Va a ser futbolista. De los buenos,
sentenció la matrona que trajo al mundo al hijo de Graziana Gentile. Al purrete
lo bautizaron Gino Valente, no porque el padre apellidara Valente, sino para
ocultar el hecho de que no había padre en el horizonte inmediato ni remoto.
El recién nacido, ni bien salió de las
entrañas maternas, le pateó el pecho izquierdo de la comadrona con su piernita
derecha. Fue con comba, anunció la partera. Si lo hubiese mantenido un instante
más en esa posición, le habría pateado el otro pecho con su otra piernita con
la misma precisión: Gino Valente pateaba, desde el día en que nació, como si
tuviera un guante blanco en cada uno de sus pies.
Comenzó en las inferiores del Palermo,
pero no duró mucho allí, un ojeador se lo llevó al Milan, donde Valente jugó
toda su carrera, en la que no marcó ni un solo gol.
Ettore Viscontti, un periodista romano
le preguntó en una ocasión, cuando Valente ya se había retirado y vuelto a
Sicilia, cómo era posible que nunca hubiera marcado un gol un tipo con su
habilidad, con su pegada exacta – otro periodista, Massimino Portobello, solía
escribir que Valente violaba el azar: “De sus pies, sólo nace la certeza” -,
nunca hubiera marcado un gol.
El gol es una obviedad, Ettore, respondió
Valente. A mí me gustaba participar de la creación de la serie de causas
inexorables que llevan a esa instancia inequívoca. Sabe qué lindo era esa
conjura de pases, de gambetas, de engaños sanos… El gol… eso se lo dejaba a los
patadura, a los que carecían de la finura para participar de su elaboración.
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