El Camp Nou suspiró aliviado con el pitido final. Lo
que un mes atrás parecía una quimera, acaba siendo realidad en los números. El
Barcelona, que llegó a estar a siete puntos del Real Madrid, ahora al ganarle
2-1 quedaba cuatro puntos arriba a sólo diez fechas del final de la Liga
Española y sus chances de ser campeón son altas, aunque todos saben bien que no
significa ninguna certeza.
El partido parecía, a priori, una mesa servida para
los azulgranas: los blancos llegaban muy cuestionados, de capa caída por los
flojos rendimientos de muchos de sus jugadores claves (Cristiano Ronaldo, de un
mal 2015 hasta ahora, Gareth Bale, Toni Kroos), la ausencia de James Rodríguez
en la creación, y las recientes vueltas de Sergio Ramos y Luka Modric, luego de
sendas largas lesiones.
Por si todo esto fuera poco, la pérdida de fuelle en
la Liga, en la que el Barcelona primero le dio alcance y luego superaba por un
punto, y la inesperada derrota como local ante un flojo Schalke 04 alemán 3-4,
por la Champions League, luego de ganar con comodidad en la ida de octavos de
final 0-2, encendieron todas las alarmas y nadie pagaba dos pesos para el
clásico.
Pero como decía el búlgaro Vujadin Boskov, “fútbol
es fútbol” y cracks como Modric en el medio, o Ramos, atrás, no necesitaron
mucho tiempo ni varios partidos para ordenar al equipo y sacarlo adelante al
punto de terminar el primer tiempo empatados 1-1 pero demostrando absoluta
superioridad y teniendo mucho más la pelota, y muy bien administrada.
¿Y el Barcelona? Ya todos aceptan que no es lo que
fue, y que muy posiblemente aquellos años de esplendor que comenzaron con Frank
Rikjaard y siguieron con Josep Guardiola y duraron un año más con Tito Vilanova
como entrenadores, ya no existe más.
El director técnico Luis Enrique Martínez, a quien
muchos respaldan por lo que fue como volante temperamental en los años noventa,
optó por contar poco y nada con Xavi Hernández, uno de esos jugadores
irrepetibles por su cintura, inteligencia, pegada y visión de juego, quien
seguramente emigre en julio a otra liga menor, mientras que aunque cuenta con
él.
Andrés Iniesta, uno de sus socios en los años de esplendor, ya no rinde en
los noventa minutos ni tampoco aparece tan decisivo como en sus primeros años.
Apenas deslumbra en cuentagotas. Si le sumamos que en este caso no pudo entrar
como titular Sergio Busquets, que
regresa de una lesión, puede decirse que este Barcelona tiene poco y nada que
ver con aquél que tanto gustara en todo el planeta.
Hoy, el Barcelona tiene su fuerte en el tridente
atacante del Mercosur, el MSN compuesto por Lionel Messi, Luis Suárez y Neymar,
pero el mediocampo no los abastece ya con la misma fuerza que en el pasado, con
Javier Mascherano en el lugar ocasional de Busquets, con un Rakitic de gran
despliegue pero menos cintura que Xavi, y con un lateral derecho como Daniel
Alves que conserva su talento pero que cada año va bajando en su rendimiento
físico y ya nunca más pudo concretar aquél 2-1 a su rival de la banda al que
desbordaba hasta el fondo auxiliando a Messi.
Ya que estamos en Messi, el genio argentino siempre
tiene alguna pincelada pero aún en un año de grandes números y algunas jugadas
para el asombro, no apareció mucho en el clásico, bien contenido por Ramos y el
lujoso lateral brasileño Marcelo.
Messi, insistimos en esta columna, siempre puede
darnos un toque (o varios) genial, como los tres soberbios túneles en una
semana, dos al Manchester City y uno al Real Madrid, pero en esa competencia
que sólo puede tener con sí mismo, porque es incomparable a todos, tampoco es
el que era, y una parte de lo que le ocurre al Barça también pasa por el
rosarino, que ya no tiene (o no usa) aquella quinta velocidad de play station y
que no suele utilizar más la gambeta desequilibrante y todo se remite a engañar
en la posición inicial de ataque, ese estatismo que hace confiar al rival que
lo rodea para aparecer en segundos cerca del área.
Este Messi tampoco tiene el mismo porcentaje de
aciertos en los tiros libres ni en los penales incluso, pero aún así sigue
siendo, lejos, el mejor jugador del mundo, aunque puede tener partidos como los
del domingo.
Y si Gerard Piqué no hubiese vuelto al gran nivel
como marcador central que tuvo en sus mejores tiempos de Guardiola y en la
selección española, acaso el Barcelona tampoco habría resistido los ataques del
Real Madrid y en especial, a partir del gran delantero que tienen los blancos,
Karim Benzema (de soberbio Mundial en Brasil),
que siempre tuvo que luchar para ganar la consideración de su gente en
comparación con Cristiano Ronaldo, Bale, o el muy querido por el Santiago
Bernabeu, Isco.
Real Madrid jugó mejor que el Barcelona porque viene
jugando mejor desde hace tiempo. Precisamente, desde que el italiano Carlo
Ancelotti llegó como director técnico y terminó con la rigidez y los malos
humores de José Mourinho, pero otra vez lo mató una circunstancia, que fue el
excelente gol de Suárez, un delantero fenomenal que aparece en los grandes
acontecimientos.
Desde ese momento, como viene sucediendo con la
ciclotimia, el Real Madrid se cayó, como si intuyera que hay un sino fatal para
esta temporada y que “no toca”, mientras que al contrario, el Barcelona, de
andar inseguro, sin ser nunca un equipo sólido, se fue dando cuenta de que los
hados le sonreían y hasta terminó tocando corto (ya con Busquets en el campo)
rememorando viejos tiempos, aunque haya sido sólo por un cuarto de hora.
Los hinchas del Barcelona festejaron mucho esta
victoria que los puede llevar a la Liga, pero no deberían engañarse. Este
equipo no es el que era y muy bien lo resumió Mascherano, con su sabiduría, al
borde del campo de juego, acaso recordando el tango “Naranjo en Flor”: “También
hay que saber sufrir para ganar”. De eso se trata en esta etapa, tan lejana de
aquella magia que alguna vez, no hace tanto tiempo, pudimos disfrutar.
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