El asesinato del ultra del Deportivo La Coruña
Javier Romero Taboada, “Jimmy”, por parte de sus pares del Frente Atlético, del
Atlético Madrid, en una reyerta producida tres horas antes del partido en las
cercanías al estadio Vicente Calderón de la capital española, encendieron todas
las alarmas.
La Liga Española, que trata de vender su glamour
hacia todo el mundo, que colocó a dos de los tres mejores jugadores del año en
el mundo como candidatos al Balón de Oro FIFA World Player de su propio torneo,
que ahora televisa un partido por fin de semana al mediodía para atraer el
mercado asiático, debe explicar por qué fuera de los campos de juego, muere
gente por violencia organizada.
Ni los medios, que observaron el fenómeno atónitos,
ni la clase política, enfrascada en una grave crisis de representación que dio
lugar al fenómeno aún poco esclarecido (salvo por la indignación a lo anterior)
de “Podemos”, ni los dirigentes deportivos, salvo excepciones como el ex
presidente del Barcelona Joan Laporta o el actual del Real Madrid, Florentino
Pérez, casi nada hicieron para detener el monstruo que crecía.
Hasta se llegaba a señalar con cierta simpatía e
incredulidad cuando los Ultrasur del Real Madrid aparecieron en los noticieros
desde la Bombonera de Buenos Aires exclamando estar en “La Meca” de la
violencia, para tomar clases allí, o apenas si se señalaban como faltas a tener
en cuenta algunos insultos racistas en determinados partidos.
Ahora, el tema comienza a desbordar a todos y
aparecen los nueve casos mortales de los últimos treinta y dos años, si bien es
cierto que aún muy lejos de los 298 casos en la historia argentina, de a poco
hay demasiados paralelismos que se siguen sin atender, salvo en los días posteriores a un caso como éste.
El hecho de que los grupos ultras se hayan citado
por redes con determinados códigos encriptados que los hacen inaccesibles para
el resto, no invalida que falló la inteligencia, que los mecanismos políticos no
fueron útiles desde el Ministerio del Interior, y que tampoco se controló bien
el origen del problema, desde que el Atlético Madrid decidió (habría que ver
por qué razón) entregar otras cien entradas al Depor por una vía que no es la
tradicional y ellas fueron a parar a peñas con vínculos con ultras más pesados
que como modus operandi alquilaron autobuses por fuera de la ciudad, cosa de
poder escapar a los controles. Si a eso se suma que los Riazor Blues del Depor
fueron reforzados en la reyerta por los Bukaneros del Rayo Vallecano y los
Alkor Hooligans del Alcorcón, todos ligados a ideas izquierdistas, contra los
Ultra Boys del Sporting Gijón, junto a los neonazis del Frente Atlético, los
motivos del enfrentamiento comienzan a estar más claros.
Los españoles aficionados al fútbol y los que viven
de él comienzan a entender que el fenómeno de a poco se parece al argentino.
Peñas incontrolables desde la política que reciben favores de los dirigentes,
ultras que hasta tienen armas y banderas en cuartos dentro de los estadios
(¿les suena?), líderes que suben peldaños en su escala social y por si esto
fuera poco, el presidente del Depor, Augusto César Lendoiro, que asiste al
entierro de Taboada y de esta forma, es expulsado de la Liga de Fútbol
profesional (LFP).
Estos mismos testigos, que hoy podrán seguir el tema
en el mismísimo Congreso, con la presencia del Jefe de Policía Ignacio Cosidó,
el ministro de Seguridad, Francisco Martínez, el polémico ministro de Cultura y
Deporte, José Ignacio Wert y el secretario de Estado para el Deporte, Miguel
Cardenal, para que expliquen sus posiciones, van entendiendo que como en la
Argentina, al fin y al cabo, todo se trata de una cuestión de voluntad
política: si se quiere, se puede acabar con la lacra.
Si Laporta pudo terminar con los Boixos Nois en el
Camp Nou, y Pérez pudo arrinconar a los Ultrasur en el Santiago Bernabeu, para
el resto de los dirigentes debería ser mucho más fácil, pero necesitan del
acompañamiento político que tuvo el fútbol inglés luego de los episodios
nefastos de Heysel (1985) y Hillsborrough (1989), que dio lugar al Informe
Taylor para terminar en la actual modélica Premier League.
Si así fuera, si hubiera desde antes voluntad
política, ni Lendoiro estaría en el entierro de Taobada, ni Raúl Pereiro hubiera
recibido 68 entradas con números consecutivos de un talonario para repartir
entre los ultras, ni Romero Taboada sería señalado sólo como una víctima, con
antecedentes de trece delitos cometidos desde 2001. Tampoco faltarían al día
siguiente del asesinato, al Comité Antiviolencia,, el presidente del Atlético
Madrid, Enrique Cerezo, ni mucho menos el de la Federación Española, Angel
Villar, el Grondona español, porque por más que hayan sido reemplazados por
otros dirigentes, la necesidad de que estuvieran era simbólica.
La diferencia entre España y Argentina, en la
violencia del fútbol de cada lado del Atlántico, hoy pasa porque en los
europeos aún existe la indignación, la capacidad de sorpresa, que obliga a la
LFP a expulsar a Lendoiro, o a Cerezo, a hacer lo propio con los del Frente
Atlético, hasta quitarles el carnet o prohibirles la entrada al Atlético
Madrid. O a Javier Tebas, titular de la LFP, prometer que habrá “un antes y un
después” de este asesinato, o al propio presidente Mariano Rajoy, a apoyar las
medidas desde París y prometer una rápida acción desde su cuestionadísimo
gobierno.
Al menos el ministro del Interior, Jorge Fernández
Díaz, reconoce que “algo falló en el protocolo” y que la Policía “no estaba
enterada” de los hechos de violencia hasta pocos minutos antes de comenzar el
partido, y con el público ya en las instalaciones del estadio Vicente Calderón.
Los dirigentes se plantean ahora utilizar el control
de identificación biométrico Tecstadium, presentado en febrero pasado por la
empresa Tecisa en la Feria de Seguridad SICUR, para detectar violentos a través
de la cara y la huella dactilar, para ser utilizado en partidos de Primera y
Segunda, algo muy parecido a lo que en la Argentina es el AFA Plus, pero se
insiste en lo mismo: ningún mecanismo funcionará si no hay voluntad política
real.
Los argentinos lo sabemos por experiencias a sangre
y fuego, conviviendo con una lacra que derivó en que ya ni los visitantes
pueden ingresar a los partidos, y los locales están en guerras internas en
distintas facciones.
Tal vez, si el fútbol español quiera salvarse de la
violencia de su fútbol y no perder el glamour de una Liga construida con mucho
esfuerzo, le bastaría con observar lo que ocurre en la Argentina y será un
estremecedor, pero didáctico, viaje al futuro.
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