¿Qué sucedería si el Superclásico se jugara hoy? Al
menos, si es por la lógica (que en fútbol no existe pero que muchas veces
condiciona por rendimientos e individualidades), River Plate sería amplio favorito. No sólo
para ganar sino para hacerlo por una importante diferencia de goles.
Hasta podría imaginarse un clásico aún con un
desarrollo mucho más favorable para River, ante Boca Juniors, que ante
Independiente en el partido de la semana pasada en el Monumental, porque los
Rojos de Avellaneda, aún con muchísimas limitaciones y con un planteo
equivocado, marcando con tres defensores, venían envalentonados por una buena
racha que, como suele suceder en el fútbol argentino actual, no tenía más
sustento que los resultados y una prensa que sólo se basa en ellos para un “análisis”.
Hoy, River es muchísimo más que Boca en todos los
órdenes. El equipo de Marcelo Gallardo consiguió en pocos partidos, en poco
tiempo de convivencia futbolera, un funcionamiento que pocos han conseguido en
estos años, por momentos con galera y bastón, atreviéndose a elaborar juego que
no se veía desde hacía mucho en las canchas argentinas, elevando los
rendimientos individuales y con una gran seguridad en el traslado.
Puede decirse que el cambio de director técnico,
desde el renunciante Ramón Díaz, a Gallardo, ha sido poco complicado debido a que
con muchas críticas y algunas dudas, venía de ser campeón, lo que ya le daba un
alivio particular, pero el nuevo entrenador decidió no quedarse en el simple
recuerdo de un buen semestre y trató de darle su impronta, y elevó mucho más el
nivel.
Boca, en cambio, vive tiempos traumáticos, como no
tenía desde hace años. Desde 1998 llegaba prácticamente con títulos anuales
hasta 2012, un tiempo glorioso que se va esfumando porque no terminó de
encontrar los eslabones para el recambio desde el vestuario.
El jugador indicado en todos los aspectos, era sin
dudas Sebastián Battaglia, joven en los tiempos de gloria, y por su puesto en
el campo, posición exacta para el equilibrio desde su experiencia, pero una
grave lesión lo hizo abandonar antes de tiempo.
Desde ese momento, se intentó con Juan Román
Riquelme, Daniel “Cata Díaz”, pero ninguno ha logrado transmitir aquellos
valores que hicieron de ese Boca un ciclo histórico y que no será fácil volver a
alcanzar.
Este Boca navega en la mediocridad, en la búsqueda
de tiempos exitosos desesperadamente, sin detenerse a pensar qué le sobra y qué
necesita. Las divisiones inferiores (al contrario que en River, que no pesaban
y ahora comienzan a dar frutos los Martínez, Boyé, Simeone, Kranevitter) son
tenidas menos en cuenta, volvió a invertirse en jugadores “de mercado” antes de
mirar a los propios y lo más importante, que en Boca hace mucho que no tiene
lugar: el debate sobre a qué se quiere jugar.
Más allá de aquella frase de Mauricio Macri de “Un
Boca Hegemónico”, ¿Qué se pretende, futbolísticamente? ¿Cuál es el proyecto? Porque
a diferencia de River de los últimos años, que terminó descendiendo por primera
y única vez en su historia, Boca no tiene esos problemas económicos y se
encuentra en una posición de poder de la que no sacó, en este último tiempo,
los réditos necesarios.
Los dirigentes de Boca repiten una lógica de
contexto que no es tan aplicable como al resto de los clubes que compiten en el
torneo. Boca no ha conseguido desplegar un buen fútbol desde hace años. Sus
equipos han vuelto a confundir “garra” con reventar la pelota lejos, apretar
los dientes y aguantar, que el arquero sacara lejos y fuerte, a dividir, no se
dan tres pases seguidos, y teniendo la posibilidad de jugar con tres
delanteros, un diez y un ocho de ataque, se ha preferido el maldito “doble
cinco”, que a veces fue triple, dos nueves con despliegue y que muchas veces se
han chocado, o un wing desalmado como Juan Manuel Martínez, pero no volcado a
la punta sino como delantero cabal (que no es), esperando de él lo que ya se
sabe que no dará, como no dio en Corinthians, otro grande en el que participó.
Boca pudo (y debería pretender) ser el Barcelona de
Sudamérica. Por historia, poderío económico, y alivio futbolero, luego de todo
lo ganado. El mejor ejemplo está en los extremos. Boca llegó a tener a Mouche,
a Noir, a Gaitán, a Palacios, ahora a Martínez, pero juega con dos nueves, con
volantes sin gol ni llegada, o ha apostado, en otro orden, a defensores que fue
quemando en pocos partidos, hasta regalarlos o prestarlos hasta que se cansen y
se busquen otros equipos (Burdisso, Pérez, Magallán, Caruzzo y tantos más). ¿No
hay en todas las divisiones inferiores un buen marcador central? Y si es así,
¿para qué están esas inferiores? Lo que hay es gato encerrado y una necesidad
de recurrir al mercado que no parece obedecer a cuestiones futboleras,
precisamente.
Mientras Boca fue dilapidando una etapa de oro,
River va volviendo de manera acelerada a lo que fue en el pasado, al revés que
en el caso de Boca, apostando por una manera clásica de jugar, con seguridad en
lo institucional (algo que no tuvo en un nefasto proceso de los últimos quince
años), y eso se nota en el campo de juego.
Se ha tratado de comparar a este River con otros
campeones de otro tiempo, pero cada época es distinta a la anterior y resulta
complicado relacionarlas. Algunos
mencionan al River tricampeón 1996/97, pero creemos que aquél tenía
individualidades que éste carece, aunque éste tenga jugadores que para el
torneo local, y en este nivel de este momento, marquen una importante
diferencia.
Otros lo han llevado a la comparación con el de
Angel Labruna de 1975 y allí sí, nos resulta exagerado y tal vez, basado en el
estado de lógica euforia que circula. Cabe recordar que aquel River contaba con
cinco atacantes de enorme jerarquía, como Pedro González, Juan José López (un
ocho de lujo y gol, que tranquilamente pudo ser diez), un tremendo goleador
como Carlos Manuel Morete, luego reemplazado en el nacional por Leopoldo Luque,
un diez de galera y bastón, uno de los mejores de la historia del fútbol
argentino, como Norberto Alonso, y un crack de todos los tiempos como Oscar
Más, además de un arquero como Ubaldo Fillol, el mariscal Roberto Perfumo
(aunque ya veterano) como marcador central, Daniel Passarella, un cinco como
Reinaldo Merlo que jugó trece años seguidos en esa función. Es decir, parece
bastante difícil que un equipo de este tiempo pueda compararse a ese otro, tan
diferente.
De cualquier modo, esto no significa que este River
no merezca ser halagado. La propuesta de atacar, presionar muy arriba a los
rivales, tener la pelota, administrarla bien, no desinflarse, y querer jugar
siempre, es bienvenida.
Rodolfo Arruabarrena ha intentado cambiarle la cara
a este Boca cansado, gastado, con jugadores quemados y otros, nuevos, que
buscan desesperadamente un lugar pero que han tenido que mostrar todo lo que
son en un contexto exigente de resultados y sin tiempo para conseguirlos, y no
han podido todavía.
Han tenido una primavera muy corta, con el pico en
aquel partido (que parece haberse jugado hace dos siglos pero fue hace pocos
días) ante Rosario Central por la Copa Sudamericana, pero que ya tuvo su
tormenta (y a la vez, tormento) ayer con el inesperado 1-2 ante un Racing Club
que venía sacando apenas los pelos de la cabeza del fondo del agua, y que en
pocos minutos encontró la mesa servida para redimirse en una Bombonera
desangelada.
Boca, este Boca que no sabe mantener un resultado favorable
porque no juega, porque no sabe llevar la pelota, porque no tiene gol salvo que
sea por algún cabezazo fortuito o por alguna jugada individual luego de
gastarse 10 millones de dólares en el último mercado, no pudo aguantar tampoco
ante este Racing un 1-0 a 34 minutos del final como local, como no pudo tampoco
en el 0-1 ante Central en Rosario, o ante Bánfield el pasado domingo.
Este Boca, ahora sin Díaz ni Juan Forlín atrás, con
este Magallán, con este Fernando Gago que no llega a las divididas y que
protesta absolutamente todo, con este Carrizo que no aparece, ¿puede dar el
batacazo y ganar en el Monumental y sorprendernos a todos?
¿Tiene Boca el resto anímico para pelearle a River
en su propia cancha, en la que lleva una impresionante racha de victorias
consecutivas, ante los hinchas locales? Todo indica que para lograr un
resultado honorable, deberá apelar mucho más a sus tradiciones que a su
presente, o recuperar la memoria del partido contra Rosario Central.
La diferencia entre los dos es ahora de 10 puntos y podría
ampliarse o reducirse. Acaso una derrota de River ante Lanús y un triunfo de
Boca ante Quilmes cambie el panorama, pero hoy, esa distancia es aún mayor en
sus realidades y en su juego.
Lo bueno del fútbol es que, como bien decía Dante
Panzeri, es “la dinámica de lo impensado” y que en noventa minutos, las cosas
pueden cambiar. Lo sabe bien Racing, que necesitó 34 para dar vuelta el partido
en la Bombonera. Lo sabe Boca, por su pasado glorioso, aunque hoy su andar
genere tantas dudas.
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