Cada vez que se acerca un Barcelona-Real Madrid, o
un Real Madrid-Barcelona, se suele decir, en los últimos años, que se trata del
“Partido del siglo”. Hay una necesidad de marketing que es la consecuencia de
que los dos colosos de la Liga Española, por poderío económico y futbolístico,
aún en un entorno de crisis social y organizativa, se convirtieron en el
epicentro, sumado a la enorme rivalidad política que se fue construyendo ante
la amenaza constante de la independencia catalana y aún más, alimentado por la
tremenda rivalidad individual que los medios y algunas estadísticas forzaron
entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo.
¿Este clásico del Camp Nou es definitorio? En
principio, no. Porque aún luego del mismo quedará mucha Liga para jugar y
matemáticamente no hay tanta diferencia entre uno y otro. De hecho, un empate
dejaría la definición del torneo más abierta que en otras oportunidades y el
Real Madrid podría irse fortalecido al no caer en campo rival y podría dejar
algo tocado al Barcelona, que indudablemente llega al partido como candidato.
¿Por qué es candidato el Barcelona? Porque llega
mejor anímica y futbolísticamente que su rival. El Real Madrid fue puntero de
la Liga por una rueda entera, pero se fue desinflando entre lesiones,
suspensiones y algún problema extra futbolístico de Cristiano Ronaldo, hasta
dar con un equipo desganado, tibio, sin
ritmo, soso, con menos presión arriba, menos convicciones y todo eso le fue
llegando a la tribuna hasta ir estableciendo una distancia con los
protagonistas.
La pérdida del liderato a manos del Barcelona hace
dos jornadas y la derrota de 3-4 ante el Schalke 04 en el Santiago Bernabeu
iban tirando cada vez más hacia abajo al equipo, pero su entrenador, el
italiano Carlo Ancelotti, había diseñado todo un programa para llegar al Camp
Nou de la mejor manera y hubo en estos días una esperable reacción desde el
juego y la postura con el importantísimo retorno de Sergio Ramos, fundamental
en la transmisión de confianza, y de Luka Modric, para darle otra dinámica al
mediocampo. Habrá que ver si esto alcanza para jugar en un Camp Nou hostil y
que sabe que un triunfo azulgrana aleja a los suyos del alcance de su
perseguidor.
¿Lleva mucha ventaja el Barcelona? No tanta como se
cree. Sí llega mejor, sin dudas, con un Lionel Messi con algunos momentos
brillantes, deslumbrantes, y con tranquilidad para definir con una eficacia
tremenda, aunque, insistimos, no es el Messi de 2012. Aquél tenía otra
velocidad, regate (que ahora casi no utiliza) y era casi infalible en los
libres directos, muy a diferencia de hoy.
Pero sí es un gran Messi, de todos modos, capaz de
definir los partidos en cualquier momento y se sabe que está lo suficientemente
motivado y que tener al Real Madrid enfrente le da un plus a su rendimiento.
Seguimos creyendo que aunque los triunfos mejoran en
lo anímico y fortalecen y dan seguridad a los equipos, este Barcelona no tiene
el andar de aquél de 2012 y varios de sus jugadores no son lo que eran. No sólo
Messi, sino tampoco Andrés Iniesta (quien conserva, claro, su excelsa técnica,
pero participa mucho menos del juego decisivo), y mucho menos Xavi Hernández, a
quien el entrenador Luis Enrique Martínez le va quitando paulatinamente el
protagonismo en el equipo, hasta depositarlo, casi seguramente en julio, en
otra liga menor para ir dando los últimos pasos de su carrera.
Lo cierto es que el punto clave del Barça se
trasladó del mágico toque del medio hacia el tridente de ataque, el tío del
Mercosur, con un Messi recostado a la derecha aunque con libertad para
retrasarse por el medio a buscar el balón o sumarse por “sorpresa” (porque
todos saben que lo hará pero nadie logra adelantársele en el campo) en los
últimos metros para definir o ayudar a otros a que lo hagan.
Lo acompañan Neymar, algo peleado con el gol en los
últimos partidos, y al contrario, el uruguayo Luis Suárez que recién ahora
parece irle tomando la mano al juego y al esquema, aunque necesita de mayores
espacios para moverse y ser el que brilló en el Liverpool o lo hace en la
selección uruguaya.
Daniel Alves alterna buenas con malas, Gerard Piqué
y Javier Mascherano dan seguridad a la zona e Iván Rakitic parece retomar su
nivel del Sevilla aunque nunca será Xavi, el que mueve los hilos del equipo, el
del pase justo o el manejador de los tiempos. Ese lugar parece vacío hoy, y el
Barcelona juega a otra cosa, a veces muy buena, otras, no tanto, pero ya no es
aquél que deslumbraba sino otro capaz de ofrecer buenos espectáculos que llegan
a un clímax en determinados movimientos del genio, Messi.
¿Cuánto influye lo anímico? Mucho. Cada vez más, en
el fútbol. Los dos vienen de clasificarse a cuartos de final en la Champions y
los dos saben que les tocarán rivales duros en la fase siguiente, tal vez algo
peor el Real Madrid aunque en un nivel parejo, y los catalanes remontaron las
posiciones en la Liga y acaban de eliminar al Manchester City en un gran
partido, apenas cuatro días atrás y en el mismo escenario. No es poco como para
llegar a una gala con el mejor vestuario.
Los blancos no llegan tan bien, aunque ya mejorados
de aquellos insulsos partidos de Liga y de su muy mala imagen ante el Sckalke.
Pero es un clásico.
Y en los Clásicos, es muy difícil basarse en la
lógica. Por suerte es fútbol, dinámica de lo impensado, como diría Dante
Panzeri. Y esa picazón que sentimos todos los que amamos este deporte cuando
está por comenzar el partido, es lo mejor que nos puede pasar.
¿Puede marcar la temporada este Clásico? Claro que
sí, pero sólo si alguno de los dos triunfa de modo contundente, porque
seguramente desatará una mini crisis (o algo más) en el otro. En el resto de los
casos, habrá que esperar más tiempo hasta la definición.
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