El discurso de la presidente Cristina Fernández de
Kirchner, inaugurando las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, duró
más de cuatro horas y sin embargo, poca o nula fue la referencia al deporte en
ese lapso.
No se pretende que en tiempos revueltos y con tantas
prioridades, el deporte quede a la altura de las máximas prioridades de la
política nacional, pero llama poderosamente la atención que pasan los años, la
Argentina está atravesando las tres décadas consecutivas de democracia, y el
deporte no parece ocupar el lugar que debería, como herramienta transformadora
de la sociedad a partir de tantos beneficios que genera su práctica.
Justamente los años de esplendor del deporte en la
Argentina fueron los de los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón,
especialmente el primero (1946-1952), en el que se sumó a una gran cantidad de
niños y jóvenes a las distintas actividades y el impulso que se gestó en ese
tiempo tuvo como consecuencia lógica (y no forzada para conseguir publicidad
gubernamental) la obtención de medallas y títulos que, no casualmente, tuvieron
un freno a partir de 1955 con el golpe militar de entonces.
Desde ese momento, nunca más la Argentina pudo
recuperarse o aspirar a ser una potencia, ni desde los éxitos con sus
representantes, ni en el sentido de la actividad de sus habitantes, lo que se
considera desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) como lo más
coherente: que se llegue a conquistas del vértice de la pirámide como lógica
consecuencia de la actividad de su ancha base.
Al contrario, en el Estado argentino no parecen
abundar los datos, las estadísticas, las mediciones como para saberse a ciencia
cierta dónde se está ubicado tanto en la práctica como en cuanto a la violencia
que envuelve no sólo al fútbol sino ya a otros deportes, como el basquetbol. Un
fenómeno que debería preocupar a quienes sienten a la política como
construcción desde lo cotidiano.
Al contrario, en cuanto a la violencia del fútbol,
se puede describir al Estado, primero como ausente y luego ya como cómplice de
la violencia, entendiendo a la suma de las administraciones nacionales,
provinciales o municipales, legislaciones y hasta el Poder Judicial.
Lo cierto es que desde 2003 hasta hoy han muerto en
la Argentina 88 personas, según estadísticas de la ONG Salvemos al Fútbol (www.salvemosalfutbol.org) sobre los
301 fallecidos en la historia del fútbol local, algo que no sólo no debe enorgullecer
al Gobierno sino que debería haber tenido aunque más no fuere un lugarcito para
alguna propuesta superadora y por qué no, para la correspondiente autocrítica,
de la que tampoco se salva gran parte de la oposición.
Tampoco aparecieron referencias al programa “Fútbol
Para Todos”, que desde 2009 transmite los partidos en forma gratuita por la TV
y que bien podría servir para que el Estado exigiera rendiciones de cuenta a la
AFA y a los clubes que reciben un dinero muy importante y pese a ello, se endeudaron,
en muchos casos, más que nunca.
¿Cómo se preparan las distintas delegaciones
argentinas para los próximos Juegos Panamericanos de este año? ¿Y qué
perspectivas aparecen para los Juegos Olímpicos de la vecina Río de Janeiro
para 2016? ¿Cuánta es la proporción de argentinos que realizan actividades
físicas sobre el total de los habitantes?
Nada de esto parece ser relevante por estas horas en el país.
Como si el deporte no contribuyera al bienestar
físico y psíquico, o a alejar a muchos jóvenes de las drogas, o contribuir a
practicar más la solidaridad, el compartir vivencias dentro de un equipo, o la
posibilidad de superarse a sí mismo.
Sin embargo, parece que nada tienen para decir sobre
el deporte, con lo cual están diciendo demasiado.
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