo, cuando no el pibe Acosta, es
el lateral Insúa, que se va ganando un lugar como el mejor jugador del equipo
en los últimos partidos. Los del medio no aparecen casi nunca, y entonces, los
de atrás pagan en cada contragolpe.
¿Y River? El equipo de Ramón Díaz, jugador por
jugador, tampoco debería estar mal. Pero a diferencia de Boca, tiene cierto
juego hasta tres cuartos de cancha y allí se empieza a diluir, porque arriba
tiene más nombres que atacantes de verdad. Si alguien dijera que en 2003
Fernando Cavenaghi era comparado con Carlos Tévez y era su dupla en los equipos
argentinos juveniles, parecería que uno está macaneando, pero así fue. Hoy,
cada uno está donde está, y por algo es.
Teo Gutiérrez, convencido de ser un “segunda punta”,
juega demasiado atrás y participa muy poco, sin compromiso con el equipo, y su
director técnico, que supo jugar tan bien en los setenta-ochenta, ha terminado
comprando el discurso utilitario de la época y en vez de poner wines, coloca a
un muy buen proyecto como Manuel Lanzini detrás de los “delanteros”, y puebla
el medio de jugadores. Aunque Cristian Ledesma jugó un muy buen partido, y
Carbonero es técnicamente más que aceptable, la sensación es que bien podría
resignar a Rojas para atacar con tres, haciendo honor a una camiseta con tanta
historia.
En fin, hay mucho para corregir y otra vez sopa, se
trató de un clásico “a la argentina del siglo XXI”. Dientes apretados, marca,
protestas, quejas y poco fútbol. La pelota interesa demasiado poco y mucho, los
resultados. Y así le va al pobre, al maltratado fútbol argentino.
River lo ganó como pudo haberlo empatado, pero al
menos dejó una vez más la sensación de que de animarse algún día, podría. Boca,
que puede, está metido en un mundo de problemas irresolubles que huelen a fin
de ciclo (otra vez más), y tal vez mezclando los dados, y tirando de nuevo,
alguien se atreva a recordar que hay plantel para mucho, pero para alcanzar la
gloria, primero hay que permitirse jugar y disfrutar.
Aunque parezca que no, el fútbol sigue siendo un
juego, señores. Hagan juego, entonces, por favor.