miércoles, 10 de diciembre de 2014

Fútbol y democracia en la Argentina



A 34 años del regreso y la definitiva instalación  de la democracia a la Argentina, es bueno preguntarse cuándo ésta llegará a los estamentos de su fútbol e incluso, si alguna vez llegaremos a verla o si la verán generaciones futuras más o menos contemporáneas.

El 10 de diciembre de 1983, con la llegada al Gobierno de Raúl Alfonsín, eran muchas las esperanzas. Formamos parte de los jóvenes de aquél tiempo que habían transcurrido sus años de adolescencia en una feroz dictadura cívico-eclesiástico-militar, con cuatro canales de televisión estatales, mayormente en blanco y negro (la TV color llegó en 1980 pero muchos no contábamos con los aparatos hasta meses o años después), todos manejados por el Estado, y con escasos atisbos de debate.

Esos jóvenes de los que formamos parte, no concebíamos lo anterior. Ya habíamos tenido duros enfrentamientos con las autoridades de la escuela del Círculo de Periodistas Deportivos de entonces porque ellas pretendían vanamente que fuésemos “periodistas de-por-ti-vos” y nosotros les recalcábamos que éramos simplemente “pe-rio-dis-tas” y alguna tapa de la revista que publicamos internamente (“Compromiso”), se refería a los militares gobernantes con sangre y botellas de whisky o vino, según el caso, mientras que la revista “Hum®”, una de las pocas resistentes, era usual en la casa de estudios.

Ni qué decir de cuando conformamos el Centro de Estudiantes y buscamos coordinarlo con otros de casas de estudios cercanas, como el Instituto Grafotécnico o el Círculo de la Prensa. Las reuniones en el bar de Lavalle y Rodríguez Peña eran asiduas, mesas largas y camperas que generaban que nuestro apodo fuera “Ubaldini” por los mozos, debido a que el sindicalista estaba de moda y hasta tuvo debates con Alfonsín cuando éste dijo que aquél era un “mantequita y llorón” y el cervecero le respondió que “llorar es un sentimiento pero mentir es un pecado”.

Los jóvenes de hace 34 años no concebíamos otra cosa que ir para adelante desde los distintos partidos políticos o desde donde hubiera cualquier forma de participar. La sensación era de primavera, de libertad, incluso hasta alguna cercanía con el carnaval, por la alegría, la expectativa, por todo lo que comenzaba a nuestro alrededor.

Devorábamos los libros y revistas. Pasábamos por la Librería Dirple, en la avenida Corrientes, y tomábamos todo lo que veíamos, desde las colecciones de clásicos como Marx, Engels, Althousser hasta Hernández Arregui, Cooke o los recientes libros de Carlos Gabetta o de Eduardo Duhalde (el bueno). Leíamos “El Periodista de Buenos Aires” o “El Porteño” (en ambos llegó a trabajar este cronista, aunque en el primer caso, en lo que luego fue la cooperativa de “Los Periodistas”).

Y en esa esperanza, había un rinconcito para el fútbol. Racing Club descendía a Primera B, y Alfonsín decía al micrófono en respuesta al pedido de Julio Grondona (supuestamente radical de origen) de mayor dinero para la AFA (como ven, el tema no es de ahora, ya venía desde hacía mucho), que “es como un sino fatal, siempre el fútbol le pide plata al Estado”, en la fiesta anual de los periodistas acreditados en la AFA.

Si en menos de dos años ya muchos habíamos cambiado mucho nuestra percepción y entendimos que sin lucha no había resultados (ya en las marchas cantábamos “somos los que vamo’a defender/la democracia/pero no con el hambre del pueblo/sino con un plan de justicia social”), ayudados por la posibilidad que en aquellos tiempos tenía esta generación joven de entrar pronto en los medios.

Y si el tiempo pasó volando y en pocos meses nos vimos en una redacción, el fútbol se encargó rápidamente de hacernos ver que no estaba dispuesto, ni por asomo, a democratizarse. La agencia de noticias en la que trabajaba inició una campaña para que el contraalmirante Carlos Lacoste, el hombre fuerte del fútbol en la dictadura, saliera de la FIFA como representante argentino, y en poco menos de un año y cuatro meses de democracia, ya se produjo el primer gran impacto con el asesinato del chico Adrián Scaserra, un 7 de abril de 1985, en la cancha de Independiente, en un clásico contra Boca Juniors, que fue tapa de “El Gráfico”.

El recuerdo de este cronista pasa por tres imágenes: 1) La de la desesperación del padre de Adrián, con quien conversábamos seguido y que trató de luchar por desvelar el hecho, 2) Cómo ya un Grondona de mediana edad madrugó a una clase política por entonces inmadura, que antes de entrar a la reunión en la Casa Rosada decía que el presidente de la AFA perdería su lugar ahí mismo, y a las horas decía lo contrario y fortalecía la imagen de Don Julio, en lo que sería un anticipo de todo lo que vendría, 3) nuestra entrevista telefónica al por entonces senador radical Fernando de la Rúa, autor de la ley “antiviolencia en el fútbol” 23.184. Cuando terminamos y le agradecimos, nos pidió que le repitiéramos todo lo que había dicho, para corroborar si habíamos apuntado bien, pero tuvo que ceder ante nuestro total rechazo.

Desde 1983, el fútbol recorrió un largo camino, con el invento del parche del Nacional B por un poco criticado Osvaldo Otero, por amistades con cierta prensa pretendidamente “progre” llamada a silencio, o el intento del secretario de Deportes, Santiago O’Reilly, por desplazar a Carlos Bilardo de la selección argentina, sostenido por Grondona y el periodismo afín.

Desde entonces, se construyeron los pilares para que sucesivamente, cuando ante cada cambio de gobierno, se intentara algún cambio en la AFA, ésta se cerrara amparada siempre en un falso criterio autonómico, subiendo peldaños de poder en la FIFA hasta que con el cambio de Joao Havelange a Joseph Blatter, Grondona llegara a la cumbre y se convirtiera en lo que él mismo señaló como “vicepresidente del mundo”.

El Estado nunca (hasta ahora, que tras la muerte de Grondona parece que por fin consigue meter más de un pie) pudo lograr cambiar algo. Acaso el mayor intento haya sido allá por 1988, cuando uno de los mejores dirigentes de estos últimos tiempos, Carlos Heller (salvador de la bancarrota boquense junto a Antonio Alegre), intentó una jugada “a la española” con la creación de algo parecido a la Liga de Fútbol Profesional (LFP) como para conseguir que los clubes salieran de Viamonte 1366 para administrar el dinero y la política y se sentaran con otros estamentos en reuniones generales, como sucede en la Federación Española (RFEF), pero una vez más, viejo zorro, Grondona abortó la idea.

El único proyecto serio de torneos lo trajo el ex árbitro Teodoro Nitti, que se presentó como candidato a presidente de la AFA (toda una osadía por entonces) y obtuvo su único voto, pero la idea era muy buena: un campeonato nacional que tuviera en cuenta la extensión del país, por regiones, que clasificaran equipos desde todo el país para una fase final. Demasiado federalismo para una AFA unitaria y nuclear. 

Hoy mismo vivimos las consecuencias de aquello: aún con el Estado metido en medio, con aportes fuertes en lo económico y deseos (aunque fuese por motivos político-partidarios), el torneo de 30 equipos de 2015 contará como mínimo con 5 equipos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 9 del Gran Buenos Aires, 4 de provincia de Buenos Aires y 5 de Santa Fe. Es decir que al menos 23 de 30, serán sólo de la zona Buenos Aires-Santa Fe.

Es que desde los finales de los ochenta se produjo el gran quiebre de muchos clubes, desde la conformación del monopolio Clarín-TyC que mucho más allá de fundir a la mayoría de los clubes y de no permitir el acceso al fútbol de millones de personas, también se fue quedando con los medios de comunicación, hasta forzar desde su imperio la humillación total , con una AFA colaboracionista y cómplice de aquello, con contratos que muchos dirigentes firmaban sin saber lo que hacían, con deudas infernales y con pésimas administraciones.

Al mismo tiempo, un país en ebullición, en los tiempos del menemato, dio lugar al aumento de la violencia organizada hasta niveles increíbles, con convivencia con la clase política y deportiva, y sin nunca haber existido un solo proyecto estatal en la materia en los 34 años, incluso sin estadísticas oficiales serias, ni intentos de tenerlas y con casi 300 muertos (298 según la ONG Salvemos al Fútbol).

El fútbol argentino llega a finales de 2014 preguntándose demasiadas cosas. Si algún día podrá ser administrado con controles en serio, si dejará de tener coronita como no goza ninguna otra actividad en el país, si podrá llegar a ser federal en serio, si habrá alguna política para terminar con la violencia, si podremos volver a vivir una fiesta, esa que nos ha quitado este aparato de negocios, si el periodismo estará alguna vez a la altura en vez de la declaracionitis del día a día que nada aporta al debate y pierde horas preciosas al micrófono, si alguna vez la mejora en la economía de los clubes permitirá retener a sus mejores jugadores, y si terminaremos, algún día, con el fracaso social que significa que no puedan convivir dos grupos de personas que hinchan por colores distintos, en un mismo espacio.


Todas estas son deudas que el fútbol tiene con la democracia. Demasiadas como para albergar esperanzas.

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