Jorge Valdano, mucho más que ex futbolista,
entrenador, empresario o dirigente ligado al deporte, un intelectual que
interpreta el fenómeno como pocos en el mundo, contaba hace poco tiempo que
caminando por las calles de la pequeña ciudad de Las Parejas, donde nació, se
le acercó un niño que al verlo le pareció alguien “reconocido” y no tuvo
pruritos en preguntarle quién era. La timidez del argentino le permitió
escudarse con la respuesta “yo jugué con Maradona”, pero ante su sorpresa, su
interlocutor insistió: “pero ¿usted conoce a Messi y a Cristiano Ronaldo?”.
Esto sucedía en una ciudad argentina y tal vez en
segundos, mostraba de manera brutal lo que significa el paso del tiempo y los
cambios de paradigmas incluso en la idolatría de un pueblo que vibró como pocas
veces en su historia moderna cuando la selección argentina ganó su último
Mundial en México 1986 con las genialidades de Diego Armando Maradona, acaso su
más grande alegría en los últimos cincuenta años.
Hoy, el mejor jugador del mundo también es
argentino, lleva exactamente la mitad de su vida (tiene 26 años) en uno de los
clubes más grandes a escala global, como el Barcelona (donde también jugó
Maradona, aunque nunca tan identificado con la entidad), lleva ganados cuatro
Balones de Oro que lo reconocen como top, pero para muchos, especialmente en su
propio país, la única manera de alcanzar al ídolo anterior, o al menos
discutirle la primacía histórica, será ganando el próximo Mundial de Brasil.
En efecto, Messi debe luchar casi contra un
imposible. Porque Maradona ya terminó su carrera, lo que lo convierte en mito
futbolero. No puede equivocarse ya. No puede dar pasos en falso como jugador, y
su éxito en México 1986, especialmente sus dos goles históricos ante
Inglaterra, mucho más que un rival deportivo para los argentinos, y por la
factura de ambos, hasta lo han colocado en una situación de semidiós y hasta se
ha conformado la Iglesia Maradoniana con ochenta mil fieles en todo el mundo.
Una de las últimas biografías escritas sobre Messi
(1) y no casualmente publicadas en la Argentina, termina diciendo, a modo de
elogio, que “Nunca alguien fue tan Maradona como Messi”, una forma de
compararlos, pero al mismo tiempo, sostener que es prácticamente imposible
alcanzar ese listón.
Una pregunta que podemos formularnos, a esta altura,
es si efectivamente Messi quiere ser como Maradona. Tienen, en efecto, varios
puntos de conexión, aunque cabe responder rápidamente que corresponden a
tiempos distintos, formas de juego distintas, posiciones no exactamente iguales
en el campo de juego, velocidades distintas, preparaciones físicas distintas,
marcas distintas sobre ellos, tecnologías distintas asociadas al deporte.
César Luis Menotti, entrenador de la selección
argentina que ganó el Mundial de 1978 como local, suele decir que si existió un
Maradona en la Argentina es porque antes existió un José Manuel Moreno, un
Enrique Omar Sívori, un Mario Kempes, a lo que podría agregarse que si Messi
nació en la Argentina es por la misma razón y por la existencia de Maradona
también.
Esto significa que los hechos no son casuales sino
causales. Un punto de conexión entre dos supercracks de sus tiempos como
Maradona y Messi pasa por su habilidad natural, cada uno en su contexto, con
sus diferentes caracteres y filosofías de vida y hasta clase social.
Pero los dos nacen como consecuencia de una primera
conformación de un estilo propio de juego, argentino, criollo, opuesto al
inglés, que tiene como fundamento el juego al ras del suelo, la gambeta
(superar al rival en el “uno contra uno”), la imprevisión y la creatividad.
El reconocido periodista Borocotó, de la revista
argentina “El Gráfico” (2), utilizó la figura de “El Pibe” para describir a
partir de él la frescura, la espontaneidad y la libertad en el jovencito que
juega al fútbol, asociados a la infancia, a la primera adolescencia. Se trata
de un juego despreocupado, sin maestros, como se solía jugar desde la
perspectiva inglesa, la que trajo el fútbol al puerto del Río de la Plata.
Desde este punto de vista es que el antropólogo
argentino Eduardo Archetti sostiene que Maradona es un Pibe y nunca dejará de
serlo y representa un estado de perfección y de libertad cuando dejamos de lado
aspectos negativos de alguien. Ser un Pibe, entonces, también es sentir la
presión que viene de la propia familia, la escuela y la sociedad y asimismo,
ser imperfecto, pero estas imperfecciones se relacionan con lo que se espera de
una persona madura y Maradona, se sabe, no es perfecto como hombre, pero es
perfecto como jugador.
A estos efectos de la definición de “Pibe”, de un fútbol que se convierte en aspiracional
desde lo socioeconómico en un país como la Argentina en el que el fútbol
representa un modo de ascender en el escalafón por mérito propio, Maradona lo
personifica como pocos, describiendo acaso la historia perfecta, ésa que se
origina en una zona muy humilde, naciendo en las llamadas “Villas Miseria” en
el gran Buenos Aires, hasta llegar a la ostentación del lujo, caer
estrepitosamente, devorado por un sistema que nunca lo preparó para ese lugar
de privilegio, y volver a recuperarse desde su propia lucha interior.
Si puede decirse que Maradona representa la síntesis
de tantos cracks que lo antecedieron, parece estar más cerca de Sívori, o del
huesudo y habilidoso wing derecho de los años setenta René Orlando Houseman
(campeón mundial en 1978), o de su ídolo de la infancia, Ricardo Bochini (el
mítico jugador de Independiente, máximo ídolo de su historia), por lo general,
jugadores poco afectos a la disciplina colectiva y resolutivos desde su
individualidad.
Si Maradona representa al “Pibe” por naturaleza,
Messi, décadas más tarde, será más un “Niño” ligado al amor intrínseco por el
juego, sin ninguna otra connotación. Por esta razón es que su tremenda
capacidad de llevar el balón acaba rompiendo con cualquier esquema, aún
aquellos que derivaron en toda clase de títulos nacionales e internacionales
para el Barcelona.
Algunos llegaron a comparar la relación de Messi con
la pelota como la de un perro cuando juega con ella, que sólo fija la vista en
el objeto y no quiere que nadie se la quite, porque el vínculo que el crack del
Barcelona establece con el balón es estrictamente lúdico.
Sin embargo, pocos jugadores en la historia del
fútbol han sido tan generosos con sus compañeros como Messi. Tiene la extraña
habilidad de servir a un sistema táctico si es necesario, y ha resignado
partidos enteros con posibilidades de marcar para asistir a otros cuando la
situación lo requiere.
Pocas veces, un jugador tan brillante y tan
desequilibrante, aún cuando su juego le costara el lugar a otros cracks del
equipo como Samuel Eto’o, David Villa o Zlatan Ibrahimovic, ha sido una pieza
tan clave para un sistema colectivo, y en esto puede decirse que los genes de
Messi tienen un parecido mayor a Alfredo Di Stéfano, en sus tiempos gloriosos
de Real Madrid.
Messi no sólo se parece a Di Stéfano en esto, sino
en muchas otras circunstancias, al menos hasta ahora. Ambos desarrollaron su
carrera en el exterior, en la Liga Española, y ambos trascendieron por lo hecho
en sus clubes y no tuvieron, uno casi en toda su carrera, y el otro en años,
una gran identificación con sus selecciones argentinas.
Ambos, Maradona y Messi, tuvieron luchas interiores muy
duras, aunque distintas.
Maradona deja de ser “Pibe” cuando salta al fútbol
europeo, cuando se curte con el desencanto de ser dejado (sin explicaciones
valederas) fuera del Mundial 1978 cuando ya era una estrella y goleador del
torneo argentino, y cuando debe tener sus primeros enfrentamientos con la
prensa europea y con el polémico presidente del Barcelona, Josep LLuis Nuñez.
A partir de allí, se transforma en un Poder en sí
mismo, mediático, futbolístico, que crece en la medida que se convierte en el
“salvador” de Nápoles, en su máximo estandarte que excede al fútbol, y se le
planta a la mismísima FIFA, especialmente al ganar el Mundial de 1986.
Pero tendrá siempre un espíritu contestatario
producto de su crianza, de sus inicios con limitaciones económicas, su
“consciencia de clase” futbolera, ese desplazarse por los medios con la
irreverencia que lo acerca al mito de James Dean y la “eterna juventud”.
Maradona y Messi se conectan también en que los dos
son cracks producto de un país como la Argentina que exporta carne humana
(artistas, bailarines, científicos), pero provienen de tiempos distintos.
Pese a su pobreza iniciática, Maradona proviene de
la Argentina de los años setenta, aún rica, con una crisis incipiente, pero en
la que en la propia “Villa Miseria” hay asados, y los padres de los amigos
llevan equipos enteros de chicos en sus camionetas gastadas, pero propias al
fin.
Messi, por el contrario, proviene de una clase media
baja de Rosario, cuyo padre trabajaba en una empresa estatal y su madre era ama
de casa, pero ya nacido en una Argentina en el umbral de una crisis terminal,
que al año de irse a Barcelona, derivaría en un cambio de paradigma como
consecuencia de veinticinco años de un plan económico que favoreció a las
grandes potencias que se llevaron buena parte de sus riquezas, dejándole al
paìs una deuda descomunal.
En esos paradigmas culturales no es ilógico que
Maradona resulte más curioso con el mundo que lo rodea, que se haya granjeado
enemistades al admitir que se llegó a plantear dejar de ser futbolista luego de
ver las condiciones de vida del Africa con una gira con Boca Juniors en 1981, o
manifestar su idolatría por Fidel Castro luego de un viaje a Cuba en 1987, o
cuando intentó formar un sindicato internacional de futbolistas paralelo al
FIFPRO, al que vio demasiado poco contestatario con el Poder, o cuando se quejó
por los privilegios de la Iglesia.
Ese mismo contexto de declaraciones altisonantes le
permite a Maradona, hasta el día de hoy, manifestar más su competitividad con
su entorno, y ni siquiera Messi, que pertenece a otro tiempo, queda al margen
de la situación, ante la chance certera (especialmente con el Mundial de Brasil
a la vista) de que lo pueda superar como estrella del fútbol mundial.
Esto apareció nítidamente cuando Maradona y Messi
compartieron el pasado Mundial de Sudáfrica 2010 y los dos años previos del
ciclo, cuando Maradona fue entrenador de la selección nacional.
Si para el afuera siempre la relación apareció como
afectuosa, diplomática, muchos descubrieron otros ricos elementos en ella.
Desde aquella frase de Maradona de que la selección argentina es “(Javier)
Mascherano y diez más”, hasta seguir manteniendo la capitanía en el hoy
defensor del Barcelona, o un esquema táctico que no favorecía al crack y que le
daba a Carlos Tévez (quien más medía en la popularidad de los argentinos según
los sponsors) un gran protagonismo.
Messi tuvo otras luchas que Maradona, más internas,
más cerradas, menos sociales, más particulares, desde su imposibilidad de
crecer y la necesidad de una hormona específica, que derivó en una gran
polémica, primero con su club, Newell’s Old Boys, y luego su viaje definitivo a
Barcelona, que le costeó el tratamiento, su dura adaptación a la nueva realidad
(de la que se hace mención en muchas de las biografías que aparecieron en estos
últimos años), con la separación familiar de hecho, incluída, con su madre y
hermana regresando a vivir a Rosario, y más adelante, abriéndose camino en la
selección nacional, cuando los medios, vinculados al maradonismo y a la estéril
comparación entre los dos cracks, cerraron toda posibilidad de acercarse, en el
afecto popular, al gran mito de la argentinidad.
Sin embargo, pasado el fracaso de la selección
argentina en el Mundial 2010, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA)
comprendió al fin que Messi necesitaba el mismo respaldo que Maradona había
tenido en sus tiempos de fulgor y primero designó a un entrenador afín, como
Sergio Batista, y luego de otro fracaso como la eliminación en la Copa América
de 2011 en condición de local, a Alejandro Sabella.
Estos últimos años de selección argentina
encontraron a Messi en constante evolución personal y futbolística, fue padre,
cambiaron algunas situaciones en su vida, y aún sin ser una voz altisonante
como Maradona, se convirtió en líder del vestuario por derecho propio y por
rendimientos futbolísticos para el asombro, y respetado y entendido por
Sabella, tuvo su día fundacional para su relación con los argentinos cuando se
sobrepuso al tremendo calor en Barranquilla y se hizo cargo del equipo que dio
vuelta el resultado ante Colombia por la clasificación mundialista en 2012.
Ya no se pudo detener, desde ese momento, la escala
de Messi a la categoría de ídolo y aquellas virtudes que antes aparecían
teñidas de azulgrana, del Barcelona, como parte de un ser extraño que vivía
lejos del país y al que nada parecía importarle, ahora se resaltaban como parte
de una nueva argentinidad.
Messi había estado cerca de pensar en dejar de
aceptar ser convocado a la selección argentina cuando más de una vez, en sus
cruces del Océano Atlántico, se había encontrado con un ambiente indiferente,
cuando no hostil, y con una prensa que no lo defendía y que constantemente lo
comparaba con el mito viviente. Pero se sobrepuso y tal vez el Mundial de
Brasil, lo encumbre todavía más.
Uno, Maradona, es la argentinidad. Representa
cabalmente al argentino medio. Es polémico, sentimental, cambiante, sagaz,
ocurrente, punzante, divertido, soberbio, melancólico, contestatario,
competitivo, y lo ha ganado todo y en el momento perfecto ante el rival soñado.
El otro, Messi, es tímido, taciturno, familiero,
sencillo, cumplidor, disciplinado, sistémico, solidario, profesional,
inquebrantable, de bajo perfil y con una ocasión perfecta, como un Mundial en
Brasil, y a la misma edad con la que Maradona triunfó en México 1986, para
convertirse en mito.
Uno tenía un guante en el pie, una pegada lujosa,
una precisión milagrosa, un talento especial para la improvisación (Maradona).
El otro, la capacidad para llevar al balón pegado al pie a gran velocidad, un
jugador con el talento de la era de la PlayStation (Messi).
Si la pelota para Maradona, en el siglo XX, es la
prolongación de su prodigiosa zurda, para Messi, en el Siglo XXI, ya es casi
parte constitutiva de su cuerpo.
¿Puede Messi convivir con Maradona?
Ambos son argentinos, supercracks, producto de los
mismos genes, pero dos vidas diferentes, en contextos diferentes.
(1) “Messi, el distinto”, Marcelo Sottile, Diario
Olé, 2013
(2) Revista fundada en 1919 y aún en circulación,
de gran influencia en la Argentina y el continente sudamericano para los
amantes del fútbol y todas las actividades deportivas.