El fútbol argentino vivió ayer otra jornada negra,
que seguramente será recordada por mucho tiempo, al confirmarse las versiones
de una posible intervención estatal cuando la AFA recibió una notificación
desde la Inspección general de Justicia (IGJ) acerca de que intervendrá una
“Comisión Normalizadora” debido a la situación de caos en la que se encuentra
la institución.
Esta carta, con la que se especulaba desde hacía
varios días, llega justo en el momento en el que empezaba a vencer el plazo de
presentación de avales para las candidaturas a la presidencia de la AFA para
las elecciones fijadas para el próximo 30 de junio, tras el bochornoso empate
38-38 del 3 de diciembre pasado pese a los 75 votos.
Ya habían presentado los avales (se necesita un
mínimo de siete) Claudio “Chiqui” Tapia, dirigente de Barracas central y
representante del movimiento “Ascenso Unido”, su suegro Hugo Moyano, líder
sindical de los Camioneros y presidente de Independiente, Nicolás Russo,
titular de Lanús, e iban a hacerlo mañana Armando Pérez, presidente de Belgrano
de Córdoba y Marcelo Tinelli, vicepresidente de San Lorenzo.
La gran clave de todo este escándalo reside en
Zurich, en la sede de la FIFA, en la que su presidente, Gianni Infantino,
deberá responder ahora si avala la nueva situación de la AFA (estatutariamente,
se prohíbe cualquier intervención estatal, con suspensión de la afiliación de
la federación, como ocurrió en los últimos tiempos con las de Indonesia, Kuwait
y Benin), o si procede a desafiliar a la institución argentina, lo que
acarrearía la inmediata suspensión de la selección argentina para participar de
la Copa América Extra de los Estados Unidos, y la de la participación de Boca
Juniors en la Copa Libertadores de América.
Si Infantino pasara por alto la situación,
significará que tuvieron éxito las negociaciones que desde hace días entablaron
primero Fernando Marín, titular del programa Fútbol Para Todos, y Juan
Sebastián Verón (conocido de Infantino desde que fue jugador del Inter, club al
que estuvo ligado el actual titular de la FIFA) y hasta se llegó a especular
con que durante el fin de semana habría mantenido una teleconferencia con Suiza
el propio presidente Mauricio Macri.
La IGJ comunicó anoche a la AFA mediante un
documento, que el estado colocará dos nuevos veedores, el abogado Luis Tozzo y
la escribana Catalina Dembitzky, por noventa días hábiles, que se podrían
extender a otros noventa días de ser necesario, postergando las elecciones
previstas para el 30 de junio próximo.
Estos dos veedores deberán controlar y organizar la
AFA y se suman a los ya tres veedores existentes en el terreno contable,
dispuestos en su momento por la jueza María Servini de Cubría, quien antes de
viajar al exterior, elevó a su vez una carta a la IGJ dando vía libre para la
intervención a partir de la causa que sigue por los manejos de los fondos del
Fútbol Para Todos entre el Estado y la AFA durante los anteriores gobiernos
nacionales.
Esta situación se sigue inscribiendo dentro del
durísimo tironeo que generó el caos en diciembre pasado, durante la frustrada
elección presidencial entre Marcelo Tinelli y el actual presidente de la AFA,
Luis Segura.
Los clubes grandes y la “clase media” quieren
organizar lo que dieron a llamar una “Superliga” dentro o fuera de la AFA si es
necesario, mientras que los clubes chicos y del ascenso, ahora bajo el ala del
moyanismo, sólo lo aceptan en el caso de que primero se vote al nuevo
presidente el próximo 30 de junio, y no antes de esa fecha.
Los grandes, ahora avalados por el presidente de
Boca Juniors Daniel Angelici, la voz de Macri en la estructura del fútbol,
querían que se aprobara la Superliga antes de la elección presidencial, a
sabiendas de que necesitan cuatro quintas partes de los votos (60 de 75) y no
los pueden reunir.
Ante esta situación, recurrieron a todo tipo de vías
para evitar llegar al 30 de junio sin la aprobación de la “Superliga”, como las
frecuentes consultas a la FIFA o la apelación a los organismos estatales.
Por su parte, tras recibir la comunicación desde la
IGJ, los clubes chicos, que son mayoría en las posibles votaciones, amenazan
con aprobar esta tarde a las 18,30 en la reunión del Comité Ejecutivo de la AFA
un cese de actividades de todo el fútbol argentino, no sólo las divisiones de
ascenso sino la participación de la selección argentina en la Copa América de
los Estados Unidos, a la que harían regresar inmediatamente.
Esto, a su vez, generaría un nuevo conflicto de
inmediata repercusión internacional, aunque ya existe un antecedente de
renuncia de una selección argentina a jugar una Copa América, cuando la AFA
decidió no concurrir a Colombia 2001 por motivos de inseguridad, aunque en este
caso, todo se desmadraría mucho más.
Junto a la selección argentina en Santa Clara, Los
Angeles, se encuentran los dirigentes Juan Carlos Crespi y Claudio Tapia, uno
de los candidatos a presidente de la AFA, y quien sería uno de los fogoneadores
de la inactividad del fútbol argentino en todos sus estamentos mientras dure la
intervención.
Todo se habría definido en la tarde de ayer, en una
reunión en la que habrían participado el presidente Macri, Marín, el empresario
Daniel Vila y la legisladora de la Ciudad de Buenos Aires Graciela Ocaña
(Confianza Pública), una de las denunciantes del caso Fútbol Para Todos-AFA
entre 2009 y 2015.
Entre las especulaciones, hay quienes sostienen que
el verdadero propósito de Macri es introducir la posibilidad de las sociedades
anónimas, un proyecto que ya había perseguido en la década del noventa, pero
que encontró mucha resistencia del ambiente del fútbol.
El Estatuto de la FIFA, en el inciso “i” del punto 1
del Capítulo 13, en el apartado “Obligaciones de sus miembros” indica que las
federaciones deben “administrar sus asuntos en forma independiente” y deben
asegurarse de que “no se produzca ninguna injerencia por parte de terceros”.
En el punto 3 del
Capítulo 13 se indica que la violación del apartado 1 letra “i” también puede
entrañar “sanciones aún sin la injerencia de terceros”.
Es innegable que el
fútbol argentino siempre tiene la capacidad de sorprendernos con algo nuevo,
con un final cada vez más impredecible.